Jorge Herralde, una vida entre papeles (secretos)
'Los papeles de Herralde' es un documento extraordinario que recrea tres décadas de intensa vida editorial en una época donde la cultura todavía ejercía en España una influencia decisiva
2 abril, 2021 17:46¿Es Jorge Herralde un canalla? No más que John Ford, Gustav Mahler o Miguel Ángel, tres perfeccionistas que concedían prioridad absoluta a la excelencia, sin dejarse estorbar por escrúpulos sentimentales. La ética del perfeccionismo incluye asumir los máximos riesgos. ¿Se puede decir que Herralde asumió riesgos en su carrera de editor? Indudablemente. ¿No es una temeridad abrir una editorial en las postrimerías del franquismo desafiando a la censura con propuestas tan subversivas como Sartre o Gramsci? Herralde comenzó su aventura sin sede, sin nombre, sin anagrama ni logotipo. Hasta el 11 de enero de 1969 no disfrutará de su mesa Involca, ni de su máquina de escribir Hispano Olivetti. María Cortes, mecanógrafa y secretaria, completará la plantilla de un proyecto empresarial que nace en extraordinaria precariedad.
Hijo de una familia próspera y burguesa, Herralde se ha apuntado a la subversión antifranquista. Por entonces es un joven de treinta y cuatro años con mala conciencia por sus privilegios de clase. Las fotografías de la época —melena romántica, mirada húmeda y afilada, camisa desabotonada— nos devuelven la imagen de una especie de David Bowie sumido en una embriaguez mística tras leer las páginas más turbias de Jean Genet. Inconformista, incorrecto, provocador, la lectura de “¿Qué es la literatura?”, de Jean Paul Sartre, configura su conciencia política, situándolo en el terreno del jacobinismo más beligerante.
Robbe-Grillet le revela que el territorio de la literatura comprende la discontinuidad, la objetividad desapasionada y la reiteración. El joven Herralde se mueve por una mezcla de radicalismo e iconoclastia. Sabe que su principal enemigo es la censura, un monstruo al que no se puede derrotar, pero sí confundir, elaborando argumentos barrocos para fingir que Lautréamont y el cannabis no son un ataque contra la línea de flotación de un régimen asentado en los dogmas del nacionalcatolicismo, sino puro e inofensivo esparcimiento.
En sus inicios, Anagrama apostó por el ensayo de carácter político y por malditos como Pasolini. La dictadura responderá con secuestros, multas y amenazas. Herralde no se considera un empresario, sino un hombre con una misión: “poner en marcha una editorial como Anagrama, lo único que podía dar sentido a mi vida. Suena muy rimbombante, sorry”. Esa convicción no admite tibiezas e implica conflictos. Herralde intercambiará con la prensa ironías, matices y sarcasmos, enredándose en una relación sadomasoquista. Alega que solo es “defensa propia”, pero se advierte cierto fervor de cruzado.
La Transición acabó con el éxito del ensayo político. Los lectores ya no querían libros de Lenin, sino de Patricia Highsmith y Herralde captó el cambio
La Transición acabó con el éxito del ensayo político. En la recién nacida democracia, el ardor revolucionario no soportó la confrontación con lo posible. Se pasó del compromiso al desencanto y enseguida se desembocó en el hedonismo. Los lectores ya no querían libros de Lenin, sino de Patricia Highsmith, lo cual evidencia que habían madurado. Herralde captó el cambio y saltó de Mao Zedong a Jane y Paul Bowles, Thomas Bernhard y Joseph Roth. Solo se mantuvo fiel a la contracultura, quizás por una íntima y estrecha compenetración con el espíritu gamberro, insolente y descarado de Bukowski, Patti Smith o Brautigan, autor de La máquina de follar.
Anagrama empieza a ser famosa por sus colores, especialmente por el amarillo (Panorama de Narrativas) y el gris (Narrativas hispánicas). Con el éxito llega la avalancha de originales pidiendo ser examinados para su posible publicación. Herralde comienza a escribir cartas de rechazo. Elogia la “insensibilidad romana” de Javier Pradera. Piensa que las negativas son casi más importantes que los títulos publicados. Ya no parece un dandi del universo psicodélico, una especie de Ziggy Stardust acuartelado en la penumbra multicolor de Bocaccio, sino un general romano que dirige sus legiones con mano de hierro.
La Gauche Divine es cosa del pasado. Ahora se trata de construir un imperio y no será posible sin derramar sangre. No solo hay que rechazar originales, frustrando ilusiones. También hay que batir el cobre con agentes literarios tan poderosos como Carmen Balcells, que se queja del retraso en el pago de los anticipos, o con El País, que posterga a Anagrama para ceder el protagonismo a Alfaguara. Está claro que no es posible ser editor sin espíritu de samurái siempre dispuesto a descabezar al adversario. La cima nunca es un lugar apacible. Editar no es una tarea comercial, sino una forma de crear, y a veces se crea a martillazos, como apuntó Nietzsche.
No sé en qué momento escribió Roberto Bolaño “Mi carrera literaria”, un poema que comienza con un verso desolador: “Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta con toda seguridad…”. Lo cierto es que Bolaño debe su consagración al apoyo de Herralde, que advirtió en su prosa una gran calidad literaria. Rafael Conte cuestiona los nuevos hallazgos de Anagrama, alegando que promociona la novela light, a lo que Herralde contesta que algunos críticos incurren en valoraciones ultralight.
'Los papeles de Herralde' es un documento extraordinario que recrea una época donde la cultura todavía ejercía en España una influencia decisiva
El conflicto con Javier Marías es quizás uno de los episodios más sonados de la historia de Anagrama. Herralde califica el trato con Marías de “imposible” y el escritor le devuelve la pelota, acusando al editor de ser “insoportable”. Las leyendas urbanas que circulan contra Herralde acusándolo de ser un empresario poco transparente solo son “una vaga indolencia fatalista”, afirma Jordi Gracia. Marías continuará la guerra con Herralde, incluyéndole veladamente en Negra espalda del tiempo. La ficción siempre ha sido el escenario de las venganzas más inolvidables.
En 2017, Herralde cede su puesto a Silvia Sesé, pero conservará un simbólico 1% en Anagrama. El viejo león se retira, convertido en patricio. Es el “último mohicano” de un linaje que se extingue, pues los grandes grupos editoriales se apoderan de casi todos los sellos. Los papeles de Herralde no es un simple ensayo, sino un documento extraordinario que recrea una época de España donde la cultura aún ejercía una influencia decisiva en la vida social y política.
Jordi Gracia ha incluido fragmentos de la correspondencia de Herralde que arrojan luz sobre la sala de máquinas de Anagrama. Su prosa ágil y fluida empuja constantemente al lector. Resulta particularmente conmovedor el retrato de los últimos momentos de Roberto Bolaño, cuando 2666 aún se hallaba en proceso de edición. En las cartas que Herralde intercambia con el escritor chileno no hay ninguna concesión sentimental. Austero, correctísimo, el editor cultiva la brevedad, eludiendo cualquier forma de retórica. ¿Cómo habría escrito de dedicarse a la literatura? No me parece descabellado afirmar que habría sido una especie de Raymond Carver con la malicia de Somerset Maugham.
“No es posible reinar y ser inocente”, afirmó Saint-Just. No me parece disparatado afirmar lo mismo de la edición, otro reino donde ostentar un cetro siempre conlleva el riesgo de cometer graves errores de apreciación, como le sucedió a Virginia Woolf con el Ulises de Joyce. Al margen de polémicas, Herralde será recordado por ser uno de los grandes editores del ámbito hispanohablante. Su personalidad, singular y ambigua, solo acentúa su leyenda. Cada vez que me topo con algunas de sus fotografías experimento la sensación de adentrarme en una película del Hollywood clásico, con sus grandes, despiadados y geniales magnates. Jorge Herralde se parece al Jonathan Shields de Cautivos del mal, uno de esos “canallas” necesarios que nos rescatan de la mediocridad, incorporando a nuestras vidas las dosis de pasión sin las cuales todos viviríamos infinitamente peor.