Inencontrable desde décadas, la editorial Losada publicó la primera edición en castellano del legendario Diario de André Gide (París, 1869-1951) en 1963 en Buenos Aires, pero era fragmentaria y no recogía las novedades de la edición crítica de La Pléiade de 1996, que es la que sigue la de DeBolsillo, con nueva traducción de Ignacio Vidal-Folch y prólogo y notas de Ignacio Echevarría. En el Diario, del que acaban de aparecer los dos primeros volúmenes, correspondientes a 1887-1910 y 1911-1925, se muestran al desnudo los primeros pasos literarios, las dudas y la intimidad de una de las grandes personalidades de la cultura europea del siglo XX, autor de Los alimentos terrenales o El inmoralista, y Premio Nobel en 1947.
Su traductor, el periodista y narrador Vidal Folch, confiesa que el proyecto le hizo dar “saltos de alegría” pues “este trabajo es una forma especial de intimidad. A veces estás tan cerca del autor que notas cómo busca la idea, te parece que lo oyes respirar en los giros de las frases…” y eso sólo es posible “cuando se aborda la obra completa”. Si además se cuenta con “esos prólogos tan iluminadores de Echevarría y el aparato de notas de La Pléiade…”, el disfrute es “seguro”.
Y lo es, tercia Echevarría, porque permite “reevaluar tanto la obra como la figura de Gide. Muy en particular en lo que toca a su valiente reivindicación de la homosexualidad y su polémica apología de la pedofilia”. Según el crítico y editor, leyendo según qué pasajes del Diario, “uno se pregunta si ciertos pasajes no habrían tenido en la actualidad serios problemas con la censura…”.
Sin deshonestas correcciones
Son muchas las razones que hacen de este Diario una referencia ineludible. Vidal-Folch señala ahora a El Cultural cómo Gide, a diferencia de Renard o de Junger, que concebían el género como otro artefacto literario y pulían sus diarios obsesivamente, lo plantea “como documento testimonial de las oscilaciones del alma. Para él sería deshonesto corregirlo. Cuando cambia de opinión no tacha ni disimula, si acaso lo consigna, en la siguiente edición, con una nota: ‘Dados los acontecimientos posteriores, he cambiado completamente de opinión. Ahora creo que….’, etcétera.
Además, acompañamos a una mente que por su situación como autor y al frente de una revista y una editorial muy influyentes, La Nouvelle Revue Française y Gallimard, está en contacto con Proust, Wilde, Thomas Mann, etc, una mente en evolución, por ejemplo respecto a la religión, al nacionalismo, al compromiso político y moral del escritor o al valor de determinados autores, desde Goethe a Simenon”.
“Leyendo según qué partes del ‘Diario’ de Gide uno se pregunta si ciertos pasajes no habrían tenido en la actualidad serios problemas con la censura”, apunta Ignacio Echevarría.
Otro aliciente destacado es su arco temporal, pues el Diario recorre 63 años y durante al menos 40 de ellos, Gide fue, según Echevarría, “no sólo una figura central de la cultura europea; también un foco constante de escándalo y de polémicas, afrontando con valentía causas como la ya citada de la defensa de los homosexuales, pero también otras como los abusos coloniales o la adhesión y luego el rechazo del comunismo estalinista. Su Diario es un auténtico travelling por la historia cultural y política del siglo XX, y a la vez el laboratorio de una personalidad que evoluciona proteicamente, cambiando una y otra vez frente al lector, haciendo gala de una curiosidad y de una avidez ejemplares”.
A lo largo de sus páginas, insiste, vemos “cómo se construye una personalidad y también un escritor”. Y cómo enfrenta sus contradicciones, pues “trata de liberarse de la moral en que fue educado y toma partido en algunas ‘causas’ que abrieron el cauce a muchos logros de los que somos recientes herederos. Su Diario está lleno de valiosas consideraciones de orden moral, estético, incluso político”.
Contradictorio, trágico y feliz
No solo eso: como señala Vidal-Folch, a través de sus anotaciones íntimas acabamos descubriendo a un ser “trágico y feliz, contradictorio”, un intelectual tan privilegiado económicamente que decidió que la única justificación de su fortuna era ser “muy trabajador y además genial”. Un hedonista que muestra una aceptación de la muerte “rayana en la indiferencia. Cuando cree que le va a llegar de inmediato, anota: ‘Creo que esta frase que estoy escribiendo ahora va a ser la última entrada de este diario’. Y a renglón seguido, firma y fecha. Un autor convencido de su talento y de su misión intelectual para influir en el gusto literario de la sociedad y generar debates sobre temas conflictivos, y al mismo tiempo carente de vanidad, y hasta acomplejado ante las inteligencias que le parecían superiores, como la de Valéry”.
"Las páginas de su 'Diario' nos descubren a un Gide que asume la felicidad como un mandato", destaca Echevarría
Echevarría, por su parte, completa el retrato apuntando que debido precisamente a su posición eminente, la imagen de Gide está infestada de “topicazos y de malentendidos” que sólo la lectura integral de su Diario puede contribuir a despejar. El resultado es la imagen de un hombre “en permanente construcción, que asume la felicidad como un mandato, empeñado en ser sincero consigo mismo y con los demás, al precio que haga falta”.
Lo mejor, insiste, es que Gide, ya en la madurez, acabó asumiendo que el Diario era su gran obra, contempló su publicación en vida, y la convirtió en “la novela de su existencia, una novela por entregas cuyos rumbos él mismo desconocía”. Seducido por el Nobel francés, Echevarría acaba retándonos a disfrutar de este Diario de sinceridad radical que acaba siendo una suerte de “contraescritura final de En busca del tiempo perdido”. No lo duda: le resulta imposible imaginar a alguien que lea el Diario y no simpatice con su autor, “con su mezcla de inteligencia e ingenuidad, de inmadurez y autoexigencia”.