“El lector de poesía no tiene por qué leer exactamente lo que el escritor escribe. Puede ir más lejos o quedarse corto. Lo que importa es que el lenguaje le proporcione una versión desconocida de la realidad, le lleve a desaprender ciertas cosas para volver a aprenderlas de otra manera”. Así definía José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926), principalmente poeta, aunque también ensayista y novelista, su relación con el lector y con la poesía en una de sus últimas charlas con El Cultural.
Hoy, con su muerte a los 94 años, acaecida en su casa de Madrid, decimos un adiós casi definitivo a esa Generación del 50, la de los Valente, Gil de Biedma, Ángel González, José Hierro o Claudio Rodríguez, que fue una nueva edad de plata de las letras españolas y cuyo último testigo es Antonio Gamoneda.
Aunque ya tras la publicación de Entreguerras (2012), libro formado por un solo poema autobiográfico de casi 3.000 versos, ya había declarado que "ya no voy a escribir nada", todavía dejaría dos muestras más de su genio. El poemario Desaprendizajes (2015), ganador del Premio Francisco Umbral, pues aseguró que “escribir poesía, permanecer en la brecha te rejuvenece. El que no se queda callado, el que iguala el pensamiento con la vida, tiene ya mucho ganado para rejuvenecer”.
También el último volumen de su veta memorialística, Examen de ingenios (2017), sobre el que charló con El Cultural dejando volar una vez más su irónicas y lúcidas respuestas y que coincidió con un homenaje de la Residencia de Estudiantes por su 90 cumpleaños donde recitaba: “Escribo una vez más la gran pregunta incontestable: ¿eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?”.
De generación en generación
Nacido en 1926 en la calle Caballeros de la localidad gaditana, en el lugar donde actualmente se ubica su Fundación, hijo de Plácido Caballero, cubano de madre criolla y padre santanderino, y de Julia Bonald, de ascendencia francesa y perteneciente a una rama de la familia del vizconde de Bonald, filósofo tradicionalista francés, radicada en Andalucía desde mediados del siglo XIX. En 1944 inicia estudios de Náutica en Cádiz y escribe sus primeros poemas.
Entabla allí relación con los miembros del grupo de la revista gaditana Platero: Fernando Quiñones, Pilar Paz Pasamar, Felipe Sordo Lamadrid, Serafín Pro Hesles, Julio Mariscal, José Luis Tejada, Francisco Pleguezuelo, Pedro Ardoy... En 1949 inicia estudios de Filosofía y Letras en Sevillay se asocia al grupo cordobés de la revista Cántico, y al año siguiente obtiene el Premio de Poesía Platero por su poema “Mendigo”.
En 1952 conseguirá un accésit del Premio Adonáis con su primer libro, Las adivinaciones, donde ya por la voluntad de que a las palabras nunca les falte el significado y que inauguraría siete décadas de versos. Le seguirían Memorias de poco tiempo (1954) y Anteo (1956). En esas fechas ejerce como secretario y luego subdirector de la revista Papeles de Son Armadans, dirigida por Camilo José Cela, y comienzan sus actividades clandestinas a través de su vinculación con Dionisio Ridruejo, que le llevan a vivir en París durante seis meses.
Más adelante publica Las horas muertas (1959), libro por el que consigue el Premio Boscán y el de la Crítica. Es en esos años cuando entabla relación con los poetas que más tarde integrarían la Generación del 50. Al poco tiempo se traslada a Bogotá, donde enseña Literatura Española y Humanidades en la Universidad Nacional de Colombia. Allí se asociaría al grupo colombiano de la revista Mito, integrado por Eduardo Cote, Jorge Gaitán Durán, Pedro Gómez Valderrama y Fernando Charry Lara, entre otros, además de por Gabriel García Márquez, a quien estimaría mucho.
Sobre los autores del boom afirmó que "aunque hay entre ellos excelentes artífices de la lengua literaria española del siglo XX que supieron explorar con libertad una poética muy atractiva, los verdaderos fundadores pertenecen a la generación anterior: Onetti, Rulfo, Carpentier, Borges... y poetas como César Vallejo, Neruda, Octavio Paz...".
En el mundo de la novela
En 1962 publica su primera novela, Dos días de setiembre, que recibe el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral. En 1963 regresa a España, ocupándose de diversos trabajos editoriales, llegando incluso a ser detenido y multado por motivos políticos. En 1963 publica el poemario Pliegos de cordel, y el libro de viajes Cádiz, Jerez y los Puertos. Entre 1965 y1968 pasa una temporada en Cuba. En 1974 se edita su novela Ágata ojo de gato, Premio Barral (al que renuncia) y Premio de la Crítica. En 1977 el libro Descrédito del héroe, con el que obtiene nuevamente este último glaardón. En 1981 se edita la novela Toda la noche oyeron pasar pájaros, que recibe el Premio Ateneo de Sevilla.
En 1993 publica la novela Campo de Agramante, que recibe el Premio Andalucía de las Letras y sería su última incursión en el género. En los años siguientes se volcaría en sus memorias. En 1995 vería la luz Tiempo de guerras perdidas, el primer tomo, que continuaría en 2001 con La costumbre de vivir. Antes, en 1997, había vuelto a la poesía con Manual de infractores (2005), que el poeta reconoce haber escrito zarandeado por "una fuerte crisis de indignación ante las cosas que están pasando por ahí", recibe el Premio Internacional Terenci Moix al Mejor Libro del Año.
Una vida de disidencias
En 2012, tras un nuevo e intenso poemario, La noche no tiene paredes (2009), publicaría el largo y ya citado poema autobiográfico Entreguerras. Por eras fechas confesaba a El Cultural que "me emocionan muy pocas cosas. Vivir en paz en Sanlúcar o en Jerez, donde voy con frecuencia. En cambio, sigo atentamente cómo va el mundo y la política en España, y eso me produce lo contrario, una depresión innegable por el descalabro de la moral y el trabajo que costará regenerar todo lo que se ha perdido", se lamentaba Caballero Bonald. "La democracia me crea verdadera preocupación. Esta época es distinta a otras anteriores, ahora podemos decir las cosas, pero hay un peligro inmediato de descalabro general".
Ese mismo 2012, el escritor recibiría el Premio Cervantes, que definió como "un buen fin" para su trayectoria literaria. "Empecé a escribir hace 60 años y estoy muy contento, satisfecho y honrado de que un jurado haya concedido este premio, el máximo, a toda mi obra literaria". Con motivo de la entrega del galardón en abril de 2013, El Cultural dedicaría un exhaustivo y emotivo recorrido por las instantáneas vitales y creativas del poeta. Dos años más tarde, una nueva inmersión, esta vez ajena, en su caudal biográfico sería la acometida por el profesor Julio Neira en la obra autorizada Memorial de disidencias. Vida y obra de José Manuel Caballero Bonald (Fundación Lara, 2014).
El libro desvelaba, entre otros avatares, que "Pepe abusó mucho del alcohol —como otros de su generación— y visitó prostíbulos, nada raro en su juventud. Entre sus líos de faldas estuvo Rosario Conde, la primera mujer de Cela. También que, aunque propenso a la melancolía y con depresiones en su haber, es hombre muy temperamental, que algunas veces se ha excedido incluso con cierta violencia", explicaba en estas páginas Luis Antonio de Villena, que juzgaba la biografía como "un referente para todo el que quiera documentarse con detalle sobre la vida y el hacer de nuestro poeta y novelista, desde sus lejanos inicios (años 40) en el eje Jerez-Cádiz hasta su éxito mayor, con muchos andares y vicisitudes, y éxitos o fracasos".
El cante siempre de fondo
Otra de las facetas capitales en la vida del poeta ha sido su amor por el flamenco, que le convirtió en uno de los mayores expertos de este arte nacional. Como recordaba nuestro crítico José María Velázquez-Gaztelu aludiendo a su fundamental grabación Archivo del cante flamenco, "este arte ocupa un lugar destacado en el conjunto de su obra, tanto en los libros de investigación y estudio -Luces y sombras del flamenco (Lumen, 1975)- como en la poesía, sobre todo con Anteo, donde se incluyen cuatro poemas, pioneros en el tratamiento del flamenco desde la perspectiva de una lírica moderna que rompía con todos los estereotipos declamatorios y neorrománticos que hasta entonces, de manera engolada, habían servido de soporte a la poesía con trasfondo flamenco".
Además de lo creativo, aseguraba el experto que este amor trascendía a lo personal, pues: "en la vida de Caballero Bonald siempre ha existido una parcela reservada a los flamencos, con muy vivos y leales afectos". Estos se dedicaban, por ejemplo a Antonio Gades, "para quien hizo la adaptación del gran musical Fuenteovejuna, a José Mercé, a quien compuso las letras de su primer disco, Bandera de Andalucía, igual que a El Lebrijano en Encuentros y ¡Tierra!. Fue, además, guía y descubridor del flamenco para los intelectuales de su tiempo y decidido defensor de la brillante generación integrada por Paco de Lucía, Morente o Camarón".
El lector como creador
Más allá de premios y obras, tantas que muchas quedan inevitablemente en el tintero, e l corolario de toda la poética y la manera de entender la literatura de Caballero Bonald, la plasma a la perfección su amigo, el también escritor Felipe Benítez Reyes en este artículo en el que afirma que el jerezano " apostó por nuevas búsquedas, tanto morales como estilísticas: que las palabras no sólo dijesen más de lo que decían, sino que también supieran callar para fortalecer su enigma, para estimular en el lector la exploración de esa zona de sombra que existe siempre al fondo de todo buen poema".
Y es que, como decía el poeta en esta conversación al hilo de su libro Oficio de lector (2012), "el lector justifica la literatura, la completa, y colabora en la creación propiamente dicha. O, como decía, Conrad, el autor sólo escribe la mitad del libro, de la otra mitad debe ocuparse el lector. Siempre llego a la conclusión de que los mejores lectores son aquellos que en teoría son también, aunque no lo pongan de manifiesto, buenos escritores. Digamos que cuando leen es como si lo reescribieran de algún modo en la imaginación".