Para cualquier músico, reconstruir su vida a través de las canciones, de las estrofas que justificaron su paso por este valle de lágrimas, debe ser la culminación de una obra, el epílogo con el que alcanzar esa quimera, por naturaleza inconformista, que Bob Dylan dejó escrito en el viento pero que muchos otros bardos han respondido, con no menos personalidad, a través de la fuerza de su intuición y de sus entrañas. Es el caso de Javier Krahe (1944-2015), ejemplo incorruptible de cantautor que puso su inconmensurable talento al servicio de temas como Marieta, Cuervo ingenuo o La hoguera. Herido por la levedad del ser, un día imitaba a Bobby Fischer y otro paseaba su triste figura por Zahara de los Atunes como un paisano más.
Federico de Haro (Madrid, 1984), consciente de la altura del personaje, ha indagado con olfato periodístico y rigor espeleológico el rastro vital y artístico dejado por Krahe a través de 60 entrevistas y más de 200 horas de grabación. Siempre de la mano de su sarcasmo envenenado y del azote de sus rimas, De Haro escala en este volumen, verso a verso, por los acontecimientos que lo convirtieron en el enemigo público número uno del dogmatismo. El impacto de la mística de Leonard Cohen, el sentido crítico y rigor métrico del chansonnier George Brassens, el encuentro con Chicho Sánchez Ferlosio, Alberto Pérez y, muy especialmente, con Joaquín Sabina en escenarios como el Aurora o la Mandrágora (la “otra Movida”) lo pusieron en el pedestal que detestó hasta su muerte en Cádiz hace casi seis años.
Este Ni feo, ni católico, ni sentimental era imprescindible para sacarlo de la marginalidad e incluirlo entre los grandes de nuestra música. Aunque como ironiza en una de las canciones desconocidas (quien sabe si a modo de epitafio) que publica De Haro, El canto de un duro, “el destino / mejor que me podéis dar / es gastarme en un buen vino, / que aún lo puedo pagar. / Y con esto aquí termino”.