Pensador rabiosamente individualista, Sören Kierkegaard (Copenhague, 1813-1855) pertenece, como Nietzsche, a la estirpe de esos espíritus inquietos que supieron avistar la crisis espiritual del mundo moderno y reaccionaron a las abstracciones que lo colonizaban con una enmienda a la totalidad, situando la propia existencia como referente privilegiado de su reflexión. Nietzsche contrapuso una visión trágica de lo real a la desvaída cristiandad de su tiempo. Kierkegaard quiso inyectar el sentimiento trágico en el corazón del cristianismo, para rescatarlo de su asimilación a un blando humanismo amoldado a las convenciones del momento.
El desafío a una época tan arrogantemente confiada en la razón era grande. Y fue costoso. A él consagró Kierkegaard su corta e intensa vida, hasta consumirla por entero: gastó la herencia familiar en financiar la publicación de sus libros y en disponer del tiempo libre necesario para escribirlos. Al margen de sus frecuentes paseos, rehuyó un mayor trato humano. Se privó de viajes para no entretener la mente con nuevos pensamientos. Y en 1841 rompió su compromiso matrimonial con la joven Regine Olsen, a la que apenas un año antes había declarado su amor, incapaz de aunar su vocación con la entrega al mundo.
La herida de esa decisión lo acompañó siempre, torturándole a menudo; pero también supo extraer de ella el fuego apasionado en el que arde su filosofía. Anticipo del existencialismo, la suya es una vibrante meditación sobre la angustia inherente a la libertad humana. En textos como O lo uno o lo otro o La repetición, disfraza el conflicto interno nacido de su ruptura sentimental encarnando a diferentes personajes con opiniones dispares y apurando paradojas, que revelan a un genial escrutador del alma. En Temor y temblor, una de sus obras más emblemáticas, sublima su renuncia a través de una imponente exégesis del sacrificio de Abraham, ejemplo supremo de lo que la razón no puede entender ni aprobar.
En esta biografía Carlisle narra con talento el modo en que las cuestiones filosóficas se hicieron para Kierkegaard cuestiones vitales
No es fácil contar una vida así, tan caleidoscópica en su interior, pero escasa de acontecimientos externos tras su frustrada historia de amor. Clare Carlisle (1977), profesora de filosofía y teología en el King’s College de Londres, suple los hechos con talento literario, mediante una atractiva narración del modo en que las cuestiones filosóficas se vuelven cuestiones vitales en el pensador danés. La pregunta acerca de cómo puede un ser humano vivir en este mundo y ajustarse a sus expectativas sin dejar de ser fiel a sí mismo es la clave que persigue con sutileza su biografía.
Acierta Carlisle con la metáfora del tren para hablar de alguien que dijo que “aunque la vida pueda comprenderse mirando hacia atrás, debe vivirse hacia delante”, así como al concentrar su relato en torno a tres momentos que condensan su periplo vital, sin seguir un estricto orden cronológico. La primera parte comienza en 1843, con Kierkegaard ya formado filosóficamente, regresando de Berlín a su Copenhague natal, en plena redacción de Temor y temblor. La segunda lo muestra cinco años más tarde, alcanzada la madurez, contemplando la extensa obra producida en tan corto periodo de tiempo y agobiado por la sensación cada vez más aguda de una muerte inminente. La tercera describe de forma conmovedora sus últimos días, agotado por el trabajo y su batalla con el mundo.
Carlisle pone en boca de su editor su indisimulado deseo de escribir “una biografía kierkegaardiana de Kierkegaard”. Lo logra en el sentido positivo de empatizar lo suficiente con este Sócrates de la cristiandad como para hacernos sentir los vaivenes de su agitada búsqueda espiritual, su soledad y tormento, su ingenio y ambición. Pero también en un sentido menos positivo. Del mismo modo que el pensador danés mantuvo separadas las esferas estética, ética y religiosa como distintas formas de existencia, pasando de una a otra con saltos abruptos, sin establecer una mediación entre ellas, Carlisle excusa demasiado las deserciones y extremismos de Kierkegaard.
Así, prescinde de un análisis más minucioso de su atribulada infancia, donde podría hallar una explicación bastante plausible a algunos rasgos de su compleja personalidad, y elude una crítica más contundente de sus gestos misóginos y elitistas. Pese a estos detalles, el libro cumple su objetivo fundamental, despertar nuestro interés por una figura tan fascinante como poco atendida en la actualidad, y se lee con agrado.