Pocos están en disposición de obtener resultados tan dúctiles para la lengua castellana como los que caracterizan la prosa de Alan Pauls (Buenos Aires, 1959), cuyas larguísimas frases resultan de una naturalidad menos intrincada que minuciosa: difícil resistirse al ritmo que imprimen. En La mitad fantasma, Pauls narra una historia de amor para mostrar el contraste entre las costumbres del siglo XX, apenas supervivientes hoy en calidad de superstición, y el nuevo marco mental, económico y cultural del XXI.
El protagonista es Savoy, un porteño cincuentón de finanzas brumosamente despejadas, tiempo libre y tendencia obsesiva; ella es Carla, una joven que vive de casa en casa y de continente en continente, sin dinero, exploradora de las posibilidades que internet ofrece a quienes dan por bueno el mantra de la precariedad como aventura. Se conocen por azar, tienen un flechazo, luego Carla sigue con su ruta internacional de hogares que cuida a cambio de alojamiento. Les queda el vínculo de la pantalla.
Por supuesto, no será fácil. Él acarrea ideas como “noviazgo”, “enamoramiento” o “pasión”; ella está a otra cosa, cómoda en los encuentros digitales, la multiplicación de las realidades que habita, la escisión de Su Propia Vida en un número de vidas infinitas que no se comprometen entre sí… En definitiva, él es turista de internet, ella una nativa.
Me he reído desaforadamente con La mitad fantasma, un libro lleno de hallazgos como esta descripción del malentendido entre los amantes: “Sus órbitas, atmósferas y tiempos eran tan distintos, tan remotos, tan intraducibles entre sí, como el de una flapper ebria y un mujik enamorado de su arado”. A veces, la comicidad se concentra en un simple adjetivo inesperado, por ejemplo “sublingual”, aplicado a elementos arbitrarios de la realidad (en el caso propuesto, se refiere a la “sedación” que produce aguantar a un cuñado tocando la guitarra en domingo).
Esta novela trata sobre el deseo, gran combustible del siglo XXI virtual, que genera información pero no gravedad
El humor deriva del contraste saturadísimo entre Carla y Savoy, pero también del que se produce entre el estilo de Pauls y la realidad nómada que retrata. Savoy tiene un marcado espíritu voyerista, hasta el punto de que se introduce en las webs de segunda mano por el placer de acudir a la casa del vendedor a otear vidas ajenas; en este sentido, está preparado para gozar en el entorno virtual. Sin embargo, también tiende a paladear el detalle, a dar vueltas psicológicas y afectivas en torno a lo que ve y toca, y eso marca un ritmo incompatible con la velocidad indiferente de los deseos que nacen y se diseminan en la red.
Arraigo versus desarraigo, sedentarismo contra viaje, analógico frente a digital… Carla detesta que la gestión del tiempo deje “restos” desocupados, Savoy vive en esos restos. Savoy siente curiosidad por casi todo, por eso se ha construido una vida local y minúscula, intensiva; Carla apenas siente curiosidad por nada, por eso circula por territorios, hogares y relaciones con asepsia jovial, parece un metadato. Arrasado por su propia obsolescencia, Savoy se dirige a un destino que dejará escaso consuelo al lector.
Así, La mitad fantasma es también una novela sobre el deseo, el gran combustible del siglo XXI virtual. Un deseo que tiene permitido ser intenso, pero no encontrar anclaje; acumular, pero no concentrar; generar información y “experiencia”, pero no gravedad. Pauls no emite juicios sobre el nuevo paradigma, sino que lo describe desde un enfoque indirecto, cómico y cruel. Gran libro.