Son muchas las circunstancias que unen a las dos autoras convocadas hoy. Para empezar, ninguna tenía en mente su ópera prima sino que en ambos casos surgió casi por azar. Ana Iris Simón (Campo de Criptana, Ciudad Real, 1991) trabajaba en VICE España, y allí escribió un artículo sobre cómo había sido la vida de su madre y sus tíos en una familia de feriantes en los años 80. “La pieza fue bien en redes sociales y llegó a manos de Eva Serrano, editora de Círculo de Tiza. Le gustó y me encargó que tirara del hilo, con infinita generosidad y confianza”, recuerda.
Al principio iba a ser una historia de la feria y los feriantes en España a través de su propia familia, pero mientras escribía murieron un tío y su abuela Mari Cruz, que no eran feriantes. “Y me di cuenta entonces de que ellos, campesinos muy apegados a la tierra y las costumbres, también encarnaban, como los feriantes, una España que ya no era, que estábamos perdiendo”. Así nació esta Feria (Círculo de Tiza) que lleva meses arrasando en las listas de los más vendidos.
El caso de Irene Solà (Malla, Barcelona, 1990) es también sorprendente: tras estudiar Bellas Artes en Barcelona y Reikiavik hizo un Máster de Literatura, Cine y Cultura Visual en la Universidad de Sussex y en ese contexto, estudiando e investigando sobre narrativa y “lo que los ingleses llaman storytelling” empezó a escribir por las noches Los diques (Anagrama), “jugando mucho, investigando y exprimiendo todas las posibilidades de la imaginación y de las palabras”. Cuando terminó, lo presentó al Premio Documenta, lo ganó, y… el resto es historia, como lo es que su segunda novela, Canto yo y la montaña baila, conquistó el Premio de Literatura de la Unión Europea.
Pregunta. Las dos, con propuestas concomitantes, han irrumpido con éxito en el panorama literario. ¿Les sorprende el revuelvo que han causado? ¿Qué creen que es lo que más ha descolocado y fascinado al crítico y al lector?
“En 'Feria', donde unos han visto reflejado su amor por sus familias otros han intuido un 'manifiesto neofalangista'". Ana Iris simón
Ana Iris Simón. Me sorprende y me conmueve que el libro haya tenido tan buena acogida. Cuando estaba escribiéndolo tenía la sensación de estar haciéndolo para mi padre, para que me leyera él y poco más. El revuelo ni me sorprendió ni me sorprende: era consciente desde el principio de lo que escribí y de que, convenientemente sacado de contexto en frases y citas troceadas, generaría escándalo. Tampoco me ha sorprendido la diferencia en la interpretación entre la mayoría de los lectores y algunos opinólogos que viven en / se dedican a Twitter, la meca de la descontextualización y el troceo: donde unos han visto un relato costumbrista y reflejadas a sus propias familias y su amor por ellas, sus vivencias o sus conversaciones, otros han intuido un “manifiesto neofalangista”. Ha sido gracioso, también, porque en el libro hablo de la distancia entre las élites mediáticas, académicas y políticas y el pueblo —los tabernarios de Tezanos— y de la banalización del término fascismo, de que si todo es fascismo nada lo es. Así que supongo que hay quien se ha sentido atacado, y no está mal: pensar es pensar contra alguien, que decía Gustavo Bueno. Y escribir también.
Irene Solà. Cuando estaba escribiendo este libro no me imaginaba ni pensaba en la recepción que iba a tener, pero creo que se nota que me lo pasé muy bien, disfrutando muchísimo del proceso de investigación y creación y tal vez eso se trasmita al lector.
El pueblo y lo universal
P. Las dos abordan en sus libros el entorno en el que crecieron, sus recuerdos de infancia… ¿Hasta qué punto marca esta época a un escritor y conforma su literatura?
I. S. Los diques se desarrolla en un entorno que bien podría ser Malla, el pueblo en que nací y crecí. Fui muy feliz en mi infancia pero tenía la sensación de que si quería escribir debía ver mundo, porque era en los grandes lugares donde pasaban las cosas verdaderamente importantes y universales. Me marché con 18 años y recorrí medio mundo, pero me fui dando cuenta de que todos los relatos son igualmente relevantes y de que podía escribir una historia totalmente universal y contemporánea que se desarrollara en un pueblo como Malla. Empecé a girar la mirada y a darme cuenta de que el contexto del que procedía me interesaba para las historias que necesitaba narrar.
"Tras mucho viajar comprendí que podía escribir una historia totalmente universal y contemporánea que se desarrollara en mi pueblo". Irene Solà
P. Sus novelas exploran y critican el desfase entre su generación y la de sus padres. ¿Cuáles han sido esos grandes saltos, dónde está la brecha? ¿Cuánto hay de nostalgia por un pasado quizá mitificado?
A. I. S. Mi intención nunca ha sido criticar la brecha entre mi generación y la de mis padres o abuelos sino el sistema capitalista y la pérdida de poder adquisitivo de unos —nosotros— respecto a otros —ellos— en un modelo que nos dice que la cosa solo puede ir a mejor y que el progreso es, como dice el Foro de Davos y no precisamente en un sentido marxista, “no tener nada y ser feliz”.
Conversos del Dios progreso
Torrencial, Ana Iris Simón recuerda que se le ha reprochado que envidie la vida de su madre aunque hace treinta años las mujeres parían sin epidural, “y es cierto, pero también lo es que los salarios de los jóvenes en España son un 50 % más bajos que los de sus padres en los 80”. Y dice más. Que no hay mitificación alguna del pasado en recordar las condiciones materiales de ayer y compararlas con las de hoy, ni en decir que la disolución de las comunidades ha traído consigo una ola de soledad, y estamos más tristes que nunca. Que es ridículo pensar que todo lo de mañana será mejor, y que “como creyentes en el Dios progreso, lo que fundemos como hombres modernos será a la vez superador de lo anterior y definitivo, sintiendo que la rueda se parará después de nosotros. Pero cuando uno se está acercando a un precipicio, escribía C. S Lewis, lo más progresista es dar dos pasos para atrás. Lo contrario es una hostia descomunal en nombre de no se sabe muy bien qué”.
“El concepto de la España vaciada me queda muy lejos, no forma parte de mi imaginario ni de mi contexto”. Irene Solà
I. S. A mí, en realidad, más que explorar o criticar desfases generacionales, me interesa investigar alrededor de la continuidad, de la memoria, qué historias han sobrevivido, cómo las hemos contado, cómo han pasado de generación en generación ciertas maneras de ver, de decir, de imaginar el mundo, qué ha sobrevivido de la manera como mirábamos la realidad hace mucho tiempo, cómo nos relacionábamos con ella y cómo lo hacemos ahora. Por eso he explorado mucho la narrativa oral, lo que nos han contado y aún nos contamos. Y por eso, mis novelas intentan hacerlo, no solo desde muchos puntos de vista para entender muchas maneras distintas de vivir o de contar los mismos territorios, los mismos espacios, las mismas historias, sino también con una perspectiva temporal muy amplia que permite sentir qué ha pasado en un mismo lugar no en un par de generaciones sino en muchas más, en muchas más vidas.
P. ¿Cuánto hay de real y cuanto de moda en la reivindicación de la España vaciada desde el punto de vista cultural?
I. S. La verdad es que el concepto de la España vaciada me queda muy lejos, no forma parte de mi contexto ni de mi imaginario, de lo que investigo o sobre lo que yo escribo porque intento explorar y hacer preguntas desde el ahora, un ahora crítico, feminista.
A. I. S. Yo tampoco te sabría decir, la verdad. Tiendo a pensar que la mayoría de la gente que produce cultura lo hace de corazón, así que supongo que hay mucho más de real que de moda impostada. Me parece más interesante pensar en cuánto hay de moda en las medidas gubernamentales respecto a la España vacía, por ejemplo. Una de las medidas estrella de hace unas décadas ante el vaciamiento de las capitales de provincia, leía en Contra la España vacía de Sergio del Molino, fue invertir en museos de arte contemporáneo y en festivales de cine en ciudades con cada vez menos gente —y menos artistas— y sin salas de cine. Y me parece un ejemplo muy representativo de cómo concibe el poder a lo que ahora se ha dado en llamar “el rural”.
Civilizando a los bárbaros
P. Ambas retratan una España olvidada pero más real y vulnerable de lo que muchos quisieran admitir: ¿qué les parece esa suerte de agropijismo cultural que parece imponerse?
I. S. Mi sensación es que yo no he retratado nada olvidado. O mejor, ¿olvidado por quién, por qué? Como os contaba, nací en Malla, un pueblo de la comarca de Osorna de 260 habitantes en el que la mayoría se dedica al campo. Me marché, pensando que necesitaba grandes escenarios para mis historias universales, y ahora vuelvo a vivir allí. Por eso, el concepto del agropijismo cultural no lo tengo muy claro, mis vecinos no son ese tipo de personas. En realidad, en el contexto donde vivo hay muchos temas de los que hablar, como el del relevo generacional. Por otra parte, desde mi forma de trabajar y de escribir, me interesan las historias desde muchas perspectivas, y el tiempo entendido como algo muy extenso, y mi sensación es que cambios ha habido desde siempre y muchas, muchas veces, tanto en el contexto de lo rural como en el contexto de lo urbano, y en los contextos intermedios, no estrictamente urbanos o rurales, porque todo esto no dejan de ser etiquetas que no encajan siempre perfectamente.
“No creo que haya una ola de agropijismo sino que nos gusta mucho mirar la realidad como si fuera un vídeo”. Ana Iris Simón
A. I. S. No creo que la España que retratamos —la de las provincias, la de lo que hay más allá de la urbe— sea una España olvidada, sino solo mediática y literariamente orillada, pero eso se ha revertido: muchos de los libros más sonados en España en los últimos años hablaban del rural, de María Sánchez a Del Molino pasando por Daniel Gascón o nosotras. Tampoco creo que haya una ola de agropijismo sino que nos gusta mucho mirar la realidad como si fuera un vídeo de Pantomima Full porque, además de divertido, nos simplifica la vida. Ahora bien: los que se van pensando que el campo es una arcadia feliz o que se vuelven al pueblo como entes civilizadores de los bárbaros y con sus lógicas progres y urbanitas están jodidos.