“Soy un maestro bueno de verdad, desnudo la mitad del tiempo, con grandes destellos azules de comunicación”, escribía Allen Ginsberg (1926-1997) a Lionel Trilling, su mentor en el Departamento de Inglés de la Universidad de Columbia, en mayo de 1956, no mucho antes de la publicación de Aullido. Ginsberg, que estaba a punto de cumplir 30 años, acababa de dar clase por primera vez, en calidad de sustituto, como un “gorila visitante” (según él mismo, por supuesto) en la Universidad Estatal de San Francisco.
Como era de esperar, Trilling no quedó complacido ni con la carta ni con Aullido, que encontró, a pesar de su evidente intención de escandalizar, “soso, todo prosa, todo retórica”, falto de la “voz real” que había oído y alabado en anteriores obras de Ginsberg. ¿Por qué, parecía preguntar Trilling, un joven con talento que había hecho algunos progresos tutelado por expertos en el camino hacia la mediocridad bien remunerada, iba a desviarse voluntariamente hacia la tierra de nadie de un territorio merecidamente inculto?
Esta es la pregunta a la que Las mejores mentes de mi generación. Historia literaria de la Generación Beat da respuesta. En una maravillosa hazaña de edición y reorganización, Bill Morgan, viejo amigo y biógrafo de Ginsberg, ha condensado el centenar de clases que este dio en los cinco cursos sobre la Generación Beat que impartió entre 1977 y 1994. En total son 2.000 páginas de transcripciones en un texto compacto y a menudo hechizante, que preserva intacta la historia del movimiento literario que el poeta capitaneó, promovió y nunca dejó de encarnar. Ginsberg creía, como le escribió Kerouac en 1952, que “nuestra clarividencia está conectada”.
El propio título de Aullido era un grito de socorro al servicio de la sala de urgencias, pero el verso más controvertido del poema sigue siendo el primero: “Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas”. ¿Las mejores mentes? Muchos de los que supervisaban la vida intelectual del país pensaron que, de no ser ellos mismos los merecedores de tal galardón, les correspondía a ellos el conferirlo, y no a esos jóvenes que deambulaban “en busca de un chute colérico”. El poema y el histórico juicio por obscenidad que lo siguió convirtieron a Ginsberg en un héroe de la cultura y en un apóstata, tratado en muchos ambientes como un “bárbaro idiota”. Pero el rechazo nunca detuvo a Ginsberg, homosexual e izquierdista confeso en una época en que ambas especies eran perseguidas.
Bill Morgan condensa en este compacto, y a menudo hechizante, volumen el centenar de clases que Ginsberg dio sobre la Generación Beat
No es coincidencia que Ginsberg despegara como poeta y profesor al mismo tiempo. Su proyecto lírico exigía un cambio de reglas. En 1974 fundó con Anne Waldman la Escuela Jack Kerouac de Poesía Incorpórea, en Boulder, Colorado, y dio clases en ella y en otros lugares hasta su muerte de cáncer de hígado en 1997. Ginsberg no quería desechar el canon tradicional, muchas de cuyas personalidades, como Pound y Eliot, veneraba; quería expandirlo, incluir a los que se arriesgaban contando la “verdad personal subjetiva” en el aquí y ahora.
Morgan ha organizado las clases en torno a las grandes figuras que Ginsberg abarca: Kerouac, William S. Burroughs, Gregory Corso y, con demasiada mesura, él mismo. Su costumbre era leer largos extractos de la obra de cada autor y luego comentarlos e improvisar sobre ellos, lo cual convierte a Las mejores mentes… en una especie de antología anotada reunida por un genio erudito de memoria enciclopédica, que realiza lo que él denomina, tomándolo prestado de Kerouac, un “control de amor” sobre sus compañeros de armas.
Ginsberg empieza rindiendo un inteligente homenaje a los grandes pioneros del bebop de la posguerra. Sus ritmos más cinéticos e improvisados, extraídos del habla vernácula negra y del flujo y reflujo de la propia conciencia condujeron directamente a la invención por parte de Kerouac de la “prosa espontánea”, un estilo explosivamente lírico de simultaneidad anárquica, el cual, a su vez, hizo posible la irrupción del propio poeta en la originalidad. Ginsberg reivindica, con razón, una fuerte influencia beat en la poesía confesional, el Nuevo Periodismo y las novedosas formas de prosa de finales de la década de 1950 que combinaban la ficción con los hechos y la autobiografía. El monólogo humorístico también fue hermano de la Generación Beat.
Ginsberg reivindica la influencia beat en el Nuevo Periodismo y en las novedosas formas de prosa de finales de los 50 que combinaban la ficción con los hechos y la autobiografía
Aunque consideraba a Kerouac el artista más importante del movimiento beat, Ginsberg dedica su reflexión más extensa no a En el camino, sino a su casi olvidada última novela, La vanidad de los Duluoz (1968), una crónica de los inicios de la Generación Beat que Kerouac escribió en un estado de desesperación un año antes de su muerte. Pero la apagada prosa del libro no anunciaba, insiste Ginsberg, el ocaso de su talento; era solo que Kerouac había avanzado más en su camino, había visto la ejecución como su destino, y había encontrado la forma que ello requería.
Ginsberg también hace un hueco a Herbert Huncke, a quien llama “creador” del espíritu beat. Huncke, adicto, chapero y ladronzuelo, introdujo a Ginsberg, Kerouac y Burroughs en el submundo de Times Square. En una audaz jugada de expansión del canon, Ginsberg declara “clásicos” sus bosquejos de los bajos fondos, publicados casi por accidente y vírgenes de referencias literarias. Al celebrar al iletrado Huncke, el autor insinuaba que los profesionales tenían mucho más que aprender de los aficionados que al revés.
Su propia trayectoria profesional consistió en descifrar los secretos tradicionales de su oficio para luego desaprender conscientemente, sin repudiar todo lo que había dominado, a fin de escribir sobre lo que no se había escrito antes. En sus clases, Ginsberg pedía a sus alumnos que olvidaran sus ideas preconcebidas de lo que debía ser un poema o una historia, y buscar, en cambio, la “forma interior” que entreveían más allá “del nivel mental superficial” de lo que conocían. Lo que está más al alcance de la mano suele ser propiedad de otros.
En 1991, Sam Kashner, exalumno de Ginsberg, lo invitó a leer ante un grupo multitudinario en el College of William and Mary de Virginia. Kashner presentó a Ginsberg —quien, a pesar de su enfermedad, seguía siendo el más generoso y sagrado de los ególatras y manifestaba una receptividad eléctrica hacia los jóvenes— como “el padre de mi país”. También del mío.