El enfrentamiento entre los reinos europeos cristianos y el Islam ha sido secular. Desde el siglo XVI hasta el XVIII, la rivalidad tuvo su escenario principal en el Mediterráneo y fue protagonizada por la Monarquía de España, de un lado, y el Imperio otomano y las señorías norteafricanas, del otro. En este periodo y estos antagonistas se centra este libro, que trata de dar al lector una visión sintética de un conflicto total en su planteamiento con implicaciones más allá de lo bélico.
Los Estados no solo se han formado por procesos de unificación y organización interior, sino que también se han construido contra un enemigo, como recuerda Juan Carlos Losada (1957) en este libro. Para la Monarquía, heredera de los reinos cristianos medievales, la lucha contra el viejo rival musulmán seguía viva después de 1492. A su vez, para la Sublime Puerta, que reclamaba el liderazgo del mundo islámico, la pugna contra los Austrias, los de Viena y los de Madrid, ofrecía un principio similar de legitimación político-religiosa. Hubo, evidentemente, más asuntos en disputa entre los dos imperios enfrentados.
Convertido el Mediterráneo en frontera de dos mundos contrapuestos, estaba en juego la geoestrategia de la Europa meridional y el control de algunas de las principales rutas comerciales que conectaban Asia con Europa, precisamente en una etapa de globalización en el cual el viejo mar empezó a conectarse con espacios transoceánicos. Y si lo dicho puede servir para todos los Estados cristianos que estaban concernidos por la lucha contra el turco, España mantuvo un contencioso particular motivado por la cercanía del norte de África, donde tenían sus bases los berberiscos. Estos constituyeron una constante fuente de inseguridad para las costas españolas, así como para las de los territorios italianos de la Monarquía.
Bajo todas estas condiciones, la rivalidad hispanootomana pasó por diversas fases durante los tres siglos objeto de este trabajo. Se alternaron campañas de calado y grandes batallas con operaciones de baja intensidad pero que generaban una constante sensación de inseguridad, como saqueos de poblaciones o apresamientos en alta mar por piratas y corsarios. Ambos contendientes no dejaron de agredirse, respondiendo a los golpes del otro, o al menos se obligaron recíprocamente a mantener la tensión sobre una línea trazada en el mar y en las riberas que bañaba. De ahí que el libro trate principalmente los modos de hacer la guerra en el Mediterráneo, pero no por ello olvide aspectos como el espionaje, la diplomacia, o figuras específicamente nacidas del secular conflicto, como el cautivo, el esclavo o el renegado.
Este soberbio ensayo ofrece al lector la visión de un conflicto geoestratégico que fue más allá de lo exclusivamente bélico
En líneas generales, el siglo XVI fue el periodo álgido del conflicto, por coincidir con el momento expansivo de ambos imperios. Carlos V tuvo suerte alterna en las grandes operaciones lanzadas contra Túnez (1535) y Argel (1541), una victoriosa y la otra fracasada. Felipe II soportó al principio de su reinado duros golpes de los berberiscos coordinados con la gran ofensiva otomana que estuvo a punto de ocupar Malta (1565), además de la sublevación de las Alpujarras, problema interno inevitablemente conectado. Vino luego la batalla de Lepanto (1571), punto máximo del choque; desde entonces la contienda derivó en acciones cada vez menos decisivas, hasta que, por agotamiento mutuo, se negociaron sucesivas treguas y por fin la firma de una paz por la cual la Monarquía y Constantinopla reconocían que ninguno podía derrotar completamente al otro.
Pero el cese de hostilidades entre los imperios no disminuyó la inestabilidad en la zona de fricción más cercana al territorio hispano. En el XVII siguieron los asaltos de piratas berberiscos y los contragolpes a manos de corsarios autorizados por la corona española, así como expediciones preventivas contra las bases norteafricanas. Si el Mediterráneo se convirtió en un escenario secundario para la Monarquía, las necesidades defensivas siguieron comprometiendo recursos humanos y materiales. Esta tendencia se acentuó con el cambio dinástico. Los Borbones relegaron su política en la frontera sur a la protección de los enclaves españoles en África frente a ataques cada vez más frecuentes.
Por fin, la diplomacia consiguió renovar la paz con los turcos (1782) y con Argel en 1786. En definitiva, una larga historia de enfrentamiento, con éxitos y derrotas, que el lector podrá seguir en las páginas de este soberbio libro.