Desde que el nacionalismo catalán se hiciera independentista, el problema teórico de la secesión abandonó la oscuridad de las publicaciones universitarias y pasó a formar parte de la discusión pública española. Durante los largos años del plomo en el País Vasco, vino a entenderse que el uso de medios violentos hacía innecesario cualquier debate sobre los fines de ETA. Y aunque el separatismo catalán tampoco ha sido demasiado escrupuloso a la hora de perseguir sus objetivos, presentarlos bajo el astuto marbete del “derecho a decidir” ha propiciado un intenso debate acerca de la legitimidad democrática de la secesión. Félix Ovejero (1957), intelectual público y científico social afincado en Barcelona, entra de lleno en esa discusión de la mano de este librito breve y enjundioso.
Escrito con una prosa accesible para el ciudadano interesado, se trata de un ensayo de filosofía política que pasa revista a los principales argumentos en favor de la secesión territorial en la democracia. Su vocación analítica y conceptual no implica que el autor viva de espaldas a la realidad política, sino todo lo contrario: el texto está salpimentado de ejemplos bien reales e incorpora datos provenientes de la atribulada circunstancia española.
Este magnífico libro pasa revista a los argumentos a favor de una separación territorial. Quizá no convencerá a nadie, pero puede aclarar las ideas a muchos
Más aún, el autor quiere intervenir en esa realidad y a tal fin sostiene con claridad que “si la democracia y la igualdad nos importan, no hay secesión justificada; si hay secesión, se acaba con la buena democracia y se socava la igualdad” (p. 22). La referencia a la igualdad no es ociosa, ya que Ovejero se adscribe a la tradición del socialismo democrático; aquella que apuesta por tomarse en serio los ideales proclamados por la Revolución Francesa y defiende una concepción republicana de la democracia.
Esto quiere decir que su modelo democrático ideal es el deliberativo: aquel donde el debate público se toma las razones en serio y los ciudadanos defienden menos su interés particular que el bien común. Su repaso de las teorías que justifican la secesión es elocuente: ninguna pasa el corte. De hecho, solo la teoría de la reparación —que autoriza la secesión de aquel territorio que sea víctima deliberada de una agresión permanente— está admitida en el Derecho Internacional.
Hay más: la teoría plebiscitaria, que proclama el derecho a separarse de quien reclame ese derecho sobre la base del principio de autonomía; la teoría adscriptiva, que apela a la voluntad mayoritaria de una nación que se designa a sí misma sujeto de soberanía; y la teoría de la minoría permanente, que reclama el derecho a separarse de quienes carecerán por razones numéricas de la posibilidad de decidir por sí mismos en el interior de una unidad política más amplia.
En la mayoría de los casos, el problema está en la identificación del demos que reclama la independencia. Es una vieja paradoja democrática: ninguna comunidad política puede fundarse democráticamente. Por lo demás, si se dijera que cualquier minoría puede secesionarse, ¿cuál es el límite? Tabarnia era una broma muy seria. Y si vamos a hablar de minorías cuyos derechos son vulnerados, hablemos de los catalanes que no son nacionalistas.
Este magnífico texto no convencerá a nadie, pero puede aclarar las ideas de algunos ciudadanos; es, pues, una bienvenida contribución al debate público sobre el primero de nuestros problemas. Solo cabe reprochar al autor que ponga tanto énfasis en la distinción entre la democracia de mercado y la democracia de argumentos, como si el rechazo de la secesión solo valiera para aquellas comunidades políticas que cumplen escrupulosamente con los estándares del republicanismo.
En realidad, las democracias liberales —como la española— son una imperfecta combinación de ambos tipos ideales: contienen mecanismos de agregación del voto y un principio deliberativo que contempla el cambio en las preferencias de los ciudadanos. Sucede que tampoco en estas terrenales democracias es admisible, hablando en términos prescriptivos, la secesión de parte. Otra cosa es lo que suceda fuera de los libros, donde los movimientos separatistas pueden recabar un apoyo social considerable sea cual sea la calidad de sus argumentos. Esta melancólica constatación no debe llevarnos a pensar que las razones no cuentan, aunque nos lo parezca. Por el contrario, hay que cuidarlas. Y este libro nos anima a hacerlo.