Esta es la historia de cuatro estudiantes que compartieron un piso a su llegada a Madrid, en los años 80, los de la conocida Movida madrileña, para iniciar un proyecto que hiciera real la expectativa depositada en cada uno de ellos uno por sus familias, proyecto del que no tardaron en desvincularse para crear el suyo propio. En realidad, esta es su historia y la de tantos jóvenes que llegaron entonces a la capital con el estigma de padres tradicionales y educación religiosa, que recorrieron la intensidad de su juventud en un ambiente de libertades recién estrenadas y que hoy, treinta años después, rondando los cincuenta y cinco años, buscan el saldo positivo de la amistad vivida, de rencores atragantados, sueños pendientes y decisiones tardías.
Así lo recuerda y así lo recrea el autor de Los años felices, Después de la lluvia y Nunca fuimos héroes (entre otros títulos), Fernando Benzo (Madrid, 1965), en un relato cuyo argumento parece responder a una necesidad vital: escribir la novela de su generación, la crónica de lo vivido por los jóvenes de aquellos años sin escatimar detalles ambientales ni esquivar el tono de nostalgia que emana de dos referencias entonces absolutas: la música y el cine.
Benzo escribe la crónica de lo vivido por los jóvenes de los años de la movida sin esquivar la nostalgia
El resultado es Los viajeros de la Vía Láctea, una propuesta que funciona como el empeño de un escritor, ya veterano y con experimentados recursos, por buscar acomodo para el joven que fue y el hombre que es hoy. No se pueden desvelar demasiados detalles argumentales más allá de indicar que el desarrollo de tal empeño viene propiciado por el encuentro entre dos amigos de aquel tiempo, Javi y Blanca, en el mítico local La Vía Láctea, durante una tarde de conversación entrecortada por el recuento de viejas historias que van dando paso a las voces de otros amigos decisivos en sus vidas. Es, en ese sentido, un relato coral en el que resulta inevitable que el paso del tiempo y los reveses de la amistad sean ejes temáticos a los que se vinculan heridas sin cerrar, ilusiones perdidas.
Es verdad que la lectura tropieza en algunas páginas con reiteradas descripciones y vueltas sobre una idea que no deja de ser interesante, la de que nuestro pasado está compuesto por el peso de “lo que decidimos no hacer más que por lo que hicimos”. También lo es que un oportuno humor distanciador mantiene a raya el riesgo de intensidad nostálgica, y la soltura narrativa del autor resuelve con giros inesperados la recreación de unos años cruciales en el desarrollo emocional del grupo de amigos aquí reunido. El esfuerzo constructivo es innegable, tanto es así que ahí va una última advertencia: aunque el principio de esta historia parece el final, es necesario llegar al final para conocer el principio y entender el resto.