Son varios los títulos narrativos que han ido otorgando crédito novelístico a Alejandro Palomas (Barcelona, 1967), pero el más celebrado fue, sin duda, Una madre (2014). Si lo recuerdan, la voz de Amalia, la protagonista, se adueñaba de un relato construido sobre una envolvente lógica emocional. Después vinieron Un hijo, Un perro, Un amor, el asentamiento de un universo literario labrado con dicha estrategia, el Premio Nadal, en 2018, y ahora un nuevo título: Un país con tu nombre.
De nuevo se revela como gran estratega construyendo un discurso sobre dos personajes cuyas voces constituyen el elemento estructural sobre el que crece el argumento. Una y otra van deconstruyendo lo vivido hasta recomponer los detalles de una escena especial para ambos, porque da sentido a los motivos que explican el momento en el que coinciden sus respectivas historias personales. El escenario es una aldea abandonada en la vive desde hace 30 años viviendo Edith, una mujer de 76 años que lleva cinco inmersa en su duelo personal. Llegó allí con Andrea, su mujer, cuya voz escuchamos a través de la de Edith. Ocurre igual con la de su hija Violeta, que asoma desde la distancia en continuas discusiones entre ambas.
Jon es veterinario, trabaja en el zoo cuidando de una elefanta, y es el otro vecino. Tardó tres años en entablar una relación de amistad con Edith. En realidad es dueño de un discurso nunca dicho, y deberá construirlo y verbalizarlo para poder salir de una verdad que le tiene preso. Cree que “la vida es un logaritmo vivo”, esa convicción y la creencia heredada de su abuelo sobre la idea de pertenencia al grupo de personas en cuyo día a día “nunca pasa nada, hasta que un día pasa todo” constituyen el eje de su relato.
Alejandro Palomas combina con acierto en esta novela realidad y ficción, intensidad emocional y compromiso personal
Hace unos meses la coincidencia del anuncio de que convertirían la aldea en un proyecto turístico con la comunicación del despido de Jon hizo crecer la amistad entre ambos. De ese proceso se ocupa la primera línea de esta novela, y de otros temas que amplían su trasfondo y le otorgan hondura y dimensión colectiva. De nuevo, la acertada manera de enfocar relaciones y situaciones extremadamente humanas tiende el cebo perfecto a quienes necesitan enganchar con un relato desde la primera página.
Quizá esta técnica exponga su registro a cierto desgaste y, consciente del riesgo, incorpore recursos que ensanchen el punto de vista y enriquezcan el trasfondo de lo que cuenta. El caso es que lo que ofrece combina con acierto realidad y ficción, intensidad emocional y compromiso personal. Con tales ingredientes, Un país con tu nombre regala una composición de cuidadas perspectivas, disfrute estético y entretenimiento asegurado. No le faltarán lectores.