Ahora que los dilemas de la transición energética se dejan notar en el recibo de la luz y el Partido Verde alemán se dispone a integrarse en un gobierno federal de coalición con socialdemócratas y liberales, es un momento adecuado para conocer el tipo de organización social que buena parte del movimiento ecologista y no pocas voces fuera del mismo presentan como alternativa al sistema liberal-capitalista. Hablamos, claro, del decrecimiento: un modelo social basado en la reducción drástica de la producción material de las sociedades humanas, que persigue asegurar la sostenibilidad medioambiental y liberarnos de la pulsión consumista.
Fiel a su apuesta por los libros de referencia, Alianza Editorial ha confiado en el profesor Carlos Taibo (Madrid, 1956), hasta hace pocos años Profesor Titular de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, para ofrecer a los lectores españoles una descripción sistemática del decrecimiento que es, a la vez, una apasionada vindicación del mismo. Y si el libro pierde con ello neutralidad valorativa, adoptando por momentos un tono más militante que académico, a cambio gana en una combatividad que algunos lectores encontrarán estimulante.
Lo cierto es que Taibo no esconde sus simpatías en ningún momento. Se trata de convencer al lector de que el decrecimiento es la solución a los problemas del mundo contemporáneo, si bien al mismo tiempo el autor recomienda al decrecentista que trate de “escapar a la arrogancia del que cree saber lo que no saben los demás”. En su caso, la defensa del decrecimiento está ligada a la del libertarismo de izquierda. A su juicio, la contestación del capitalismo tiene que ser hoy “decrecentista, autogestionaria, antipatriarcal e internacionalista”. En ese ambicioso marco, el decrecimiento sería una perspectiva suplementaria antes que una ideología autosuficiente: el autor prefiere decirse “libertario decrecentista” antes que “decrecentista libertario”.
Pero si una sociedad tiene que reducir tajantemente la producción y el consumo, quizá sea ahí donde habremos de buscar su rasgo definitorio: la realización del decrecentismo sería, pues, más sustantiva que adjetiva. Y si bien los partidarios del decrecentismo sostienen que su sociedad ideal no conocería merma de libertad ni de pluralismo, la promesa casa mal con la necesidad de vivir en comunidades pequeñas donde apenas sería posible viajar o consumir. Seríamos más felices, se nos sugiere, porque cambiarían los dioses: sacudiéndonos la alienación capitalista, aprenderíamos a vivir de otra manera. La apuesta, como se puede comprobar, es fuerte.
A juicio del autor, la contestación del capitalismo tiene que ser hoy “decrecentista, autogestionaria, antipatriarcal e internacionalista”
Para sostenerla, Taibo empieza por identificar las deficiencias del crecimiento económico —que dañaría al medio ambiente y la democracia al tiempo que, para ceguera del PIB, nos hace infelices y desiguales— antes de desgranar los elementos distintivos del decrecentismo. El decrecentismo tiene algo de cajón de sastre: se nos habla de reparto del trabajo, ocio creativo y sencillez voluntaria; de economía de los cuidados, agricultura ecológica y soberanía alimentara; de los bienes comunes y del buen vivir.
Pero también de desmercantilizar una sociedad excesivamente compleja y de la necesidad de dar ejemplo moral a los países emergentes antes de poder exigirles que no crezcan. Y aunque Taibo evita idealizar a los pueblos primitivos, añora los años 60 del siglo pasado y da por seguro el colapso inevitable de las sociedades capitalistas. Así, el decrecimiento sería un medio para evitar el colapso, pero también el único tipo de sociedad viable después del mismo. Es una tensión argumental típica del decrecentismo: en ningún momento se nos aclara si estamos ante la única manera de evitar una crisis civilizatoria o solo ante un modelo social deseable a ojos de sus partidarios.
Se dice en este libro que el decrecentismo no es triste ni sombrío. Los que compartan las premisas ideológicas del autor estarán de acuerdo; más difícil será convencer a quienes tienen una visión menos apocalíptica de la sociedad contemporánea. Si no hay colapso, cosa que el autor da por supuesta, el decrecentismo parece una aspiración poco realista. Es mérito del autor intentar persuadirnos con brillantez de lo contrario.