Como profesor universitario y crítico literario, José Antonio Gurpegui (San Adrián, Navarra, 1958) conoce a fondo el andamiaje técnico de una creación novelesca. Lo puso en práctica con un primer título narrativo, Dejar de recordar no puedo, una suerte de autoficción que no enmascaraba la carga autobiográfica sobre la que construía un argumento versado, en esencia, en asuntos relativos a relaciones personales, ambiciones profesionales y frustraciones inherentes a la propia condición humana.
En esta segunda propuesta, Ninguna mujer llorará por mí, de nuevo hay que reconocer no tanto la originalidad de una trama urdida sobre un argumento convencional de interés relativo (pues no deja de ser la búsqueda de una razón que justifique la ausencia de la figura del padre) como la intención de narrar el propio proceso narrativo de la búsqueda y el encuentro, unida al esfuerzo constructivo por contar una historia encuadrada en otra.
La primera arranca del Madrid de 2019: una mujer de cuarenta y cuatro años, miembro de una familia del barrio de Salamanca, nieta de militares, tres hijos, esposa de un marido dedicado a negocios inmobiliarios, reencuentra en un pasillo de la universidad en la que imparte docencia a un viejo conocido que le conduce hasta el hospital donde agoniza su padre el mismo día de su muerte.
El mayor interés de esta novela radica en su construcción y en lo que aporta de historia social
La única noticia que ha tenido de él en toda su vida es que le abandonó el día de su nacimiento, un 20 de noviembre de 1975, el mismo día que murió Franco. Fue entonces cuando dio comienzo la segunda historia, la de su madre embarazada de ella, enamorada entonces del hijo de un anarquista, la de ese joven obligado a abandonar el país y convertido con el tiempo en un reconocido fotógrafo de guerra, la de ambas familias en aquel contexto y la secuela de víctimas que todavía pervive.
Es este relato el que despierta interés por su construcción y por lo que aporta de historia social y de cambios de mentalidad y de rumbo político desde el final de la dictadura hasta las últimas elecciones. Pero es la estrategia de dosificar la información la que impregna de ritmo el relato y acrecienta su interés. Para ello Merche debe rastrear las cartas que su padre le escribió, cada cinco años, en la fecha de su cumpleaños, y que dejó en el país en el que cubría el conflicto político de ese momento: el Caribe, México, China, Rusia, Nicaragua, París, Gaza.
Estos viajes van del presente al pasado y amplían la perspectiva del argumento incluyendo múltiples puntos de vista sobre el personaje y sus razones, además de añadir intensidad a la aventura que mueve a la protagonista en su búsqueda de respuestas. Ahí reside la razón de mayor peso para su lectura.