España es un país pródigo en energúmenos. No utilizo el calificativo para expresar desprecio, sino para certificar un hecho. Según su etimología griega y latina, el energúmeno es un poseído, alguien con una fuerza interior que le impulsa a conducirse con vehemencia. Para los griegos, esa agitación procede de la presencia de un “demonio”, al que no se concibe como un genio maligno, de acuerdo con la tradición judeocristiana, sino como un “dios”. El “demonio” de Sócrates, un energúmeno para sus conciudadanos, es una inspiración divina que incita a buscar implacablemente la verdad, una actitud que suele suscitar perplejidad, incomprensión y malentendidos. España cuenta con grandes figuras con ese talante: Unamuno, Rafael Sánchez Ferlosio, Gustavo Bueno y Antonio Escohotado, que acaba de morir con ochenta años.

De joven Escohotado fantaseó con alistarse en el Vietcong, pero ya en su vejez se alineó con el liberalismo, criticando ferozmente la utopía comunista. El filósofo explicó esa evolución alegando que ya no pretendía ser “original e ingenioso”, sino “sabio y ecuánime”. En su obra Los enemigos del comercio, una historia moral de la propiedad, dividida en tres volúmenes publicados entre 2008 y 2017, y, según su autor, “el libro de mi vida”, critica la idea de que “la propiedad privada es un crimen y el comercio su instrumento”. Esa perspectiva no brota en los albores del capitalismo, sino en la Antigüedad, cuando la secta esenia interpreta el sexto mandamiento como una condena del comercio por constituir un acto impuro. El Sermón de la Montaña corrobora esta lectura, afirmando que algún día los últimos serán los primeros. Se establecen de esta manera las bases de una interminable guerra de clases que culminará con el comunismo, una ideología responsable de una de las matanzas más apocalípticas de la historia. 

Escohotado adquirió una enorme fama con su Historia general de las drogas, un ambicioso trabajo de 1.500 páginas publicado en 1983, cuando la heroína causaba estragos en todo el orbe, planteando el debate sobre la posible legalización de las sustancias psicotrópicas ilegales para acabar con las mafias, los delitos asociados al consumo y las muertes por adulteración o sobredosis. Tras un minucioso estudio histórico y filosófico, Escohotado abogaba por la legalización y normalización de las drogas, apuntando que en el pasado el alcohol y el café habían sufrido absurdas prohibiciones que se habían utilizado para incrementar el control de la población mediante el poder político.

Adoptando una línea similar a la de Michel Foucault, Escohotado reprobaba que el Estado legislara sobre el cuerpo, borrando las fronteras entre lo público y lo privado. Las drogas podían utilizarse para mejorar la comprensión de la realidad o para provocar alteraciones de conciencia con un poder catártico. Para los tracios, la ebriedad era una forma de comunión con lo divino. Escohotado defendía el uso razonable de las drogas como una forma de exploración interior, encuentro con los otros o mero entretenimiento. Basaba su postura en una amplia experimentación con las drogas legales e ilegales. 

Han pasado muchos años desde que leí Historia general de las drogas y los apéndices que ampliaron la obra, pero no he olvidado los comentarios de Escohotado a propósito del haloperidol, un fármaco antipsicótico. Tras probarlo y sufrir un cuadro de estupor que le impidió hasta escribir, se lamentó de que una sustancia así fuera legal y otras menos tóxicas se hallaran sujetas a prohibiciones. Es un razonamiento inconsistente, pues el haloperidol es un bloqueador no selectivo de los receptores de dopamina concebido para acabar con los síntomas psicóticos, como las alucinaciones auditivas, los estados de pánico o la agitación psicomotriz.

Al igual que la insulina en el caso de los diabéticos, solo está indicado para los pacientes sumidos en un brote psicótico. No sé qué efecto causará una inyección de insulina en una persona no diabética, pero no hace falta ser médico para saber que un fármaco puede ser muy perjudicial si se consume sin necesidad. Historia general de las drogas es una obra valiosa por su exhaustiva investigación histórica y filosófica, pero sus tesis son tan discutibles como las de Foucault, que describió la locura como una invención del poder alumbrada para reprimir y marginar a los sujetos con actitudes subversivas. 

Escohotado no llegó tan lejos como Foucault, que llegó a pedir la despenalización de la pederastia, pero consideró inaceptable que el derecho invadiera el terreno de la moral, criminalizando la pornografía, la blasfemia o la prostitución. Admirador de Thomas Szasz, abogó por la legalización de la eutanasia, reivindicando el derecho a morir dignamente. Autor de una vasta obra, Escohotado escribió sobre metafísica, política, teoría del conocimiento, filosofía de la ciencia, derecho, sociología y otras ramas del saber. Nunca llegó a sistematizar su pensamiento, pero sus puntos de vista le situaron inicialmente en el ámbito del anarquismo o, más exactamente, del espíritu ácrata. Muchas veces se reivindicó como un libertino, incómodo con su posición de profesor universitario. Cuando en sus últimos años se declaró liberal, provocó la desilusión de los que le habían convertido en un icono de la contracultura.

A pesar de sus biografías diametralmente divergentes, Escohotado pertenece al mismo linaje que Ernst Jünger, al que nunca escatimó elogios. Ambos son pensadores emboscados, que observan y comentan la realidad desde la perspectiva de un individuo soberano, es decir, desde la libertad más beligerante. Para los dos, no hay nada más inaceptable que vivir con miedo. En guerra con el gregarismo, Escohotado reivindicó el carácter intempestivo del pensamiento. Podemos no estar de acuerdo con sus tesis, pero debemos reconocer que siempre nacieron de una saludable actitud de insumisión existencial. Frente al nihilismo y la intolerancia, Escohotado se pronunció a favor de la vida y la rebeldía. Poseído por un “demonio”, habló con la misma irreverencia que Sócrates, desafiando a los partidarios de la prudencia y la moderación. Incorrecto hasta el punto de decepcionar a sus acólitos, echaremos de menos esa voz estragada por su desmedida afición al tabaco y su interminable lucha interior. 

@Rafael_Narbona