Cuenta la General estoria acerca de los orígenes de Roma que Numa Pompilio no fue guerrero, pero que no resultó a la ciudad de menos provecho que Rómulo, que peleó contra sus vecinos y ensanchó el reino, pues Numa dio leyes a los romanos, que antes eran “como bárbaros”. Resulta tentador leer este pasaje como un trasunto de la visión que de sí mismo tenía Alfonso X en comparación con su padre, Fernando III, conquistador de Córdoba y Sevilla. Las miles de páginas que Alfonso promovió en el ámbito legislativo, historiográfico y científico le valieron el sobrenombre de “el Sabio”, si bien este título solía aplicarse a los iniciados en la astrología.
Pero, ¿quién fue realmente Alfonso X y con qué cartas entra en la historia el infante que nació en Toledo un día de San Clemente de 1221? Por la exhumación de su cadáver, mediado el siglo XX, era de no pequeña estatura, acaso herencia de los Hohenstaufen, por parte de su madre Beatriz de Suabia. Nos viene a la memoria Federico II Hohenstaufen, tío segundo de Alfonso, fundador de la Universidad de Nápoles, que se rodeó de sabios hebreos y musulmanes, y, como el rey castellano, promotor de traducciones sobre el saber de las estrellas.
El rey Sabio era hombre de personalidad compleja, no exenta de contradicciones. Promovió el código legal de las Siete partidas, pero, en las cortes de Burgos de 1276, los partidarios de su hijo Sancho lo acusaron de haber mandado matar a su hermano Fadrique “a dessafuero”. Excelentes pasajes de sus obras señalan el “debdo” u obligación que hay entre padres e hijos, mas las relaciones con el futuro Sancho IV fueron tormentosas desde que nombró heredero al trono, de acuerdo con lo dispuesto en las Partidas, a su nieto mayor, hijo de su primogénito Fernando “el de la Cerda”, muerto en 1275. El rey cambió las disposiciones legales, pero las relaciones entre padre e hijo nunca se recompusieron, y las cortes de Valladolid de 1282 destituyeron a Alfonso X. El rey perdonó a Sancho un año antes de morir abandonado de todos, casi ciego y con la cara deformada por un tumor o infección.
Era un hombre de personalidad compleja: promovió un código legal pero fue acusado de matar a su hermano
Desde nuestro siglo, cuesta imaginar que, en medio de tantas desgracias, un rey en permanente conflicto con la nobleza encontrara el sosiego necesario para dedicar largas horas al estudio, como atestigua su sobrino don Juan Manuel. El propio Alfonso nos da una clave sobre el origen de ese interés por el conocimiento: “natural cosa”, nos dice el prólogo de la General estoria, es querer saber los hombres los hechos que sucedieron en todos los tiempos.
Y esta curiosidad no tiene límites. Así, el propósito de la historiografía es dar cuenta de los hechos “señalados”, pero tirando del hilo de los acontecimientos se pasa de una fuente a otra. Ni siquiera las noticias fantásticas dejan de recogerse; siguiendo a Plinio, se dice que hay hombres con un solo pie, o que son de tan poca memoria que lloran cuando se pone el sol porque creen que no va a volver a salir. Es muy improbable que los colaboradores alfonsíes las creyeran, pero ¿cómo resistirse a consignarlas?
Lo habitual en la historiografía latina era que los hechos de los “gentiles” se redujeran a unas notas detrás de las narraciones extensas que proporcionaban la Biblia y sus exégetas. Ahora la historia de los demás pueblos cobra gran peso, se entrevera con la bíblica e, incluso, se iguala a ella en un portentoso pasaje que identifica el episodio de la torre de Babel con la gigantomaquia de las Metamorfosis de Ovidio, “la Biblia de los gentiles” en palabras alfonsíes.
Cuanto hay en el universo es digno de estudio, pues se piensa que el microcosmos y el macrocosmos están conectados, que los planetas ejercen una influencia sobre las propiedades de las cosas, potenciándolas o aminorándolas. Dice el prólogo del Lapidario que nada hay en la tierra que no esté figurado en el cielo, y así las constelaciones son figuras o agrupaciones de estrellas, como la de Centauro o Cantoriz, en las fuentes árabes. Fue esta una vía de conocimiento, con aplicaciones en ámbitos como la navegación y el cómputo del tiempo, pues no toda la astrología está orientada a formular “juicios” y señalar el momento propicio de una acción a partir de la posición de los planetas. Otra rama hubo meramente empírica: las Tablas alfonsíes describen el cielo de Toledo desde 1262 a 1273, y sirvieron durante toda la Edad Media para establecer la latitud de un punto terrestre.
Los textos alfonsíes nos transmiten una imagen del hombre y del mundo amplia y sutil, de su tiempo y del anterior
Alfonso X se adentró en el terreno de la magia negra. Resulta inquietante el Libro de las formas e imágenes que son en los cielos, obra que parece que llegó a terminarse, pero de la que solo se conservan los dos cuadernos del índice. Hay sortilegios de gran crueldad, como “fazer morir los niños ante que los viejos”. Y es que el rey Sabio nunca quiso ponerle límites al saber. Las piedras y sus propiedades interesaron también a Alfonso, y el Lapidario identifica 360 de ellas, describe su forma, color, dureza, y señala sus propiedades curativas y efectos perjudiciales. Resulta extraño que no haya ningún tratado alfonsí de medicina, en la estela de los códices del Dioscórides, pero el Lapidario muestra que esta ciencia interesó en la corte del rey.
Los textos alfonsíes nos transmiten una imagen del hombre y del mundo extraordinariamente amplia y sutil, de su tiempo y del anterior. Su obra necesitó de un acopio de fuentes inmenso; se tradujeron textos muy diversos, desde la Biblia a la historiografía árabe; hubo una relectura y adaptación de los autores clásicos, como Ovidio y sus Metamorfosis, o de la Farsalia del cordobés Lucano, obra de la que se hace la primera traducción a una lengua románica. Hay un saber enciclopédico, con vocación de universalidad, pero también con pinceladas de localismo, una verdadera construcción de la historia como relato interpretativo de la realidad pasada, pero que sirve para entender el presente y legislar para modificarlo.
En el ámbito jurídico, las Partidas fueron un corpus legal exhaustivo. Pero Alfonso X no se limita a dictar normas prácticas para la comunidad, sino que va a los fundamentos de la ley; hay detrás de sus norma una filosofía del derecho, que se recoge en el Setenario y en las Partidas mismas. La fundamentación en el derecho romano otorga aspiración “universal” a este proyecto legislativo, frente a la tradición de los fueros locales y señoriales, que socavan el poder del rey. No por otra razón promovió Alfonso el Fuero real.
El escritorio del rey Sabio nos legó códices miniados en una letra “gótica libraria” de extraordinaria perfección formal. Verdaderos tesoros de nuestro patrimonio, muchos de ellos conservados en la Biblioteca de El Escorial, pero también en otras, como la Biblioteca Vaticana. Destacan el Lapidario (Esc. h.I.15) y el Acedrex, dados e tablas (Esc. T.I.6), en los que lo visual es casi tan importante como el texto.
Hay un aspecto en el que Alfonso X es particularmente innovador, el del uso de la lengua romance en las obras que promovió
Pero hay un aspecto en el que Alfonso X es particularmente innovador, el uso del romance en sus obras en una época en la que, fuera de la literatura en verso, era habitual el latín. De este modo, se amplía la influencia del idioma vulgar y popular. Es cierto que ya antes, bajo Fernando III, sobre todo en los últimos años de su reinado, los documentos de la cancillería para la administración del reino, se redactan en romance, pero con Alfonso X el latín queda solo para las cartas dirigidas al Papa o a las cancillerías extranjeras. Lo más relevante es que los libros de historia, derecho y astrología se escriban en romance, en la variedad castellana, ensanchando las fronteras de la lengua del pueblo. La consecuencia más evidente es la ampliación del vocabulario, y así se habla de las cloacas de Roma, los istmos, la sal armoniaco, el zenit o los bracmanos de la India. No cabe duda, además, de que los diplomas y códices alfonsíes contribuyeron a la estandarización del idioma, dentro de ciertos límites, pues los colaboradores del rey Sabio provenían de diferentes lugares del reino, y aun de fuera de él.
Resulta difícil, en 2021, hacer un balance de la figura de Alfonso X. Los hechos pasados, por lejanos, distantes, sometidos a otros códigos de conducta, se desdibujan, mientras que, por encima de todos los avatares tristes de su reinado, nos quedan las obras. Este legado intelectual ha seguido vivo gracias a las copias de sus manuscritos y a las ediciones que se han llevado a cabo de sus textos, estas desde el siglo XVI.
En España, ha estado extendida durante mucho tiempo la idea de falta de tradición científica, pero cuando Alfonso X incluye en su Estoria de España un elogio de sus tierras y gentes, señala que es “afincada en estudio”, es decir, esforzada y constante en la búsqueda del conocimiento. Y es que, más allá de la convivencia, difícil, entre cristianos, judíos y musulmanes, resulta evidente que el reinado de Alfonso X fue un período de “apertura intelectual” solo alcanzada en época reciente. Así se entiende que incorpore en su historia ampliaciones y glosas musulmanas de la Biblia, como cuando la burra de Balaam avergüenza a su dueño contando ciertos secretos inconfesables. Sea como fuere, de su legado podemos retener la idea de que el afán de saber es parte esencial de la naturaleza humana.
LAS CANTIGAS DEL REY COMPOSITOR
La importancia en la historia de la música de Alfonso X ha sido reconocida desde que se entró en el estudio de las famosas Cantigas de Santa María, narraciones de milagros de la virgen en verso que alternan con otras piezas no versificadas en las que no se contemplan milagros. Todas ellas proceden de fuentes literarias muy diversas. La mayoría encierran un refrán aunque ofrecen muy diferentes estructuras que atienden a denominaciones tales como virelay, villancico o zéjel.
En su mayor parte, ofrecen la siguiente disposición: estribillo o tema inicial; tres versos monorrimos; verso de vuelta y, de nuevo, estribillo. El musicólogo Ismael Fernández de la Cuesta recuerda que Fray Gil de Zamora, educador del hijo de Alfonso, Sancho IV, afirmaba explícitamente que componía las cantigas imitando al rey David “para loor de la Virgen gloriosa, dotándolas de sonidos convenientes y de proporciones musicales”. El monarca aparecía también en varias cantigas como trovador de la virgen. De todas formas, existen hoy dudas razonables de que todas las piezas fueran realmente de su autoría. Nunca se sabrá. ARTURO REVERTER