La filosofía fija su atención en aquello en lo que no solemos reparar, de puro obvio, para mostrarlo en otra clave, invitándonos a reflexionar sobre su recién ganada extrañeza. Entonces es cuando comienza su verdadera tarea, la de indagar las razones por las que algo se da como se da. Sin este segundo momento, el asunto sabe a poco.
Los exitosos libros de Byung-Chul Han (Seúl, 1959) despliegan una insistente crítica de la sociedad contemporánea describiendo fenómenos cotidianos en los que este filósofo surcoreano afincado en Berlín detecta, sin matices, su carácter alienante. Han escribe con soltura y claridad, es inteligente y ameno, sugestivo en los ejemplos y rotundo en la denuncia. Pero se repite bastante y, en pos de mayor originalidad, recuerda a veces al Ortega caricaturizado en Tiempo de silencio cuando trataba de epatar a su audiencia con aquella perogrullada de que la manzana que uno ve, desde su perspectiva, no es la que otro ve, desde la suya, aun siendo la misma.
A Han le pasa como al Guille de Mafalda: que no sabe repartir bien las culpas. ¿Es la técnica la responsable? ¿Lo es el liberalismo? ¿O la digitalización?
En su último libro, Han viene a decirnos que el mundo digital no es el mismo mundo que el mundo real: éste es un mundo de cosas materiales, tangibles, vivas, cercanas a nosotros, con las que podemos entablar una relación afectiva, que se nos resisten e incluso nos permiten sentir el paso del tiempo, puesto que también envejecen, como nosotros; pero ese entorno estable está siendo reemplazado hoy día por un orden digital que desnaturaliza las cosas, informatizándolas, y hace el mundo inhabitable.
¿Por qué? ¿Desde cuándo? No queda muy claro. A Byung-Chul Han le molesta bastante, como a cualquier hijo de vecino, que los nuevos cacharros digitales se conviertan en chivatos de nuestra intimidad. Le disgusta su diseño aséptico casi tanto como el estilo de vida abotargado que propicia la conexión total. Insiste en que el selfie es una instántanea narcisista carente de verdadera expresividad; define al smartphone como un campo de trabajo móvil en el que nos encerramos voluntariamente, explotados por un sistema que nos vende libertad para producir y consumir más.
¿Técnica o neoliberalismo?
Pero dicho esto, le pasa un poco como al Guille de Mafalda: que no sabe repartir bien las culpas. ¿Es la técnica la responsable de todo esto? ¿Lo es el neoliberalismo? ¿O se debe sin más a la digitalización el que "todo lo sólido se disuelva en el aire"? ¿No estamos más bien en el continuose de un ya largo relato? El problema de esta fenomenología de la positividad y el hiperrendimiento contemporáneos es que no aborda un análisis profundo de las causas últimas de estos fenómenos.
Al plantear además una polaridad casi excluyente entre estar en el mundo real y vivir en una sociedad informatizada, Byung-Chul Han vuelve al estadio de la crítica cultural pesimista de hace un siglo, con Heidegger como gran referente oracular. Con ello incurre en alguna contradicción. Así, por ejemplo, la de apoyarse básicamente en una colección de citas de autores del pasado para describir este mundo actual.
Habría que pedirle a este talentoso autor que se aplicara el cuento y, en lugar de esos textos lisos, tan pulidos como los nuevos dispositivos digitales, sin aristas, diseñados cada temporada con la celeridad de quien se amolda al frenesí de estos tiempos tecnológicos y no al ritmo pausado de quien cultiva su jardín y escucha el sonido de su vieja gramola, nos ofreciera algún texto filosóficamente más elaborado, con los debidos contrastes entre todos esos pensadores que, de Hegel a Michel Foucault, suele invocar en tono monocorde, confrontando a fondo sus ideas. Los lectores que seguimos hallando en sus textos, pese a las letanías, pese a las reiteraciones, cosas de valor teórico, lo agradeceríamos de veras.