David Jiménez (Barcelona, 1971), reportero con más de dos décadas de experiencia en una treintena de países, algunos realmente espinosos como Corea del Norte o Siria, salió trasquilado de su paso por los despachos. Estuvo un año exacto al frente de El Mundo, hasta darse de bruces con el establishment político y económico que manejaba las riendas del periódico, según denunció en el pelotazo editorial de El director (Libros del KO).
Vuelve ahora a las librerías con más periodismo, aunque en forma de novela y sin meterse en charcos. El corresponsal (Planeta) es el canto del cisne del reportero de guerra, especie en peligro de extinción. Ambientada en la Revuelta Azafrán que le tocó cubrir en Birmania en 2007 —"el último sitio donde viví el periodismo como era antes", dice—, la ficción trata de proyectar las aventuras y peligros que asedian a estos profesionales y limpiar las visiones románticas.
¿Esta novela es la necrológica de un periodismo que hasta hace muy poco era esencial, quizás el mejor?
En mis últimos años de corresponsalía nos llamábamos "los dinosaurios". Recuerdo que había reporteros de todo el mundo, y veíamos cómo iban cayendo, cómo los iban llamando a la redacción. Al final se ha confirmado que el oficio del corresponsal, si no ha muerto, al menos está en sus horas más bajas. El corresponsal sí es en cierto modo un homenaje a una manera de entender el periodismo con aventura, riesgo, compromiso, que da la sensación que ha ido despareciendo.
En el caso del periodismo internacional español, este diagnóstico se agrava. Si sobrevive es por el voluntarismo individual. ¿Cómo se ha llegado a esta situación de forma tan vertiginosa?
En España nunca interesó especialmente la política internacional. Esto viene de ese periodo en el que el país estuvo aislado, el franquismo. Los medios, ni siquiera cuando había un gran boom, tenían un interés especial más allá de la política y la opinión, que han sido siempre los temas que han tenido más peso. Aun así, cuando había dinero, daba prestigio tener reporteros fuera. Pero creo que llegó la polarización brutal de la política y los medios se metieron todavía más en el fango político y doméstico y abandonaron las coberturas internacionales. En Afganistán, cuando los talibanes toman el poder en agosto, no había un solo periodista español. Eso te dice mucho de cuál es la situación ahora mismo. Es una pena porque la historia demuestra que lo que pasa en Afganistán te puede afectar perfectamente a ti, que vives en Madrid.
¿Entonces tiene más peso esta polarización que la tan lamentada crisis del periodismo?
Soy poco partidario de estar todo el día quejándonos de la crisis del periodismo. Aunque es verdad que existe y que los últimos años han sido muy duros, también han surgido unas oportunidades muy buenas con los nuevos formatos, el ecosistema de medios ahora es mucho más diverso… Se pueden contar historias de muchas maneras. Si hay una parte del periodismo que ha sufrido más la crisis han sido sin duda las coberturas internacionales y lo que ha ocurrido con los fotógrafos. Se puede decir que el fotorreporterismo es un oficio muerto, vivir de ello como se hacía antes lo pueden hacer unos pocos que por su prestigio y calidad han conseguido entrar en medios internacionales. En España es casi imposible.
Ningún político español entiende el papel de la prensa en democracia
Aquí vemos casos de reporteros que cobran una miseria por pieza enviada desde un lugar donde hay una guerra. Se están jugando la vida.
El corresponsal que se juega la vida cobra 50/60€ y el tertuliano de cotilleo se lleva 6.000. Ese es el gran problema del periodismo en España, que los mejores no están siendo valorados ni pagados como merecen, mientras el mal periodismo está siendo premiado y promocionado. Tiene mucha más exposición una historia sobre la relación de un torero con una tonadillera que una gran entrevista a Putin. Creo que no es un terreno de juego justo, sobre todo de cara a la gente joven. Si te quieres ganar bien la vida en esto tienes dos caminos: hacer periodismo de gran calidad, y vas a sufrir y estar en la precariedad, o tirarte directamente al periodismo del barro, de la crispación o del cotilleo porque te va a ir mucho mejor. Eso es muy peligroso, pero tampoco sé cómo podemos darle la vuelta a la tortilla. Estamos en un momento donde revertir la situación va a ser muy difícil.
¿Y qué responsabilidad cabe achacarle al lector? Hay que fijarse en las noticias más leídas...
Eso pasa con todo. ¿Cuál es la música más escuchada? Pues serán los éxitos del reguetón, no la última gran pieza de música clásica. Pero los periodistas no podemos pensar solo en la masa. No todo el mundo va a estar interesado en las crónicas de un corresponsal en Corea del Norte, pero tenemos la obligación de informar de cosas que son importantes. Siempre digo que el periodismo es el arte de hacer interesante lo importante, y ahí es donde creo que hemos fallado.
Se dice muchas veces que le damos al público lo que quiere. Bueno, ¿acaso le pusiste sobre la mesa un periodismo de máxima calidad, que pueden hacer The New York Times o la BBC, y lo confrontaste con una tertulia de cotilleos? No, muchas veces la elección ha sido entre mal periodismo y peor periodismo. El periodismo es un servicio público, no estamos fabricando lavadoras. Aquí estamos dándole a la gente información que luego les lleva a tomar decisiones en sus vidas.
¿Cuál diría que es la parábola de la novela respecto a la figura del corresponsal?
El corresponsal lo que hace es utilizar un mundo apasionante, como es el de los reporteros de guerra, gente que vive las cosas con una especial intensidad, porque sabes que al día siguiente te pueden matar, para contar una historia humana: quién hay detrás de esas personas que se juegan la vida en lugares lejanos, y contar no solo lo valientes que son, sino que son capaces de traicionar, que se enamoran, que compiten no siempre con reglas limpias, y recrear ese mundo que yo viví durante veinte años y tiene sus luces y sombras, de una manera desmitificada, lo más real posible. Todos los personajes están inspirados en personas que me he encontrado en esos lugares.
El conflicto que parece avecinarse está en Ucrania. ¿Cuánta información real manejamos en estos casos?
Cada vez menos precisamente porque hemos eliminado a los corresponsales. ¿Cuál es su importancia respecto al enviado especial? Pues que es una persona que está allí, conoce y vive el país, y que te está informando no solo cuando se lanza el primer proyectil, sino que te va a ir contando el contexto de lo que ocurre a lo largo de los años. Como ya no hay prácticamente corresponsales, al final ocurre lo que vemos ahora, que la gente te pregunta por qué de repente pasa esto. Y se llega a esta situación por una serie de cosas que nadie te ha contado porque estábamos en la pelea entre Pablo Iglesias y Ayuso, y en las tertulias no se hablaba más que del último insulto en el Congreso. Los medios españoles no tienen esa mirada al exterior, y solo acuden a esos conflictos —y no siempre— cuando las cosas ya han ocurrido, y muchas veces es tarde para comprender.
Los corresponsales son gente inadaptada que tiene un muy difícil regreso a la cotidianidad
En la novela pone en boca de uno de los personajes una pregunta inquietante, si hay algún corresponsal que no esté loco. Hemingway es un caso extremo, un mito roto, como se ve en el biopic reciente de Ken Burns y Lynn Novick...
Claro, en el documental se ve cómo en un momento dado se va a cubrir la II Guerra Mundial, se pone el casco y el uniforme y empieza a matar nazis.
¿Pero cuál es su experiencia personal y cómo ha manejado los efectos secundarios de la corresponsalía?
Los corresponsales son gente inadaptada que tiene un muy difícil regreso a la cotidianidad o a sus países. Recuerdo cuando iba a Afganistán y estaba un par de meses… Volvía a casa y era muy difícil. De repente, en vez de estar cubriendo una guerra, viendo mujeres en burka y talibanes barbudos aplastando a su población, te encontrabas en el restaurante de moda o tomando unas copas con gente que estaba en un mundo completamente diferente. Mirabas alrededor y te costaba, porque en tu mente seguías en Afganistán. A mí me costaba varios días adaptarme. ¿Cuál es el problema y el riesgo de muchos corresponsales? Cuando llegas a un piso vacío.
En El corresponsal, uno de los personajes cuenta esta situación de que si después de vivir una guerra llegas a un piso vacío todavía con la adrenalina, lo que suele ocurrir es que necesitas una guerra tras otra porque no tienen un lugar al que regresar. He conocido a compañeros que acaban mentalmente mal porque no pueden dejar ese mundo ni adaptarse a la cola del supermercado. Viven siempre una guerra constante. En mi caso, al tener una familia con hijos, era más fácil que me devolviera a la normalidad. Pero de haber sido al revés, creo que me hubiera vuelto loco.
Siempre va a haber un vínculo con ese pasado…
Hay una frase en la novela que dice que el corresponsal nunca vuelve de los lugares donde ha conocido la verdad de los hombres. Creo que es muy cierta porque cuando has visto a gente degollarse, a niños asesinados o injusticias brutales tu concepto de la condición humana cambia. Y aunque no quieras ya no miras al resto de la gente igual, ni siquiera cuando estás paseando por una calle en Madrid. Esas imágenes e historias que has vivido siguen dentro de ti y en parte te cambian el carácter. Y llega un momento en que hay que dejar de hacer esas cosas. Hemingway decía que llega un momento que el periodista tiene que dejarlo porque si no se vuelve un poco patético. Cuando veo a gente con más de sesenta años cubriendo guerras me da la sensación que han quedado atrapados en la adrenalina del peligro.
Otro tema que se aborda en la novela son las engañifas de los corresponsales, unas prácticas que derriban la visión romántica.
Pasa un poco como con El director, donde hacía un retrato de las redacciones periodísticas muy real en el sentido de que no son Spotlight. Hay rivalidades, enfrentamientos, mala leche, y luego también compañerismo y cosas buenas. En los corresponsales es igual: al final los hay que son leales, que en un momento de emergencia te ayudan, y auténticos hijos de puta que por la historia matan, que son capaces de robar al compañero el teléfono satélite con el que está enviando sus crónicas para que no lo haga. Y eso también existe.
¿Por qué novelar estas experiencias y no hacer unas memorias al uso?
El director tenía un objetivo último de romper el silencio que existía sobre muchas de las cosas que iban mal en el periodismo. Me creó un número importante de enemigos. Por otra parte, creo que la vida del corresponsal, con la acción que tiene, da mucho más juego para novelarla. Aunque me he inspirado en hechos reales y en una revuelta que cubrí en Birmania, la del Azafrán, me daba la sensación que podía aportar más, y sumergirlo en ese mundo íntimo de los corresponsales, si le añadía un poco de ficción. En El director, precisamente porque era un compromiso de contar la verdad sobre una situación que debía ser denunciada, me tenía que ceñir a la verdad, a los hechos.
Habla de "silencio". ¿Por qué nos cuesta tanto a los periodistas sacar a la luz los trapos sucios del mundillo, por qué esa omertá?
Es una de las grandes contradicciones y una de las grandes razones de que hayamos perdido autoridad moral para criticar a los demás. No es posible que la profesión que se dedica a criticar a los políticos, empresarios, futbolistas e incluso a un restaurante, se niegue a hablar de sí misma, a pisarse la manguera. Yo rompí esa regla porque me parecía una contradicción que nos debilita muchísimo y que hace que nuestra credibilidad se resienta. Tenemos que limpiar nuestra propia casa antes de pedir a otros que lo hagan. El director fue un ejercicio de honestidad en ese sentido porque también tiene autocrítica y la reacción a su publicación demuestra lo necesario que era: un establishment periodístico que se sintió ofendidísimo después de haber estado durante décadas criticando muchas veces con dureza a todo el mundo no pudo asumir una crítica a lo que ellos hacían.
Cuando ves niños asesinados o injusticias brutales tu concepto de la condición humana cambia
¿Ese terremoto ha favorecido el comienzo de la limpieza que reclama?
Creo que no hemos mejorado desde que salió El director, sinceramente. Seguimos en un deterioro grave de los principios éticos que se espera del periodismo. Cuando vas a un sitio y dices que tu intención es contar la verdad, la gente te responde con un "sí hombre". Si el médico dice que quiere curar a su paciente o el abogado defender a su cliente nadie lo pone en duda. Algo habremos hecho mal para que no haya esa confianza.
¿Existe en España la plena libertad de prensa o es una utopía?
No, no existe. Estamos mejor que muchos países, pero hay unas ataduras y unos intereses económicos y políticos que condicionan mucho la información en los medios. No hemos sabido cortar las cadenas con esos poderes. Tengo la esperanza de que con los modelos de suscripción los medios puedan romper los intereses con quienes ahora sostienen sus proyectos. Quiero ser optimista y pensar que volveremos a tener una independencia que en los años 90 era mucho mayor. Dependíamos más de los lectores que los poderes y eso ahora se ha invertido y nos ha puesto en una situación de muchísima debilidad.
¿Y la censura es algo habitual?
En El director escribí que los años de Rajoy fueron los peores para la libertad de prensa en España. Pero veo ahora a Pedro Sánchez y de una manera sutil está intentando ejercer un control claro sobre los medios. No he encontrado a ningún político en España, y llevo ya unos cuantos años en esto, que entienda el papel de la prensa en democracia. Nos falta cultura democrática para que los propios políticos y a veces los propios periodistas entendamos cuál es nuestro papel y lo defendamos a muerte. Solía ocurrir que el poder temía a la prensa y ahora da la sensación que es más la prensa la que teme el poder.
El panorama no es muy alentador por esta radiografía que ha hecho, ¿pero se plantearía volver a la dirección de un medio?
Quedó en evidencia que los despachos no son lo mío. Después de veinte años como reportero y uno como director, prefiero la vida del escritor, la libertad que tiene la situación en la que estoy. El día que entré por la puerta de El Mundo como director no estaba preparado para ese puesto; el día que salí, después de un máster y un año de intrigas, puñaladas, relaciones con el poder y de ver realmente cómo funcionan las cosas, estaba preparado. Y a partir de ahí creo que había podido ser mejor director. En todo caso, lo que me pide el cuerpo es escribir, seguir viajando e ir adelante con otros proyectos audiovisuales, incluido llevar al cine El director. No tengo ninguna intención de volver a la dirección de un medio y creo que tampoco hay nadie con intención de ofrecérmelo.