Elizabeth Strout rescata al exmarido de Lucy Barton, el personaje que le ha dado tantos éxitos en los últimos años de su carrera, para su nueva novela, Ay, William, publicada por Alfaguara hace solo unos días. "Yo no soy Lucy", advierte la autora, pese a que el personaje se presenta en esta obra como una escritora de éxito que tiene, exactamente igual que ella cuando la escribió, 65 años.
Galardonada con el Premio Pulitzer, entre otros reconocimientos, las novelas de Strout han sido traducidas a multitud de idiomas y adaptadas a formatos televisivos, como en el caso de Olive Kitteridge. Comparada con autoras como Alice Munro o Lucia Berlin, la profundidad de su voz emerge con más resonancia que nunca en la tercera entrega de esta trilogía, inaugurada con Mi nombre es Lucy Barton.
En esta ocasión, Lucy Barton ya no es la joven frágil que ajusta cuentas con el pasado desde una habitación de hospital. Es una mujer madura que debe descubrir junto a su exmarido la verdadera identidad de su madre. Pese a ser William la figura sobre la que se centra la acción en su nueva novela, Lucy Barton tenía que ser una vez más quien narrara la historia en primera "porque es una voz muy potente", dice la autora en una rueda de prensa con motivo del lanzamiento.
Maestra de la psicología más íntima en sus novelas, considera que "es imprescindible el amor por los personajes" que se escriben, más allá de que sus vidas sean convencionales. Precisamente la cotidianeidad es otro de los elementos que maneja con más destreza Strout. "Siempre me he preguntado cómo será la vida de una persona normal, y sobre todo cómo es su vida interior".
La libertad y la escritura
No obstante, cree que "es imposible conocer en profundidad cómo es otra persona". Ni siquiera es posible conocerse a uno mismo. "Me doy cuenta de esto cuando, al escribir, tengo que ponerme en el papel de otra persona", confiesa, aunque tampoco considera que sea algo negativo.
Ay, William es una novela existencial que ahonda en los afectos de las relaciones humanas y en los desengaños que se producen cuando se rebusca en el pasado. En uno de los diálogos entre Lucy y William, se reflexiona sobre la libertad. "Es interesante hasta qué punto elegimos o no nuestra vida", dice. Y apuesta por la existencia de "un equilibrio" entre lo que depende de nosotros y lo que no.
Strout resuelve con agilidad una novela compleja, repleta de matices que van de la intimidad familiar a los asuntos más universales. ¿El secreto? "Hay que comprender bien la escena antes de desarrollarla, como cuando uno va a zambullirse en el agua", dice.
Considerada una discípula de autores como John Cheever y James Salter, interpreta el éxito de su carrera desde la madurez que le han dado los años y las experiencias. "No cambiaría esta fase de mi vida por ninguna otra", asegura, y cuando le preguntas por la cuota de mujeres en la literatura, dice rotunda: "Siempre he me considerado feminista, pero no me preocupo si a los escritores les publican más o no. Mi energía se centra en mi trabajo".