¿Qué aspecto tiene el infierno? Probablemente se parece a un zoo de cristal. No existen la intimidad ni el olvido. Así lo entiende Elizabeth Strout (Portland, 1956), que en Ay, William nos narra las consecuencias de desvelar los secretos. Saberlo todo de nuestros seres queridos o de nosotros mismos solo conduce a la desolación. Lucy Barton es una escritora de éxito, pese a proceder de la “escoria blanca”.
Los orígenes de William, su exmarido, que aparentemente procedía de una clase social más favorecida, esconden un terrible secreto. Cuando su última pareja lo abandona, recurre a Lucy para iniciar un viaje al pasado. Quiere averiguar quién era realmente Catherine, su madre. Piensa que eso le ayudará a planificar mejor lo que le queda de vida. Ha cumplido setenta y un años. Tiene tres hijas, ha fracasado en todos sus matrimonios y nunca ha destacado en su trabajo como profesor universitario. Lucy y William proceden de esa América vacía salpicada de pueblos fantasmales, donde solo prosperan la pobreza, la apatía y el desarraigo. Desde fuera parece que han triunfado, logrando una buena posición social, pero en muchos aspectos se sienten tan fracasados como esos veteranos de guerra que han ocupado casas deshabitadas y acumulan basura en el porche.
Elizabeth Strout es una narradora de la escuela de John Cheever y James Salter, como ha señalado con acierto Rodrigo Fresán. Prosa ágil, tramas equilibradas, personajes creíbles y complejos, finales afilados que te dejan sin aliento. Las breves incursiones líricas no interrumpen el relato y no parecen meros adornos, sino pinceladas necesarias. Maestra de la introspección psicológica, Strout nos enseña que las apariencias casi siempre son meros decorados concebidos para ocular trasfondos sumidos en una penumbra espesa. William parece un hombre seguro de sí mismo, pero añora la sobreprotección de la infancia. Su madre era fría, pero una de sus maestras lo cogía en brazos y le protegía de unos compañeros que se burlaban de él.
Ay, William es una novela magnífica, cruda, poética, que narra la descomposición de los afectos
Piensa que la vida no ha dejado de maltratarlo y siempre ha buscado mujeres que pudieran ampararlo. Lucy goza de prestigio y reconocimiento como autora, pero cambiaría su fama por una familia feliz y unida. Aunque nadie la cree, su mente no cesa de preguntarse de qué sirve la fama, si al final del día solo te espera un apartamento vacío. Desde niña, se siente invisible, incluso ahora que imparte conferencias y firma ejemplares de sus novelas. No puede olvidar un documental sobre mujeres en prisión con sus hijos. Un niño le dice a su madre: “Te quiero más que a Dios”. ¿Qué valor tiene el éxito al lado de un afecto así?
Ay, William es una novela de nuestro tiempo. Magnífica, cruda, poética, narra la descomposición de los afectos en un tiempo marcado por el desapego y el escepticismo. Cada ser humano es el fruto de una misteriosa mitología. Si nos adentramos demasiado en ella, puede sucedernos lo mismo que a Edipo, que descubrió haber cometido incesto y parricidio. Sin embargo, es absurdo creer que podemos evitar los errores. La libertad solo es un mito. No controlamos nuestros actos, no decidimos. La fatalidad y las circunstancias lo hacen por nosotros. Solo hay un refugio seguro: la belleza. Lucy besa con delicadeza los tulipanes, sus flores favoritas, experimentando una dicha tranquila.
Leer a Strout es una experiencia dolorosa y fascinante. Nos revela que el mundo no debería parecerse a un zoo de cristal, que la oscuridad no es hostil, sino benévola, que es mejor no saber realmente quiénes somos ni qué esconde el pasado, que un exceso de transparencia puede ser letal. Un tulipán es feliz porque vive en el instante, ajeno a la muerte y los recuerdos.