Hasta conseguir el veterano premio Adonáis, Abraham Guerrero Tenorio (Arcos de la Frontera, 1987) era autor de un solo libro: Los días perros. Este se abre con una cita de Johan Galtung y las violencias “invisibles”. Cada una de sus partes agrupa poemas relacionados con un mismo asunto: la familia, el amor, la muerte, la escritura y el capitalismo.
Realista por naturaleza, hijo de una generación en crisis permanente, para contar lo que le sucede adopta un lenguaje conversacional y prosaico que no por eso deja de ser poesía ni le impide, al pensar en la violencia, compararla con un cuadro de Caravaggio.
El padre y el barro, la abuela y “su respingo desconfiado”, el abuelo y el oxígeno, la madre “refugiada en casa” con su “reguero de angustias” delimitan la atmósfera, algo sórdida, de este libro emotivo. Allí, mujeres cansadas, zapatillas solitarias y sucias, suicidas, chicos de plaza de barrio que cecean, aprenden idiomas, viajan y quieren ser funcionarios.
Escribir “es esperar / la quimera de un premio”. La poesía, como meter la mano en la boca de un tigre. “Algo que me proteja” del miedo, la noche y la muerte. Y “si he de morir que ocurra en Treme”.