El impacto de la pandemia de la Covid-19 no golpeó en un mundo relativamente satisfecho, sino en una realidad que ya daba demasiadas muestras de estar agotándose, y en la que problemas como la desigualdad, la falta de expectativas, el cambio climático, las crisis migratorias o el empeoramiento general de la salud mental cebaban un malestar difuso pero con consecuencias tangibles. Las cosas no iban bien y la pandemia no hizo más que agravarlas, aunque si acaso nos ofreció un momento de pausa y reflexión para intentar sacar algunas conclusiones. Ese parece ser el caso de Patricia Simón (Estepona, 1983), periodista de La Marea, donde en estos últimos años ha publicado reportajes que cubrían todos esos frentes. De todos ellos se vale para tejer una secuencia que los une y los intenta explicar en Miedo. Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio.
Al igual que hace en sus reportajes, Simón insiste en la dimensión humana de los hechos que narra y denuncia, lejos del uso exclusivo de los datos y las estadísticas, aunque también valiéndose de ellos. Y no le faltan razones, pues su visión del periodismo no es la del observador aséptico que se limita a contar unos hechos concretos, sino que busca cambiarlos: “El periodismo sin capacidad de incidencia, de combatir la impunidad, se vacía de significado”, afirma tras lamentarse de que la función periodística “parece haber quedado reducida a ser escribanos del horror para los futuros historiadores”.
En las personas a las que retrata quedan encarnados los dramas que, de otra forma, pasarían más desapercibidos. Simón es clara al respecto, y su concepción del periodismo como resistencia está más cerca de las reflexiones del Albert Camus de Combat que de las recomendaciones deontológicas de cualquier posgrado. O, al menos, ese enfoque es el que hoy, en unas democracias en las que la extrema derecha resurge, le parece más adecuado defender y practicar.
Miedo es el retrato agudo de un desengaño generacional con impredecibles consecuencias políticas
Miedo es, también, un muy interesante diario de lecturas y el retrato agudo de un desengaño generacional con impredecibles consecuencias políticas. “Como sociedad, vivimos en un permanente autoengaño para hacer llevadera la humillación que supone saberse estafados, ninguneados, expoliados por unos desconocidos, cada vez más ricos, a los que entregamos nuestra vida a cambio de sobrevivir”, escribe Simón, cuya enmienda a la totalidad puede sonar a veces excesiva, pero siempre bien argumentada y expuesta. Al fin y al cabo, es imposible negar que la precariedad laboral, o el disparatado mercado de la vivienda, están condenando a más de una generación a la falta de expectativas mientras leemos cómo los multimillonarios se hacen aún más ricos y compiten por ver quién llega antes a Marte.
Además, lo narra con ocasionales e iluminadores saltos a su propia vida, a la de su familia, a la relación con sus padres y a lo que les debe en su propia forma de mirar el mundo. Momentos en los que reflexiona sobre el valor de los afectos, del papel (peligroso) de la nostalgia, o sobre las distancias generacionales. También del creciente sentimiento de soledad al que ha llevado la difuminación de vínculos que nos servían de asideros, y sin los que nos encontramos desnortados en un mundo en constante y profundo cambio.
Se trata, sin duda, de una visión asentada en la izquierda y profundamente crítica –tanto que, a veces, entran deseos de oponer determinados progresos reales en distintos campos–, pero que no hace falta compartir en su totalidad para disfrutar de Miedo, de sus reflexiones, de sus historias y de las muchas personas que lo habitan y que, pese a todo, resisten.