A menudo lo exquisito es lo más exigente. Históricamente, la poesía ha gozado de mayor prestigio que ningún otro género literario, y sin embargo permanece alejada de las masas lectoras. Salvo determinadas coyunturas, su repercusión ha mantenido una línea constante, aunque esto no significa que haya dejado de transformarse: las propuestas estéticas son cada vez más variadas. La poesía sigue su curso entre las corrientes que piden paso en sus filas y cautiva, como dijo el poeta, “a la inmensa minoría, siempre”.
Según datos del Barómetro de Hábitos de Lectura en 2021, el 64,4 % de la población española lee por ocio, lo que acredita la consolidación del hábito durante la pandemia. Los lectores vinieron para quedarse, pero ¿qué ha ocurrido con la poesía? De las 5.011 entrevistas elaboradas para el informe de la Federación de Gremios de Editores Españoles (FGEE), se extrajo una muestra de lectores de más de 14 años. El 4,6 % asegura que el último libro comprado fue de poesía, un dato poco significativo con respecto a 2019 (5,5 %), mientras que la novela y el cuento capitalizan la lectura.
Esta muestra, en concreto, revela que la poesía es más bien ajena a ese éxito editorial, una opinión compartida por Chus Visor. “Con la mejora de los índices, no ha subido tanto, pero con la crisis de lectura, tampoco bajó tanto”, dice el editor de Visor, que publica de 40 a 50 títulos al año. En la misma línea se expresa Pepo Paz, al frente de Bartleby, cuya colección de poesía corre a cargo del poeta Manuel Rico. “La buena poesía, ahora y siempre, ha vendido poco”, dice Paz, salvo en los tiempos en que “leer poesía era una forma de militancia”.
“Los festivales de poesía celebran a los autores ya celebrados. No dar oportunidad a los jóvenes es muy peligroso”. Manuel Borrás
Por otro lado, “por mucho que los lectores hayan subido, ¿se han beneficiado las editoriales?”, se pregunta Visor. “Hay que tener en cuenta que hay el triple de poetas y el doble de editoriales”, apunta. Según el Comercio Interior del Libro en España, se publicaron 667 títulos de poesía en 2016; 679 en 2017; 686 en 2018; 703 en 2019 y 665 en 2020. Los datos de 2021 se conocerán el próximo mes de octubre coincidiendo con la feria Liber, según fuentes de la FGEE. En cualquier caso, se publica más poesía en los últimos años.
Efectivamente, el mercado está condicionado por este incremento masivo de autores y sellos editoriales, pero lo normal es que los valores permanezcan inalterables, salvo sorpresa o efeméride. Es el caso de Pre-Textos, cuyo editor, Manuel Borrás, relaciona el ascenso de las ventas en la antología Desde Elca (2021), de Francisco Brines, con la reciente muerte del poeta. “Estamos vendiendo más poesía que nunca”, celebra el editor, que revela un aumento del 30-40 % de ventas en el catálogo general, aunque “la poesía, en proporción menor”.
“El panorama poético actual es mucho más diverso en propuestas y estilos que en los últimos treinta años”. Raúl Alonso
El Premio Nacional de Poesía concedido a Miren Agur Meabe por Cómo guardar ceniza en el pecho, la edición en castellano de Bartleby, salió con una tirada de 1.000 ejemplares, pero “el empujón hizo que en apenas dos meses se vendieran dos ediciones”, relata Paz. No obstante, “el edificio se sostiene con sólidos cimientos más que con ventas deslumbrantes”, dice el editor, que ha publicado a Francisca Aguirre, Julieta Valero o Marta Agudo, cuyo último poemario, Sacrificio, fue elegido como el mejor libro de una poeta española según los críticos de El Cultural en 2021.
Raúl Alonso, editor de Cántico, e Ignacio F. Garmendia, responsable de la colección Vandalia (Fundación José Manuel Lara) junto al poeta Jacobo Cortines, también se muestran satisfechos con la resistencia de la poesía en la pandemia. Cántico es una de esas editoriales fetiche para los poetas jóvenes más experimentales. Desde 2009, se ocupa de las voces que destacan entre las estéticas convencionales, junto a sellos como La Bella Varsovia o La Uña Rota, pero no es hasta la pandemia cuando su nombre retumba en el sector editorial con el fichaje de nombres como Rodrigo García Marina, cuyo libro Desear la casa está siendo el más vendido de este año.
Cambios en la edición
La tirada básica es de 600 ejemplares y “para que un libro resulte rentable tendrían que venderse un mínimo de 400”, dice Alonso. Garmendia, desde Vandalia, también señala “el umbral para cubrir los costes en torno a los tres cuartos de la tirada”, aunque apuestan por una media de mil ejemplares por título. Con todo, “vender unos cientos de ejemplares de cualquier libro de poesía puede considerarse un éxito”, asegura el editor, cuya colección está a punto de cumplir los 20 años y en 2021 alcanzaron las 100 publicaciones. Vandalia cuenta con una potentísima nómina de autores como María Alcantarilla, Joaquín Pérez Azaústre, Ana Rossetti, Blanca Andreu o Pere Gimferrer, pero “el presupuesto está muy ajustado a las modestas proporciones del sello y editamos pocos títulos”, dice Garmendia.
“Vender unos cientos de ejemplares de cualquier libro de poesía puede considerarse un éxito”. Ignacio F. Garmendia
Veinte libros de poesía al año es lo que publica la mítica editorial Hiperión. “Pero reeditamos muchos”, matiza Jesús Munárriz, al frente del sello desde su fundación en 1975. “La tirada inicial ahora es lo de menos”, asegura el editor, pues la impresión digital se ha impuesto al offset y “se reeimprime en función de la demanda”, dice Munárriz. Autores como Vicente Luis Mora, Javier Vela, F. J. Irazoki, Fermín Herrero, Ramón Andrés o Ariadna G. García son solo algunos nombres del inconmensurable catálogo, y por otro lado cuenta con certámenes (el Premio Antonio Carvajal, el Hiperión, etc.) que han lanzado las carreras de jóvenes poetas como Rosa Berbel, Carlos Catena Cózar, Estefanía Cabello o Maribel Andrés Llamero.
Un canon difuminado
A la pregunta de si los premios configuran el canon poético nacional, los editores de Visor, Pre-Textos e Hiperión contestan que no. “Salvo el Loewe y alguno más, los premios no tienen ninguna influencia”, dice el editor de Visor, en cuyo sello se publica el prestigioso galardón. “¿Qué canon?”, se pregunta Munárriz. “Frente a lo convencional está siempre lo auténtico”, asegura, “pero ¿quién lo reconoce?”, mientras que Borrás, de Pre-Textos, concede que “los premios” como mucho “contribuyen a visibilizar a quienes no han tenido oportunidad”.
“¿Cuál es el canon poético? Frente a lo convencional está siempre lo auténtico, pero ¿quién lo reconoce?” Jesús Munárriz
De otro lado, el editor de Cántico considera que “el acaparamiento de premios en Visor e Hiperión ha condicionado mucho las tendencias en poesía de nuestro país”, aunque celebra que esté “cada vez peor visto por el lector, que empieza a desconfiar de los premios como criterios de calidad”. Pepo Paz, de Bartleby, opina que “los festivales y premios no configuran el canon, pero lo han retroalimentado como parte fundamental de una estructura de poder dominante”. Siguiendo con los festivales, Borrás lamenta que “se caracterizan por celebrar a los poetas ya celebrados”. Y es que “no dar oportunidad a las voces más jóvenes es peligroso”, dice quien se muestra orgulloso de haber publicado los primeros libros de Juan Bonilla, Lorenzo Oliván, Abraham Gragera o Mariano Peyrou.
“Para valorar las ventas en poesía, hay que tener en cuenta que hay el triple de autores y el doble de sellos”. Chus Visor
En todo caso, el paisaje poético presenta numerosas líneas estéticas que, más allá del canon, dialogan entre sí y enriquecen el conjunto. “Nunca ha habido tal cantidad de poetas como ahora”, asegura Visor, mientras que “el panorama actual es mucho más diverso en propuestas, estilos y corrientes que en los últimos treinta años”, sentencia Alonso. En una brillante radiografía, nos dice que “la poesía social sigue vigente, pero desde la deconstrucción y la crítica a los discursos y su sintaxis”. Por otro lado, encontramos posturas más clásicas en Juan Gallego Benot o Juan de Beatriz, tendencias al neosurrealismo en voces como Concha García y la poesía introspectiva o “de la verdad”, apunta Alonso.
Un surtido panorama
Efectivamente, la línea clara mantiene muchos adeptos, pero cada vez se ve más invadida por poéticas que caminan hacia lo experimental, distorsionan las formas convencionales y exprimen el lenguaje hasta sus últimos límites. Sellos como Ultramarinos o Letraversal reciben con entusiasmo esas propuestas y la influencia de autoras como Anne Carson, Virginia Woolf o Alejandra Pizarnik ha desembocado en una tendencia en auge: la poesía sobre el cuerpo, que conecta la intimidad con el exterior desde una mirada descarnada. Tal vez la conclusión más precisa es la de Garmendia, que se decanta por “el paso del tiempo” como indicador de medida. “Lo que hoy parece transgresor puede ser letra muerta mañana, e igual a la inversa”, apostilla.
“Los premios no configuran el canon, pero son parte de una estructura de poder dominante”. Pepo Paz
¿Y qué fue de los poetas influencers? ¿Sigue vivo ese debate sobre la “verdadera” poesía? “No veo que la palabra influencer y la palabra poeta hagan buenas migas”, desconfía Garmendia, mientras que Visor, que cuenta en su catálogo con Elvira Sastre o Loreto Sesma, cree que “el movimiento ha perdido influencia”. Según Borrás, “los editores nos sumamos a las modas por oportunismo legítimo”, pero lamenta que esos autores “lograran ser objetos de los focos y, cuando han dejado de ser económicamente útiles, hayan sido borrados del mapa”.