Los contemporaneístas españoles no suelen dirigir su mirada fuera del ámbito hispano. Si aplaudimos las obras de autores españoles que salen del marco doméstico, con más razón lo hacemos cuando abordan escenarios de notoria complejidad, como la Europa del Este. Al selecto grupo de historiadores de estas características, como Xosé M. Núñez Seixas o Jesús Casquete, pertenece también José M. Faraldo (1968), que ha publicado ya varios estudios notables sobre las vicisitudes del siglo XX en la parte oriental de Europa, como La Revolución rusa. Historia y memoria (Alianza, 2017) y Las redes del terror. Las policías secretas comunistas y su legado (Galaxia Gutenberg, 2018).
No obstante, nuestro punto de referencia ineludible tiene que ser una publicación del mismo autor, La Europa clandestina. Resistencia a las ocupaciones nazi y soviética, 1938-1948 (Alianza, 2011), por cuanto este volumen, que lleva un título y un subtítulo muy cercanos, Contra Hitler y Stalin. La Resistencia en Europa, 1936-1956, podría entenderse, aunque no conste de este modo, como una nueva edición, revisada y ampliada. ¿Supone ello un libro nuevo, como en apariencia se pretende? Esto sería discutible pero no es lo que más le puede importar a un lector no especialista que tiene ante sí una indagación impecable sobre lo que fue el fenómeno poliédrico y heteróclito de la Resistencia a los dictadores europeos de uno u otro signo.
Con respecto a La Europa clandestina, el autor ha querido que figure, ya desde el propio título, una duplicación del intervalo temporal, que ahora pasa a ser de dos décadas. Se han reorganizado los capítulos, aunque persisten muchos epígrafes y su contenido correspondiente sin apenas cambios o con pequeñas modificaciones. Con la nueva ordenación la obra ha ganado en claridad expositiva, de manera que parece más alcanzable el propósito explicitado en las páginas introductorias: poner las bases para “una narración paneuropea de la Resistencia”. ¿Estamos hablando de historia comparada? Faraldo niega la “intención comparativa” aunque reconoce que “la comparación surge por sí misma al superponer los casos”.
Uno de los grandes atractivos de la investigación de Faraldo es que no se queda en la mera relación de datos y hechos, un tipo de historia empírica que constituiría en este caso una opción muy lejana a los intereses del lector español, sino que sitúa aquellos en su contexto y amplia su perspectiva para dar cabida a una serie de rasgos que humanizan a los protagonistas.
Trascendiendo la mera lucha política, lo que se persigue en esta obra es bosquejar una “experiencia de la Resistencia”, que abarca y disecciona un amplísimo abanico de temas: vida cotidiana, mentalidades, símbolos, canciones, ocio, sexo, amor y, por supuesto, muerte. De este modo, se van entreverando capítulos que reflejan la insurgencia política propiamente dicha –la mayoría, en forma violenta, como ejércitos clandestinos, facciones armadas, grupos guerrilleros, etc.– con otros que describen los aspectos humanos o incluso emocionales.
La mirada de Faraldo se extiende por los más variados puntos de la geografía europea: empieza por España, Alemania, Austria y Checoslovaquia, luego prosigue con Polonia y el conjunto de Escandinavia, continúa con la movilización liderada por De Gaulle, se detiene en los Balcanes, llega a la URSS, pasa a Italia y dedica en fin la parte final a “la guerra tras la guerra” (la lucha que se prolonga tras el armisticio de 1945), en especial contra Franco y Stalin, pero también en Polonia y Rumanía.
"He aquí una indagación impecable sobre el fenómeno poliédrico de la Resistencia a los dictadores europeos"
El título, como queda patente, es demasiado reductivo, porque el volumen ofrece mucho más que las revueltas contra los jerarcas nazi y soviético. Y para que nada se hurte a su intención omnicomprensiva, el autor halla hueco para tratar otros aspectos complementarios, como el papel de las mujeres en la Resistencia, tanto en labores de apoyo como tomando las armas o incluso en puestos dirigentes.
¿La lucha contra las dictaduras implicaba que estos combatientes eran adalides de la libertad? Sería muy ingenuo suponerlo así. En la Resistencia a ellas había de todo, hasta fanáticos de signo contrario a los tiranos pero no menos implacables que estos. La impresión de conjunto es de tanta heterogeneidad que solo por comodidad lingüística es viable el uso del singular. Así parece reconocerlo el propio autor cuando titula el capítulo final “la memoria de las Resistencias”, ya en plural.
Y queda, en fin, la pregunta clave, que se explicita al final: ¿sirvió de algo tanto sacrificio? Desde el punto de vista práctico, los resistentes, salvo excepciones muy puntuales, no consiguieron sus objetivos, sino que desencadenaron más represión. Pero en términos éticos y simbólicos, la experiencia resistencial ha sido, según Faraldo, esencial para la construcción posterior de sociedades democráticas en nuestro torturado continente.