Muriendo a chorros
Jesús Munárriz
Lo conocí muy joven, hacia el 58, cuando vine a Madrid con un grupo de pintores en no sé qué concurso nacional montado por la Organización Sindical. Hierro dirigía el encuentro y nos guiaba y comentaba. Nos llevó al estudio de Vázquez Díaz, al de Pancho Cossío, y al del escultor Ávalos, que nos contó que sus esculturas del Valle de los Caídos acababan de recibir un importante premio en la Unión Soviética.
Cuaderno de Nueva York me lo ofreció en una entrega de premios de la ONCE, tras confesarme abiertamente: “Me estoy muriendo a chorros”. Afortunadamente, la muerte le respetó bastantes años y le permitió disfrutar en vida del reconocimiento general por su obra.
El deslumbrante 'Cuaderno de Nueva York' es la culminación de una vida de profundización
En el éxito del libro coincidieron varios factores: Nueva York como capital del mundo y el eco de Lorca y su Poeta en Nueva York, el primer libro cosmopolita de la poesía española, sólo conocido tras su muerte; el silencio durante años del poeta, roto con unos poemas deslumbrantes, culminación de toda una vida de profundización y ampliación de perspectivas; y la misma presencia física de Hierro, con esa cabeza que sobresalía e impresionaba, al tiempo que su trato era cercano y cordial, abierto a todos, preocupándose por los demás.
Poeta total, no solo social
Luis Alberto de Cuenca
La poesía española del siglo XX está en deuda con él: con el hombre, por su bondad, su generosidad sin reservas, su sentido de la amistad. Con el poeta, algunos de los versos más bellos escritos en español durante la segunda mitad del siglo XX. Le regaló su capacidad para comunicar, por encima de todo, mensajes de verdad y de belleza, y su dominio de la métrica castellana.
Fue además una referencia ética constante, por su honradez, su respeto por los demás, su ausencia de sectarismo. Su perpetua juventud, su magnética personalidad justifican sobradamente su éxito final, su inmensa popularidad. Apetecía invitarlo para disfrutar de los muchos dones que su presencia regalaba.
Sin embargo, no le reconozco en ningún poeta joven actual. No fue Pepe Hierro amigo de abrir escuelas que llevaran su nombre. Su poesía no ha pasado de moda, en mi opinión, porque la poesía de los clásicos, y Pepe ya es un clásico, se mantiene viva in aeternum. Además, Hierro no fue solo un poeta social, sino un poeta total, de aquellos para quien nada de lo humano les es ajeno (por acudir a la célebre sentencia terenciana).
Valiente y alerta hacia lo humano
Julieta Valero
El siglo XX y el XXI le deben a Hierro algo sustancial. Los poetas que nos siguen interpelando más allá de su presencia y del contexto histórico y cultural en el que escribieron son aquellos que apuntaron con hondura, honestidad y talento a la condición humana: a nuestra radical soledad, angustia y vitalidad celebratoria del mundo y a la vez supervivencial, a la necesidad de entender qué o quiénes somos, de habitar nuestro tiempo y nuestros vínculos.
Hierro construyó a lo largo de cinco décadas una obra extraordinariamente coherente, porque estaba vertebrada por esta alerta hacia lo humano, valiente y permeable en cuanto al lenguaje y las poéticas posibles. Su palabra se caracteriza por ese ir siempre a lo sustancial pero a través de un enorme compromiso con el vínculo humano y con lo matérico del mundo, con una sorprendente inteligencia metamórfica.
Hierro siempre dio un salto mortal sobre lo acomodaticio y por eso es un crisol de poéticas: de lo testimonial, figurativo, narrativo, a la proyección alucinada, de la conciencia social a lo experimental; todo se iba sumando. Cuaderno de Nueva York, su último libro, contiene toda esa sabiduría y ese arrastre de valentía creativa.
Cataratas de belleza
Fanny Rubio
Conocí a Pepe Hierro el 22 de julio de 1970 cuando, siendo estudiante, fui invitada para asistir al festival de cultura y música de Fernando Quiñones en Cádiz. Hierro era el poeta consagrado ese año y yo leí en su compañía en público poemas de mi primer libro de versos llena de vergüenza y tensión. Hierro, consciente de mi nerviosismo, me tranquilizó: “No te preocupes, que el público se pone siempre de parte del más joven”.
Hierro aporta de manera simultánea al lector buenas dosis de conocimiento, reportaje y alucinación
Como autor, su mayor aportación a la poesía del siglo XX es esa manera de nombrar que celebra con música callada la vida, en una práctica poética templada y misteriosa que se desdobla siempre en “otro” llegado desde lugares imprevistos. Llamarle poeta testimonial es una forma de situarlo, pero es reduccionista, pues Hierro aporta al lector buenas dosis de conocimiento, reportaje y alucinación entre cataratas de belleza.
Pese a haber sido receptor de violencia infligida al acabar la guerra por su pasado republicano, Hierro levanta una obra que va liberando momentos de memoria capaces de generar retornos controlados al lugar del dolor, acompañando a quienes padecieron como víctimas aquella durísima posguerra. Como él dice, poetizar es crear actos de conciencia, ya que “el poeta vive en un medio que es su tiempo histórico... zarandeado por los hechos, igual que los demás hombres”.