Fueron años en los que Barcelona aspiraba a ser la ciudad más moderna de Europa. Ramón de España fue testigo directo de aquella efervescencia cultural de los años 70 y 80. El lustro que transcurre desde la muerte de Franco hasta la primera elección de Jordi Pujol como presidente de la Generalitat en 1980 constituye “la única vez que nos dejaron en paz”, dice el autor de Barcelona fantasma (Vegueta Ediciones), una recopilación de sus artículos publicados en Letra Global, el suplemento cultural de Crónica Global, donde retrata la época de mayor esplendor de la ciudad.
Inmediatamente después, “la llegada del nacionalismo fue funesta”, cuenta De España, que además de columnista y autor de casi treinta libros, puede presumir de una incursión exitosa en el mundo del cine. Con la película Haz conmigo lo que quieras fue nominado al Goya al mejor director novel. “Unos cuantos aspirábamos a tener la ciudad más estimulante y más moderna”, continúa, “pero este señor (Pujol) nos quería convertir en capital de una nación milenaria que se había sacado de la chistera”.
En un momento en que “no se sabía qué estaba prohibido y qué no”, de la indeterminación emerge una corriente contracultural de lo más heterogénea. Las canciones de Pau Riba conviven con las revistas Star y Ajoblanco, el cómic irrumpe con frescura en el sector editorial y las discotecas, integradas en el boom de la moda, se llenan de escritores. “El movimiento underground de Barcelona no tenía un respaldo institucional como el de Madrid”, recuerda De España, pero permanece en el imaginario de toda una generación y ha dado lugar a unos textos repletos de ironía y entretenimiento. “Por fortuna, no es un libro serio”, advierte Javier Cercas en el prólogo.
P. Después de una producción tan prolífica, ¿por qué vuelve ahora sobre Barcelona?
R. Quería hablar de una ciudad que ya no es la de ahora. Fue una serie de artículos sobre sitios que ya no existen y amigos que ya habían muerto. La idea era repasar de manera fragmentaria una serie de años, lugares y personas desaparecidas. Era doloroso, pero no quería fabricar nostalgia porque sí. Por un lado, era una autobiografía y, por otro, pretendía elaborar cápsulas temporales de esas que se echan al espacio, confiando en que los marcianos lo hicieran verosímil.
P. Sin embargo, el título sugiere una mirada nostálgica.
R. Desde luego, el término ‘fantasma’ referencia algo que no existe. Se trata de la Barcelona preolímpica, una idea de ciudad que muchos teníamos en la cabeza y luego no fue lo que imaginábamos. Para los que no la conocieron, puede tener un interés personal y cultural.
"El 'underground' de Barcelona fue el precedente de la Movida madrileña”
P. ¿Dónde comienza el declive de aquella Barcelona fantasma?
R. La agonía se remonta incluso antes de los Juegos de 1992. Nunca he formado parte de la brigada anti olímpica y no he echado de menos la Barcelona cutre, ¡porque era muy crute!, pero sí reivindico una época de cierta inocencia en la que estaba todo por hacer. Los tiempos iban más avanzados que la época, aquí empezó un poco antes de la muerte del dictador y lo que ocurrió fue un precedente de la Movida, con la ventaja sobre Madrid de que Barcelona no era capital administrativa y, por tanto, no estábamos tan controlados. Siempre tengo la duda de si lo pasé muy bien porque era joven o por el contexto temporal.
P. ¿Cuáles son los cambios más significativos que ha sufrido Barcelona desde los tiempos que evoca?
R. En los años previos a los Juegos, la ciudad se pone de moda. La Barcelona olímpica fue un proceso de descutrificación con la idea de situarla en el mapa, y de ahí pasamos a ese turismo desaforado. No es que esté en contra, pero el negocio editorial, por ejemplo, una cosa muy barcelonesa, se hace muy fuerte en la capital, que también ha cambiado mucho, por cierto. En resumen, la displicencia del nacionalismo catalán y alguna metedura de pata periférica han sido muy bien aprovechadas por Madrid para convertirse en una de las capitales europeas más importantes.
“La única ventaja de envejecer es desprenderse del concepto de trascendencia”
P. Este libro también es un retrato de una generación. ¿Qué preocupaciones artísticas cree que tienen las generaciones que le sucedieron?
R. Aquella época fue la de cierto empoderamiento juvenil. Éramos una generación que, con veintipocos años, controlábamos revistas culturales como Star o Cairo, de cómics, compañías discográficas, de teatro… Me gustaría saber qué están haciendo los que tienen la edad que yo tenía cuando accedimos a ese movimiento cultural. Quiero creer que por internet se están fraguando cantidad de proyectos, pero no me entero. En cualquier caso, la época es muy distinta. Ser joven empieza a tener algún valor en los años 60, con los Beatles, y en Barcelona coincide con la Transición.
P. ¿Hubo un desplazamiento de la burguesía intelectual catalana por parte de los alternativos?
R. A los de la gauche divine les teníamos mucha manía, pero luego resultaron ser excelentes. Es cierto que era un movimiento más uniforme en el sentido social: salvo dos o tres que no tenían donde caerse muertos, la mayoría procedían de la alta burguesía. El underground de los 70 y los 80 tenía otra gracia porque era más variado socialmente. Podían coincidir en la misma redacción el dibujante Roger Subirachs, hijo del famoso escultor Josep Maria Subirach, y Juanito Mediavilla, que venía de Burgos, o Nazario Luque (historietista de temática gay), que venía de Sevilla. La principal diferencia es que los del underground eran más variopintos tanto por el origen como por el nivel social.
P. ¿Se le ha pasado por la cabeza escribir un libro íntegramente serio?
R. Ahora ya no. Llegué a escribir dos novelas que iban bastante en serio: Redención y Calidad de vida. Fueron intentos de mantener una cierta ironía de fondo, pero en estos momentos no está entre mis proyectos inmediatos. He acabado insistiendo en un registro que me es muy cómodo: no consiste en incurrir en la payasada, sino en tener presente una visión humorística tanto en la ficción como en el periodismo. Por ejemplo, lo que hago ahora en Crónica Global, donde he tenido que lidiar con los del procés.
“Reivindico una época de cierta inocencia en la que estaba todo por hacer”
P. ¿Qué influencias humorísticas han sido determinantes para usted?
R. Sin duda, la literatura humorística británica y norteamericana en autores como P. G. Woodhouse o Tom Sharpe, las películas de Luis García Berlanga y Rafael Azcona, las de Marco Ferreri, las de Fernando Fernán Gómez… También Enrique Jardiel Poncela fue importante. Todo eso lo incorporé al descubrimiento temprano de que el humor podía ser una defensa frente las desgracias de este mundo.
P. ¿Tiene algún proyecto entre manos?
R. Ha habido unos cuantos proyectos cinematográficos que no han llegado a ninguna parte, pero como tengo una moral alcoyana, no pierdo la esperanza. La única ventaja de envejecer es desprenderse del concepto de trascendencia. La vida del freelance consiste en tener ideas entretenidas.
P. Como creador ecléctico, ¿en qué disciplina se encuentra más cómodo?
R. Un artículo de prensa, un cuento, una novela, el guion de un cómic, una película… Todas son variantes de lo mismo, lo único que cambia es el soporte. La dirección de cine es de lo más estimulante que me ha pasado nunca porque reúne todo: la parte solitaria del guion, la parte teatral de los ensayos con los actores, el rodaje como un microcosmos de seis semanas durante doce horas al día, y finalmente vuelves a la colaboración con un solo ser humano en el montaje. Siempre me ha gustado meter la nariz en diferentes campos, pero no para creerme un artista del Renacimiento, sino porque me apetecía. Todo lo que he intentado llevar a cabo lo he acabado haciendo, así que en ese sentido estoy tranquilo.