“Escribir la vida”, así define Annie Ernaux (Lillebonne, Francia, 1940) el conjunto de su obra literaria. Tras más de cuarenta años desde su primera novela, Los armarios vacíos, que ahora reedita en España el sello Cabaret Voltaire, es lícito preguntarse: ¿dónde ha vivido más Annie Ernaux, entre las palabras de sus obras, consideradas una autoficción de su vida misma, o en una realidad que desea despojar de un pasado mítico de sumisión de unos seres a otros?
Las novelas de esta escritora, protagonista este viernes de la Noche de los Libros de Madrid, son obras clásicas que se estudian en los liceos por ayudar a la construcción de la mujer en particular y del ser humano en general, a entender la mente de nuestra sociedad. En España, la editorial Cabaret Voltaire se ha propuesto editar su obra entera. Desde La mujer helada, en la que la autora habla de su matrimonio, a Memoria de chica, sobre su verano de 1958 en el que pasará una noche con un hombre. Los años, que narra sus recuerdos de la posguerra hasta hoy y por el que recibió el Premio Formentor, Una mujer y No he salido de mi noche, se apoyan en la figura de su madre y su enfermedad de Alzheimer. Y, finalmente, El uso de la foto, Mira las luces, amor mío y Perderse, una novela que resume en una palabra el sentido de su escritura: perderse para alcanzar un lugar más allá de la literatura.
Los armarios vacíos, publicada en Francia en 1974, es su obra fundadora. A partir de ahí veremos surgir lo que será la literatura personal de Ernaux, su voz particular. Ese estilo con el que consigue penetrar en lo más profundo de sí misma como mujer, en el que nos descubre el origen de su destierro familiar por culpa del lenguaje, las palabras y los libros.
Pregunta. ¿Sin esa exposición a la cultura, piensa usted que se hubiera convertido en escritora?
Respuesta. Es una pregunta que solo puedo contestar de manera incierta. Yo soy hija única y nací en una familia que acababa de perder a una niña. Por tanto, fui una hija muy deseada y cuidada. Además, tenía facilidad para los estudios y mis padres decidieron que fuera a la escuela privada para ser, como decían, “más que ellos”, conscientes de la enorme dificultad que tuvieron para abrir esa pequeña tienda-café que regentaban. La escuela era prometedora de un futuro más libre.
Pero en mi caso se añadió mi dedicación a la lectura. Al ser hija única me pasaba el día leyendo y así aprendí a vivir en un mundo imaginario a pesar de que yo luego fui incapaz de escribir desde la imaginación, pero eso es otra cuestión.
P. En esta novela se siente en las palabras y en el tono una violencia y un enfado fuerte que luego desaparece en sus obras posteriores.
R. Es cierto. De hecho, fue lo que más me costó a la hora de escribir. Empecé con un tono suave de alguien que cuenta su infancia y no me salía. Cuando escribo Los armarios vacíos, tengo treinta y tres años, mi padre ha muerto, hemos vivido la revolución de mayo del 68, ya soy profesora de literatura y me encuentro ante jóvenes adolescentes que se parecían a mí a esa edad. De hecho, recuerdo en particular a una niña brillante de sexto de primaria que, sin embargo, nunca se había atrevido a hablar. Hasta que un día me di cuenta de que tenía un acento increíblemente marcado de la región de Saboya, que incluso mezclaba palabras que yo ni entendía. Como me había pasado a mí, el verme reflejada me dio pie a despertar mis propios recuerdos en el colegio.
Es una escritura rebelde, hablo del cuerpo femenino, de la menstruación, y del cambio de clase social. Tuve que idear un marco de ese estilo y pensé en el del aborto, que aunque no fuera totalmente cierto a pesar de que yo misma lo había vivido también, era el elemento que necesitaba para mi libro. En ese dolor, en esa violencia, hallé el marco de la ruptura de los dos mundos de Los armarios vacíos.
Y, por último, en esa época leí Los herederos, de Pierre Bourdieu, que me influyó profundamente y que habla sobre las instituciones escolares que provocan mayor diferencia social al excluir las clases más desfavorecidas.
Cambios sociales
P. Casi 50 años la separan de esta primera novela. ¿Hasta qué punto ha cambiado la sociedad?
R. Respecto a las mujeres, ha cambiado muchísimo. Sentíamos terror cada mes de que nos hubiéramos quedado embarazadas y eso, hoy en día con la píldora, ha desaparecido. Pero desde un punto de vista cultural, poco, las jerarquías sociales siguen existiendo. Se ve más que nunca en las elecciones generales que vivimos ahora en Francia. Siempre he sido muy comprometida políticamente y ahora más que nunca creo que el sistema es inamovible en Francia y no tiene escapatoria. En los años 80 había posibilidades de alojamiento, por ejemplo, para todo el mundo, pero ahora los jóvenes no pueden vivir en París a menos que tengan una herencia importante de sus padres.
Sin embargo, es verdad que las mujeres hemos adquirido mayor libertad y esperemos que en diez años la dominación masculina haya desaparecido completamente. La sociedad tiende al progreso.
P. Cuando educó a sus hijos, sin religión, en colegio público, usted quiso que las marcas culturales desaparecieran.
R. Quería darles la libertad de elegir sus creencias y quitarles las obligaciones de los ritos. Desde entonces, es posible que yo también haya evolucionado en mi pensamiento. El gran problema llega cuando uno debe enfrentarse a la muerte de sus seres queridos, como mi marido o mis suegros. Mis hijos me dijeron que, sin religión, lo asumieron con mayor dificultad y crudeza. Sin consuelo.
De la misma manera, escribí La otra mujer sobre esa hermana que murió antes de que yo hubiese nacido. Mi madre la llamaba “la pequeña Santa” y me pasé sesenta años enfadada con ella por eso. Más tarde entendí que era su manera de consolarse.
Hábitos de escritura
P. Cuando escribe, ¿se deja llevar por la memoria sin saber realmente adónde va o, por el contrario, planifica y construye su novela?
R. Depende de qué novela. En el caso de Los armarios vacíos partí en busca de algo, pero sin inventar nada. Buscaba las señales de esa transformación que viví en su momento y siempre basándome en mis recuerdos. ¿En qué momento dejo de sentirme identificada con la tienda de mis padres? ¿Cómo paso de un mundo a otro?
En algunas de mis novelas, como en La mujer helada, también el texto se desarrolla como una búsqueda. Luego, a la hora de escribir, soy muy disciplinada. Los armarios vacíos lo escribí las tardes en las que no daba clase, una página al día, a veces menos. En cambio, con Los años, me costó mucho encontrar y aceptar la forma que luego le di a la obra.
P. En Los armarios vacíos son fascinantes los personajes que se concentran en la barra del bar de su padre y que describe con pinceladas existencialistas.
R. ¡Quién hubiera dicho que, de esos personajes, de ese mundo, de la tienda, del bar, del barrio, nace luego todo lo que he escrito! Eso sí, solo lo pude escribir gracias a los medios que me ofreció el otro mundo, la escuela privada, el aprendizaje, la cultura. Al escribir Los armarios vacíos recibí una postal de otro escritor algo mayor que yo en la que me decía: “No cesará de volver a ese núcleo en el que nació”. Y, aunque en su momento me pareció absurdo, tenía toda la razón.
P. “Escribir es una manera de dar”, dijo usted un día, “un lujo”, dirá después. ¿Cuál sería hoy su definición?
R. Diría que escribir no es una elección. Tampoco algo fácil, como pensé antes de convertirme en escritora. No es una actividad como cualquier otra. Para escribir un libro, hay que olvidarse de uno mismo, encontrar algo de uno mismo sin que sea uno mismo. La escritura es recoger, restituir. Puertas que se abren y que se cierran.