Sin prisa pero sin pausa sigue y seguimos la publicación de los libros de Reino de Redonda. Con ella, Javier Marías nos sigue ofreciendo una escogida selección de rarezas literarias que vienen a suponer una ruptura con la literatura más al uso, impuesta por lo rutinario o el simplismo. “A la minoría siempre”, podría ser el lema juanramoniano de esta labor editorial, aunque ésta tenga ya el suyo propio: Ride si sapis.
Libros pues de los que ahora también deseo recordar el último que leímos y gozamos, De vuelta del mar, de R.L. Stevenson. Otros libros aquí publicados que nos conmovieron fueron los dedicados a William Butler Yeats o a Thomas Hardy, y aproximándonos de nuevo a esos Apéndices con los que el autor/editor sigue mostrando sus preferencias, nos asaltan autores que muy tempranamente nos marcaron, como los de Gerald y Lawrence Durrell, Henry Miller o Dylan Thomas.
Nos encontramos con otra sorpresa ante ese poema de poemas que, ante todo, nos parece Un poema no escrito, de W. H. Auden (York, 1907-Viena, 1973), de nuevo en cuidadosa traducción de Javier Marías. El placer de escoger y de editar se une en este proyecto editorial al placer de traducir. Apuesta Marías por esa fortuna que supone el traducir por placer y no por obligación, dilema tremendo al que tantas veces nos hemos visto sometidos los que, escribiendo, también hemos traducido poesía.
Ahora es el propio Auden el que se sale de los límites de la poesía al uso para buscar los caminos dudosos del aforismo, como cree Marías, del poema en prosa o del texto en el cual el pensar supone tanto como el sentir; máxime si el tema abordado no es sólo el del amor, sino el de algo más concreto que el autor fija en la obsesiva expresión “Yo te amo”; subrayando así también cierto misterio o hermetismo que el poeta ha utilizado en el uso de los nombres propios: aquellos de sus relaciones que se pueden rastrear en su biografía y aquellos otros –Afrodita, la Dama Bondad– que se intercalan en el “relato” predominante. Se impone así el anónimo tú, como piensa Marías, pues lo concreto “no importa gran cosa”.
Pensar lo contrario supone quitarle al amor y al poema de poemas “dimensión”, universalidad. Por eso insisto en considerar mi lectura como la de un poema de poemas, es decir, como una totalidad que va más allá de los cincuenta fragmentos recogidos. El poeta arranca de la emoción del sentir para a la vez lanzar esas preguntas que remiten a la indagación creativa en su estado puro: lograr transmitir lo que difícilmente se puede evocar.
Por eso, en buena parte de la gran poesía se han impuesto las preguntas sobre las respuestas. Pero aun así el poema no al uso se va a desarrollar en los textos que siguen. Refuerza esta idea nuestra el que Auden le exija a su proyecto el carácter de “bueno y auténtico”.
Se ve así obligado el poeta a tener en cuenta otras formas del arte (palabra inspirada, música, pintura) para irle dando a su poema ese sentido de globalidad imprescindible. El poema en prosa posee el don de permitir que en determinados fragmentos el poeta reflexione más que sienta.
El poema desea ser “teoría” al recordar determinados referentes –Homero, Héctor y Aquiles–, pero las preguntas le siguen acosando y debe retornar al sentir: “¿cómo va a hablar verazmente el poeta de los enamorados?”. La reflexión remite a lo concreto-tópico, pero el sentir remite al enamorado de sentido trascendente: “Te daré las Llaves del Cielo”.
Fragmentos de un pensar lírico
Otro sustento del poema verdadero es el de su sustrato cultural, igualmente fiable en Auden. Entre las dudas de las preguntas y el afán de ir más allá está ese retorno a la cultura que llega de la mano de la anécdota. Pero a la vez expresiones muy concretas –tú, yo, él, ella, sentimiento– de Yo, sentimiento –de Tú, Yo ya te he amado–, le devuelve a los significados y entonces el poema se vuelve radicalmente no ya aforismo, sino puro razonar.
En una ocasión, la pregunta es decisiva y ya se la hicieron poetas como Leopardi. Así, cuando Auden se pregunta “¿Quién soy yo?”, en Giacomo Leopardi, esta pregunta decisiva para todos, es más radical: “¿Ed io che sono?” (Y yo qué soy), con lo que el poeta italiano utilizando el qué (y no el quién) atribuye a la persona la condición de cosa (formiga, hormiga, escribe Leopardi).
¿Texto de tintes autobiográficos? ¿Pensar y sentir en los límites? ¿Fragmentos de un pensar lírico? Auden se ciñe a subrayar la pasión amorosa, más allá de las graves preguntas del ser: “Yo te amo un poco. Yo te amo mucho”.