Las imágenes de Paula Rego son tan escabrosas como atractivas, realistas y mordaces, infantiles y perversas, poéticas y misteriosas. Desde los años sesenta ha desarrollado iconografías pobladas de recuerdos y experiencias, de cuentos literarios y referencias a viejos maestros. Su expresionista narratividad habla de resquemores y duelos, vergüenza, y denuncia de injusticias políticas y sociales, a menudo relacionadas con las mujeres y subalternas racializadas.
La retrospectiva organizada por Tate Britain en colaboración con Kunstmuseum Den Haag y el Museo Picasso Málaga, donde ahora desemboca, pone el acento en el protagonismo de las mujeres en sus historias, a través de casi un centenar de obras: collages, pinturas, pasteles de gran formato, dibujos y aguafuertes. A diferencia de la última exposición antológica de Paula Rego (Lisboa, 1935), celebrada en el Museo Reina Sofía en 2007, se trata de una revisión feminista a cargo de Elena Crippa, a quien se suman en su interpretación desgranada en el catálogo otras seis estudiosas, sin ninguna española para alumbrar la influencia reconocida de los grabados de Goya, pero también de otros maestros como Murillo, en la ascendencia ibérica de la artista británica-portuguesa.
Provocadora con sus imágenes, Paula Rego pone en sus cuadros cosas que nos avergonzaría hasta pensar
Su doble nacionalidad, vivida desde su adolescencia en Londres, propició su libertad para criticar la dictadura de Salazar y su represión colonial sobre Cabo Verde, Angola, Guinea-Bissau y Mozambique; y después, el peso del nacionalcatolicismo en plena democracia, tambaleada en la polémica legislación sobre el aborto. Pero también ha azuzado sus recuerdos nostálgicos como fuente de inspiración inagotable.
Por otra parte, el pronto reconocimiento de Rego en el potente sistema artístico londinense avivó la rivalidad portuguesa, que la nominó como su representante en la Bienal de São Paulo en 1969. Veinte años más tarde, las exposiciones individuales de Rego en la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa, el Museo Serralves de Oporto y la Serpentine Gallery de Londres consolidaron su puesto de primera fila en el arte contemporáneo. Un lugar alcanzado por un puñado de maestras del siglo XX y que, sin dejar de crecer, fue rubricado en 2009 con el museo la Casa das Histórias Paula Rego en Cascais. A pesar y quizás precisamente porque en sus inicios Rego se comportó como una exiliada política.
Los cuadros que Paula Rego pintó al comienzo de la década de 1960 quizás sean los más radicales de su carrera. Para Under Milk Wood (1954), una escena inspirada en la obra de teatro de Dylan Thomas, la pintora readaptó la costa galesa al bullicioso teatro de una cocina portuguesa. El cuadro, habitado exclusivamente por mujeres, da fe del impulso antipatriarcal que alienta su obra, entonces concentrado en el dictador portugués (Salazar vomitando la patria, 1960).
Además, Rego apuntó directamente a la elite colonial en Cuando teníamos una casa en el campo dábamos fiestas maravillosas, y luego salíamos y matábamos negros, 1961. Para dar sensación de violencia, introdujo cortes, arrugas y rayajos. Fue en esta época cuando la pintora descubrió la obra de Jean Dubuffet, decisivo para dar forma a sus imágenes desafiantes, autobiográficas y políticas desde un lenguaje tosco y popular.
Casi medio siglo después, Rego vuelve a recrear una alcoba femenina mostrando las relaciones de poder heredadas del colonialismo a cuenta de su peculiar adaptación de Las criadas, de Genet. Ahora las sombras constituyen el elemento decisivo para subrayar el carácter teatral de la construcción hegemónica de las identidades. El poder de las sombras, que descubrió a través de la terapia jungiana, además, contribuye al ambiente siniestro (unheimlich) habitual en las escenas domésticas y familiares de su pintura. Las sombras de los faldones en las imágenes de Rego parecen guardar toda suerte de tabúes secretos de intensa pregnancia sexual.
Rego juega con sus espectadores. Sin los títulos, quizás no sabríamos detectar la diferencia entre agresión y amor
Paula Rego suele alterar las historias. Según Maria Manuel Lisboa, “allí donde los hombres y las mujeres eran amantes, se hacen enemigos; allí donde las mujeres eran rivales, se hacen aliadas; y allí donde la mujer era la víctima, pasa a ser la vencedora en una epopeya de venganza desproporcionada”. A lo largo de su obra, Rego juega con sus espectadores. Composiciones y temas se contraponen y se cancelan. Sin los títulos, quizás no sabríamos detectar la diferencia entre la agresión y el amor.
En una ocasión, la artista dijo que le gusta “socavar las historias, como cuando haces daño a las personas que quieres”. Tan provocadora con sus imágenes como deslenguada en sus declaraciones, como apuntó Germaine Greer, Rego pone en sus imágenes cosas que nos avergonzaría hasta pensar. Ha pintado escenas de degradación y miseria, abandono y asesinato de niños, alcoholismo, proxenetismo y prostitución. Ha hablado abiertamente de sus infidelidades en un matrimonio abierto y también de sus abortos.
Y en sus representaciones autobiográficas a veces ha utilizado el travestismo para empoderarse, cambiando de rol. Otra transformación frecuente en su obra es la metamorfosis en mascota y otros animales que parecen extraídos de fábulas infantiles, cuentos de hadas ancestrales, un baile de máscaras y de caricaturas grotescas. En sus inicios, se autorrepresentó como un “perro malo”; en plena madurez, junto a su marido y también pintor Victor Willing y su amante, el novelista Rudolf Nassauer, los tres aparecen indistintamente como mono, paloma y oso.
Después de la muerte de su marido en 1988, durante años aquejado de esclerosis múltiple, su estudio tiende a conformarse como un matriarcado. La tela magistral El baile, con la figura protagonista de una joven sola ocupando el lado izquierdo de la escena, en diagonal al corro formado por dos mujeres y una niña, marca un punto de inflexión. Lila Nunes, portuguesa y con un cierto parecido con la artista, pasa a ser la modelo y colaboradora recurrente de Rego, por ejemplo, en la impactante serie Mujer perro; pero otras familiares también posan para sus pasteles y grabados, que serán las técnicas preferidas a partir de ahora. En especial el pastel, duro y blando, entendido a medio camino entre pintura y dibujo.
Aunque su pintura destaque por su empastado y contundente colorido, Paula Rego es sobre todo una genial dibujante. En su trabajo de las últimas décadas, la luz vibrante irrumpe creando grandes contrastes, animando texturas o determinando un doble plano de realidad y ensoñación. La línea enerva el autorretrato de La artista en su estudio, 1993, un acrílico sobre papel montado sobre lienzo, poblado de modelos femeninas, donde parece reflexionar sobre su propia trayectoria, desde su juventud y luego, cuando posó desnuda para su marido.
Pero también sobre el papel asignado a las mujeres en la historia del arte. Algo sobre lo que tuvo tiempo para reflexionar durante su residencia en la National Gallery de Londres, que abrió este nuevo programa con la invitación a la artista. Al principio Rego, que entonces tenía 55 años y una carrera más que acreditada, dudó: ¿qué podía encontrar en una institución masculinizada donde entre miles de pinturas solo se encuentran ocho artistas mujeres? Después de su convivencia con los narradores de la historia, declaró: “yo he tenido suerte en ser mujer. Porque soy pintora y porque hay muchísimas historias, cosas que decir, que no se han dicho hasta ahora”.