El cómic vive un buen momento en España en los ámbitos creativo y editorial. Hay talento a raudales, que triunfa y recibe premios dentro y fuera de nuestras fronteras. Con el cambio de siglo y gracias al auge de la novela gráfica y al Premio Nacional del Cómic, el noveno arte salió de la cueva y conquistó a todo tipo de públicos. Hoy su prestigio cultural está más que consolidado y tiene la atención de la prensa, las instituciones y los museos.
Otro motivo de celebración es la pujanza indiscutible de las autoras en un terreno antaño sobresaturado de testosterona. Ellas han puesto el foco en temas como “los problemas sociales, la realidad LGTBI y las historias autobiográficas”, señala Laureano Domínguez, editor de Astiberri.
Emma Ríos, Natacha Bustos, Ana Galvañ, Carla Berrocal, Aroha Travé, Sole Otero, Núria Tamarit, Lola Lorente, Ana Penyas o Sara Soler son solo algunos nombres de la pléyade de mujeres que ensanchan el camino desbrozado por veteranas como Ana Miralles o Laura Pérez Vernetti.
“Las nuevas autoras han sabido proyectarse muy bien en las redes sociales y establecer una conexión con el público joven”, opina la escritora y teórica Ana Merino, pionera en el estudio académico del cómic español.
Lo anterior es solo una parte de todo lo que ha pasado en el mundo de la historieta en los últimos 40 años, los mismos que acaba de cumplir el Salón del Cómic de Barcelona, el más antiguo e importante de España. El divulgador, editor y guionista Antoni Guiral ha sido el comisario de su principal exposición, donde se repasaban estas cuatro décadas de historia desde que aparecieron las primeras revistas de cómics para adultos y las librerías especializadas. “Hoy la oferta es impresionante”, asegura. “La novela gráfica marca la tendencia, pero sigue habiendo comic books de grapas, álbumes y más reediciones de clásicos que nunca”.
Aunque de las revistas de gran tirada solo resiste la satírica El Jueves, sigue habiendo publicaciones de historietas enmarcadas en el mundo de los fanzines y la autoedición. Por su calidad y su afán experimental, esta escena se ha convertido “en una alternativa real a la edición comercial”, señala el experto.
El éxito arrollador del manga
En el crecimiento del cómic en nuestro país hay otro fenómeno que es a la vez causa de alegría para las editoriales y elemento de distorsión a la hora de analizar la salud del tebeo patrio. Se trata del auge sin precedentes del manga, que copa los primeros puestos en las listas de libros más vendidos, a menudo por delante de las novelas de mayor éxito comercial.
Aunque el interés por el cómic japonés en nuestro país no es nuevo, el furor que causa entre el público adolescente se explica en parte por el aumento del anime en los catálogos de plataformas como Netflix. “El manga, el anime y el videojuego están muy interrelacionados. De hecho, en Japón son los tres pilares de una misma industria”, opina Catalina Mejía, directora literaria de Salamandra Graphic y ahora también responsable de Distrito Manga, el sello que acaba de lanzar el grupo Penguin para dar la batalla al otro gran conglomerado editorial español, que no para de cosechar éxitos de ventas a través de Planeta Cómic.
La colonización nipona del mercado español también ha traído efectos positivos para la creación española: desde los 80, en pleno apogeo de los superhéroes americanos, la irrupción del manga, con subgéneros especialmente concebidos para el público femenino, supuso un aumento de lectoras, que en muchos casos son las autoras de hoy. Además, el actual momento de gloria del manga permite a las editoriales seguir editando cómics de autor más minoritarios.
La cara B
No todo el monte es orégano en el sector. El pastel del mercado editorial crece, pero la porción del cómic sigue siendo la misma: sus 64 millones de euros apenas representan un 2,6 % de la facturación total, según la Federación de Gremios de Editores de España, que elabora el barómetro oficial de hábitos de lectura, cuya última edición revela que solo uno de cada diez lectores (el 10,9 %) lee historietas.
Alejandro V. Casasola, director del Salón del Cómic de Granada, el segundo más antiguo de España, pone en cuarentena estos porcentajes y considera que el peso económico y cultural del cómic es mucho mayor. “No hay datos reales ni suficientes. Hacen falta estudios específicos”, asegura. Por eso la Sectorial del Cómic, organización que él mismo preside y que aglutina a 17 colectivos y asociaciones profesionales, ha impulsado la elaboración de un libro blanco de la industria que está en marcha y que cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura. “De momento sabemos que hay más de 60 editoriales de cómic, más de 260 librerías especializadas, entre 1.000 y 1.500 autores, unos 150 traductores, más de 50 festivales y un centenar de críticos asociados”, señala Casasola, pero se trata de un estudio laborioso del que no podrán extraerse datos hasta 2023.
En cualquier caso, el cómic sigue siendo un producto cultural minoritario. “Educar para la lectura es clave”, afirma Merino. “El cómic, por su ductilidad gráfica y narrativa, tiene un potencial educativo fabuloso”. Irónicamente, durante mucho tiempo los tebeos se consideraron un pasatiempo para niños. A partir de los ochenta el cómic se hizo adulto, pero por el camino perdió precisamente al público infantil, y ahora las editoriales se han dado cuenta de que hay que sembrar lectores para el futuro, por lo que muchas han empezado a crear colecciones específicas para los más pequeños, como es el caso de Astiberri, Salamandra Graphic, Planeta Cómic o Norma.
La precariedad del oficio
En el debe del sector destaca también la escasa proporción de autores nacionales -menos de un 15 % de lo que se publica, calcula Guiral– y la precariedad de sus profesionales. Las tiradas no suelen superar los 2.000 ejemplares, de cuyo precio de venta los autores perciben entre un 8 y un 10 %. Por eso casi todos se ven obligados a completar sus ingresos con encargos para publicidad, prensa y otros productos editoriales, la venta de originales o la docencia.
Ana Penyas, Premio Nacional del Cómic en 2018 por su ópera prima, Estamos todas bien, reconoce que pudo dedicarse a hacer su segunda obra, Todo bajo el sol, gracias a los 20.000 euros del galardón que concede el Ministerio de Cultura. Al contrario que las editoriales, ella no tiene reparos en hablar de dinero y, de hecho, lo ve necesario. De su primer libro, que también ganó el Premio Fnac-Salamandra Graphic, lleva vendidos 38.000 ejemplares, lo que le supone un goteo constante de ingresos. Pero el suyo no es ni mucho menos un caso típico. “Vivir solo de hacer cómics es casi imposible si no vendes mucho. Conozco gente que ha optado por autoeditarse porque gana más así que en una editorial”, afirma la autora.
Para combatir esa precariedad acaba de surgir la Asociación de Autoras y Autores Profesionales del Cómic (APCómic), que tiene ya más de un centenar de socios entre los que se encuentran firmas consagradas como Paco Roca, Albert Monteys, Teresa Valero, David Rubín, Natacha Bustos o la propia Penyas. Laura Pérez Vernetti ha sido su primera presidenta provisional. “El cómic español está en auge desde hace 15 años, pero muchos autores tienen que emigrar a Estados Unidos, Francia o Italia. Necesitamos mejorar las condiciones laborales del cómic y una distribución de ingresos más equitativa”, defiende la historietista, así como “apoyar la producción de los autores españoles y construir una industria puntera que podamos exportar al exterior”.
No obstante, Casasola advierte de que la precariedad no es exclusiva de los autores. “También existe en el mundo de las editoriales, de los organizadores de festivales y de los libreros. Tenemos que conocer primero la realidad del sector, identificar sus necesidades y a partir de ahí negociar con las administraciones para potenciar las ayudas públicas. No queremos vivir de subvenciones, pero el mundo del cómic merece apoyo, como cualquier otro sector industrial”.