El nuevo libro de Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) ya se escribía antes de que el autor tuviera conciencia de ello. Obstinado en desenterrar la memoria de sus orígenes, el niño que luego se licenciara en Historia y Filosofía interrogaba a los vecinos de Toñanes, un pueblo cántabro emplazado entre Comillas y Santillana del Mar, sin saber que aquellas calles por las que transitaban centenares de vacas se convertirían en el atrezo de Lo demás es aire (Seix Barral), su nueva obra.
En los años del cambio de siglo había escrito dos novelas, pero Gómez Bárcena considera Los que duermen, un conjunto de relatos publicado en 2012, el primer libro de su trayectoria como escritor. Dos cursos después, el lanzamiento de El cielo de Lima (Salto de página), reconocida con el Premio Ojo Crítico de Narrativa, pone su nombre en la pléyade de autores con más proyección de la literatura española. Sus dos últimas obras, publicadas en Sexto Piso, supusieron la consagración de un talento apenas comparable con cualquier otro nombre de su generación, si bien esta novela, que es la nueva, es la primera que comenzó a escribirse, pues lleva toda una vida sumergido en ella.
No había cumplido doce años cuando encontró un fósil de ammonites, el primer habitante del lugar. Era el inicio de un trabajo de investigación histórica apoyado en testimonios y documentos oficiales que se remontan hasta el siglo XVII. No obstante, la historia de Lo demás es aire se extiende desde el principio de los tiempos hasta la actualidad. “Casi todos los personajes son reales, pero me he inventado sus vidas”, confiesa el autor en El Cultural, aunque matiza: “siempre y cuando fueran compatibles con los datos que yo tenía de ellos”.
T. S. Eliot dijo algo parecido a que un buen poema debía ser un resumen de toda la poesía en general. Esta novela lo es de toda la humanidad. La nueva obra de Gómez Bárcena es la historia emocional, a través de las distintas generaciones que poblaron Toñanes, de una idiosincrasia como la española. Y es que “Toñanes tiene sus especificidades, como el acento y otras características”, pero el autor ha intentado “captar esos rasgos para que cada uno piense en las propias”.
Afincado en Madrid, sigue manteniendo una relación muy intensa con su pueblo, al que regresa en los días de promoción y se da cuenta de que en Lo demás es aire hay temas que tienen más presencia que otros: "el amor, la muerte y la maternidad”. Qué no podría caber en una novela de más de 500 páginas sobre la historia de un pueblo de dos kilómetros cuadrados. Ambicioso en la forma pero sin pretensiones exhibicionistas, Gómez Bárcena logra que los acontecimientos de distintas etapas lejanísimas entre sí concurran de un modo orgánico, como si sucedieran al mismo tiempo.
Pregunta. ¿Qué ha ocurrido para que pase de una novela sobre el México colonial (Ni siquiera los muertos, 2020) a la gran historia de su pueblo?
Respuesta. Llevo muchísimos años con este proyecto, aunque la conciencia de que sería una novela llegó más tarde. He ido solapando proyectos narrativos que tenían que ver con la historia, pero de muy diferentes lugares. Esta vez ha sido una sensación de regreso a casa. Aunque mantengo la idea de ver ese pueblo en diferentes épocas, ha sido una manera de narrar mi propia historia.
P. En la cita de Alejandro Zambra que precede al libro, se lee: “Aunque queramos contar historias ajenas terminamos siempre contando la historia propia”. Por su parte, Juan Carlos Onetti venía a decir que por mucho que cuentes una historia real, siempre hay algo de ficción. ¿Cómo gestiona ese conflicto, tan presente en sus obras?
R. En realidad, ambas frases son complementarias. Hasta el momento había trabajado textos que aparentemente tenían muy poco que ver conmigo. Lo que sí he ido constatando es que, aunque ambientara mis novelas en la Hungría soviética (Kanada, 2017), terminaba hablando de mí. Esta vez quería hablar de la documentación que había emprendido y, de esa manera, invisibilizarme. Pronto vi que no se podía, por lo que he invertido el proceso de las obras anteriores, donde la realidad era algo que había que buscar entre líneas. Aquí el lector tiene que preguntarse todo el rato qué es realidad y qué es ficción.
"Los momentos excepcionales de la historia no suelen ser una buena fuente de referencia"
La pericia no es haber escogido un solo escenario para que en él transcurran los fascinantes pasajes de este libro, claro que no. Gómez Bárcena maneja los resortes narrativos con asombrosa coherencia hasta lograr que una fórmula compleja, donde los constantes saltos de tiempo son la seña de identidad de la novela, se conviertan en una lectura lineal y uniforme.
Resulta un prodigio la escena de sexo coral donde convergen, a lo largo de cuatro siglos de distancia entre el pasaje más antiguo y el más reciente, la primera vez en la adolescencia, el inaplazable acto de la noche de bodas, el amor furtivo, el verdadero, el tierno y dos siniestras violaciones separadas en el tiempo pero marcadas por el mismo estigma: el machismo que imperaba en nuestra sociedad.
P. ¿Qué era más importante: el contexto o las propias historias?
R. Esto es interesante… Bueno, no pensé las historias por separado, sino globalmente. Lo que pretendía es que pudiéramos asistir a un fresco muy completo de la vida humana, una vez leídas todas las historias. No fue tan importante el contexto como la reconstrucción de lo humano. Eso es, no he tenido tanto afán de reconstruir el tiempo. La premisa de la que partí es que si contaba con justicia y con profundidad las historias de los personajes desde el siglo XVII, la época acabaría apareciendo ante los ojos del lector.
P. ¿Por qué le interesa tanto ese juego? ¿Qué valor tiene el tiempo como concepto narrativo en su literatura?
R. Mis libros siempre tienen una mirada muy antropológica del ser humano o, al menos, buscan resolver algunas preguntas. Cuando uno piensa su propia vida, es importantísimo el relato que nos contamos de ese pasado. Para responder a la pregunta del ser humano, necesitamos verlo en una transición temporal, o sea, teniendo en cuenta su pasado y su proyección de futuro. A mí me interesa analizar qué es lo que pervive y lo que se transforma en el tiempo. En esta novela buscaba mostrar cómo se interrelacionan las emociones y los conflictos en distintas épocas.
P. Después de curiosear tanto en el pasado, ¿quién cree que ha envejecido mejor: el ser humano o el tiempo?
R. Nada envejece demasiado. Tendemos a creer que superamos fases previas en el desarrollo humano. Uno escucha con mucha frecuencia frases del tipo: “Parece mentira que en 2022 todavía ocurra esto”. Pero lo cierto es que esa evolución que consideramos tan clara no lo es. Yo diría que todo aquello que envejece es superfluo y solo lo esencial permanece. Las personas de esta novela tenían su propia relevancia, y yo quería poner el acento en mirarlas con el mismo cariño que nos dedicamos a nosotros mismos.
“El deseo de documentación de esta novela ha sobrevivido a la propia escritura”
P. Lo demás es aire es el relato de un país a través de su historia, tomando como punto de partida un pueblo pequeño. ¿Es la vieja idea de Chéjov que sostiene que “si quieres ser universal, habla de tu aldea”?
R. No pensé en esa frase, pero estoy totalmente de acuerdo con ella. Muchas veces creemos que lo universal es escribir desde un punto de vista neutro o intentar captar todos los contextos. A menudo, si nos desligamos de lo que nos atañe, pueden surgir obras un tanto descafeinadas o universales en el peor sentido de la palabra, que no conectan con nada en concreto. Es en lo local donde uno forja sus emociones y, en este caso, además hay una mirada histórica por mi parte.
La historia se ha concentrado siempre en los grandes acontecimientos, y la paradoja es que los momentos excepcionales no suelen ser una buena fuente de referencia. En la Edad Moderna, la gente en España vivía de un modo muy parecido a Toñanes, no a la corte de Felipe II. En definitiva, lo local es más útil para darnos una visión, no de cómo vivían las élites, sino el conjunto de la población.
P. ¿Cómo ha conseguido homogeneizar y condensar todo este material y convertirlo en un dispositivo lineal o, si me permite, comercial, desde el punto de vista de la coherencia narrativa?
R. Mi objetivo era hacer algo legible desde la complejidad. La vida es así, ¿no? Es confusa, pero nosotros aceptamos esa confusión y nos dejamos arrastrar por el torrente de esos acontecimientos. Lo que hice fue dividir en categorías los capítulos donde se alternan épocas y hay muchas fechas, los que son más bien relatos, los que son entrevistas y alguno incluso que contiene documentos. A partir de ahí, alternarlos de manera que el lector entrara en el juego. El montaje era fundamental. La idea era que hubiera algo hacia el final de un capítulo que nos llevara al siguiente. Una suerte de pegamento que diera esa sensación de continuidad.
P. ¿En qué momento se le ocurre estructurar Lo demás es aire como un montaje cinematográfico?
R. El cine ofrece unas transiciones de tiempo muy rápidas, lo cual te permite aceptar que estás en otro contexto. Sucede también con los videoclips, que cuentan muchas historias en tres minutos. Yo quería mostrar el vértigo de miles de recuerdos de un pueblo entremezclándose. Recurrí a esos eslabones del cine (un color, una palabra o una simetría de imágenes) que pueden darnos las claves para saltar con fluidez de una escena a otra o de un plano temporal a otro. Para esto fueron vitales las fechas de los márgenes.
P. Le confieso que cuando abrí el libro y advertí ese recurso, resoplé ante la sospecha de enfrentarme a un libro complejo.
R. [Risas]. Claro. Ni siquiera yo lo había visto antes. Incluso tuve miedo de que esto no fuera legible.
P. ¿En qué fase toma esta decisión?
R. No lo decidí desde el primer momento, pero sí bastante pronto. Quería que este libro tuviera esa especie de elementos de consulta, aunque también me preocupaba que la propia rareza del formato disuadiera a la editorial de la posibilidad de publicarlo. Sin embargo, desde el principio les encantó la idea y los lectores, hasta el momento, también están satisfechos.
"Gracias a que la Iglesia se molestó en consignar todas las partidas de bautismos, matrimonios y defunciones, he podido escribir esta novela"
P. Aprovechando su flamante fichaje por Seix Barral, ¿se reconoce con esta novela en la literatura de Agustín Fernández Mallo?
R. Me parece una referencia muy bien trazada. Fernández Mallo me interesa mucho en lo que se refiere a la experimentación formal. Yo mismo también intento experimentar siempre. Pese a los caminos tan distintos que recorren nuestras exploraciones, somos dos autores que tenemos amor por el juego formal y la mezcla de tipos de textos. No obstante, las referencias para este libro han sido esencialmente cinematográficas: películas con montajes muy rupturistas y los textos de análisis de Serguéi Eisenstein. También un cómic de Richard McGuire, Here, con muchos saltos temporales y los libros La feria de Juan José Arreola o La vida, instrucciones de uso, de Georges Perec.
P. ¿Qué simboliza el hecho de que Toñanes sea un lugar de paso en el que nadie se detenga?
R. Muchos millones de españoles han pasado por Toñanes, pero pocos se han detenido. Precisamente por esto hay una serie de cosas en la que no nos estamos “deteniendo”, y con la muerte de las personas mayores se pierde toda una memoria a la que yo quería prestar atención. Lo que intento es obligar al lector a detenerse en ese punto en que, en circunstancias normales, no hubieran detenido el coche.
P. Aunque es un libro que se adscribe a multitud de registros, también podríamos enmarcarlo en el fenómeno de la literatura rural. Por centrarnos en el componente social, ¿cree que verdaderamente existe esa conciencia repentina de la importancia de la naturaleza o es una moda pasajera?
R. Desde la crisis de financiera de 2008, estamos en un proceso de falta de fe con el progreso. Cada vez cuestionamos más ese relato de que el mundo rural era algo obsoleto y estaba destinado a parecer. Lo rural reflejaba el atraso y la España del pasado que tenía que ser desterrada. El regreso al campo ligado al coronavirus es un elemento más del relato en el cual lo rural puede ser una alternativa válida también para personas que se criaron en la ciudad. Ahora bien, mi visión de los pueblos es muy matizada: no me gusta ese planteamiento del lugar cainita que se relaciona con la bestialización del mundo rural, pero tampoco veo al pueblo como ese lugar bucólico donde hay un equilibrio con la naturaleza y una relación genuina con el mundo.
P. ¿A qué autores de este género ha leído últimamente?
R. Juan Bello, Jesús Carrasco o María Sánchez, entre otros, aunque antes que a nadie, a García Lorca, que rescata lo poético de lo rural. También me interesa el ruralismo que no tiene nada que ver con lo español: Juan Rulfo. En Lo demás es aire me he basado mucho en la literatura rural, pero no tanto para el modelo de escritura, sino para estar seguro de no dejarme nada y ver cómo otros habían resuelto ese reto. En realidad, mi principal referencia ha sido el pueblo: cómo puedo transmitir a alguien que no sea de aquí o no conozca este lugar cuál es el sabor que tiene un lugar como Toñanes.
"Este ha sido un libro muy exigente que me ha dejado exhausto, así que voy a descansar"
P. Una iglesia en Toñanes y la celda de Sor Bárbara Gómez son algunas de las alusiones religiosas que aparecen en esta novela. De nuevo, la fe sobrevuela su narrativa. En este libro comparece la moral judeocristiana y católica de este país a lo largo de la historia. ¿De qué modo cree que nos ha configurado?
R. Los pueblos crecen en torno a la iglesia. En Toñanes no hay bar, pero sí hay iglesia, que sirve todavía de centro de reunión social. A veces de manera liberadora y en otras muy opresiva, nos configura, claro, en tanto que no podemos entender esto sin ella. También es justo señalar el elemento de cohesión positivo que tiene la religión: gracias a que la Iglesia se molestó en consignar todas las partidas de bautismos, matrimonios y defunciones, he podido escribir esta novela. Los censos de la Edad Moderna y de principios de la Edad Contemporánea se hacen gracias a la Iglesia.
P. ¿Es cierto que la documentación es la fase más apasionante en el proceso de una novela?
R. Encuentro más disfrute en la documentación, sí; pero no en la mera recopilación, sino en esos momentos en que imagino cómo voy a usar ese material: cuando le doy carne a esos personajes o descubro los datos que me sirven para confirmar la idea definitiva para una escena. Aunque, claro, ahí ya hay algo de escritura. La fase del cierre es la que más me disgusta. Resulta la más decepcionante porque es donde te encuentras con lo que has logrado, pero también con lo que no. Y fíjate: el deseo de documentación de esta novela ha sobrevivido a la propia escritura. Todavía hoy miro elementos relacionados con la investigación, aunque ya sé que no volveré a escribir sobre esto.
P. ¿Está seguro?
R. En ninguno de mis proyectos he repetido una premisa. Cada vez que llego a un tema, lo agoto y quiero pasar a otra cosa.
P. ¿Y cuál será la próxima?
R. Por primera vez en muchísimos años, estoy pensando en descansar. Siento que con esto he cerrado un ciclo. Son cinco libros muy pegados a la idea del tiempo, la comprensión de lo humano… Este ha sido un libro muy exigente que me ha dejado exhausto. Quiero llenarme de nuevo sin escribir ni pensar, aunque esperando que de ahí surja un nuevo argumento, claro.
P. No es una afirmación muy habitual en un escritor, aunque hace no mucho también dijo en El Cultural que volvía a revisar sus propios libros una vez publicados. También resulta una anomalía en su gremio.
R. Sí, ja ja. Es como cuando uno va a terapia y revisa su pasado, que aprende cosas para el presente y para el futuro. No es que quiera mejorar mi obra, sino que quiero mejorarme a mí.