“El ser humano miró al cielo y después voló, llegó a la luna e hizo posible la comunicación con alguien que estaba en las Antípodas”. Si pudo lograr todo esto, se pregunta Jeanette Winterson (Mánchester, 1959), ¿por qué no acabaría integrando la inteligencia artificial en su cotidianeidad? Alrededor de estas cuestiones versa el conjunto de ensayos 12 bytes. Cómo vivir y amar en el futuro (Lumen), un “libro urgente y extraordinario, por momentos aterrador y esperanzador”, según difinió la directora literaria de Lumen, María Fasce, en la rueda de prensa con motivo del lanzamiento en España.
Celebrado en The Guardian, Financial Times o Evening Standard, el ensayo de Winterson tratar de responder las cuestiones que se planteaba en su libro anterior, Frankissstein, luego de haber llegado a una conclusión: “Soy una mujer inteligente que no entiende cómo hemos llegado hasta aquí”. Con la voluntad de que los textos pudieran leerse de manera independiente, 12 bytes... recoge “un amplio espectro” de disciplinas que incluye la historia, la religión, la poesía o la política “para llegar a un lector inteligente que pudiera explorar por su cuenta”.
Es precisamente la actitud crítica y el pensamiento individual una de las grandes preocupaciones de Winterson, que no se muestra contundente con respecto a la felicidad que nos reportará el futuro, condicionado sin duda por el progreso científico-tecnológico, y sin embargo se ocupa de ello con un entusiasmo febril. “Tenemos que unirnos como pueblos del mundo”, propuso, pues “no se trata de llegar a Marte ni de hacer la bomba atómica más potente, sino de hacernos fuertes como población”.
De lo que no tiene dudas es de su incorporación inminente a nuestras vidas. “No podemos evitarlo porque ya están ahí esas herramientas; estamos creando sistemas inteligentes con los que vamos a interactuar antes o después”, asegura. Aunque no se asusten, viene a decirnos, pues “estamos acostumbrados y preparados. Hablamos con Dios, con fantasmas. Por otro lado, tenemos una industria de muñecas sexuales que no son solo de silicona, sino que responden”. Además, “cualquiera que tenga un osito de peluche sabe qué es hablar con una entidad que no es biológica”.
No obstante, la autora de La mujer de púrpura reconoce la existencia de fortalezas y riesgos. “Creo que los seres humanos convivirán con terminators”. Lo que espera es “que no destruyan la humanidad”. En este sentido, advierte que “las máquinas serán calculadoras, frías, irracionales, pero tenemos que saber cómo van a interactuar con nosotros”. Confiesa su desconocimiento por “qué aspecto tendrá” la vida entonces, pero se muestra optimista: “si lo hacemos bien, puede mejorar nuestra vida”.
Por un lado, la autora británica celebra que con la impresión en 3D, por ejemplo, “dejaremos de necesitar los trasplantes de otros órganos, porque los bajaremos de la red”; y si bien reconoce que “cualquier sistema operativo no duerme, no come ni tiene intereses como los nuestros”, esto no tiene por qué ser contraproducente. Podríamos enamorarnos de estos artefactos, “pero ellos no tendrán un sistema límbico, donde se alojan todas las emociones”, concede.
Su propuesta culmina en hacer “una lista de cosas” donde no queremos que estén los sistemas de inteligencia artificial. “Los españoles, por ejemplo, no querrán que un robot les sirva en un restaurante”. En definitiva, debemos ser nosotros los que inventemos “una vida después de la vida”. La comunidad científica, que como la religión se ha preguntado siempre si hay algo más después del cuerpo, está dividida entre confiados y escépticos. Winterson está convencida de que lo lograremos, “salvo que desestabilicemos el planeta o llegue la III Guerra Mundial”, pues el ser humano siempre ha materializado sus sueños.
“Soy una mujer inteligente que no entiende cómo hemos llegado hasta aquí”
Por otra parte, la autora de ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? tampoco ve un problema en que el ser humano deje de ser “la parte superior de la pirámide” si finalmente la inteligencia artificial se convierte en algo consciente. Y es que “las máquinas van a reflejar nuestra conducta gracias a la información que contendrán las bases de datos”, explica. El problema es que todavía “esos datos están muy sesgados”.
Lo que sí le preocupa es que empresas potentes o personajes como Elon Musk y Mark Zuckerberg monopolicen todo lo relativo a la transformación tecnológica. Por ello, no solo alienta al ser humano a que sea solidario, como apuntábamos, sino que aboga por la cooperación de gobiernos y empresas “a través de un sistema central”. Para Winterson, “la política tiene un papel muy importante que desempeñar en todo esto”, mientras que nosotros, que “somos egoístas y peligrosos”, no podemos convertirnos en nuestro enemigo.
“No se trata de llegar a Marte ni de hacer la bomba atómica más potente, sino de hacernos fuertes como población”
La escritora se remite a la historia para justificar sus postulados, y efectivamente son la Revolución Industrial y la II Guerra Mundial los antecedentes más reconocibles en este asunto. De la primera, nos recuerda la autora de El mundo y sus lugares que Karl Marx ya explicó en El Capital “cómo se alterarían nuestros patrones”, mientras que el conflicto bélico más transcendental del planeta fue “el punto de inflexión donde se desarrolla toda la tecnología informática”.
Solo algo más de una década después, nació Winterson. Adoptada por una familia humilde y religiosa, inició a los 16 años una relación sentimental con una mujer, lo que supuso su expulsión. Hoy, condecorada en 2006 con la Orden del Imperio Británico y reconocida en todo el mundo por sus libros, utiliza la literatura como esgrima contra la homofobia y la misoginia. La autora de Fruta prohibida no duda en señalar la desigualdad que también existiría en el ámbito científico. “Las mujeres fueron apartadas de las nuevas tecnologías. No es un problema de la mente femenina, sino de los prejuicios”, aseguraba.