Autora de un libro de poesía, El telar de Penélope, y varios de relatos, Segunda residencia y Flores fuera de estación; Punta Albatros (Seix Barral) es la primera novela de Margarita Leoz (Pamplona, 1980). Situada en una costa inhóspita y salvaje, hasta allí hace viajar a su protagonista: un médico exiliado voluntariamente, aunque no se sabe por qué, que acude a reemplazar al anterior doctor tras su marcha repentina e inexplicable. Escrita en dos planos temporales, presente y pasado, la escritora investiga a partir de esta historia los entresijos del paso del tiempo, las esperas, los afectos perdidos, el amor, la infidelidad y hasta las dolencias del cuerpo. La suya es, además, una historia de silencios y secretos. De la pérdida de los años felices y el coste de la madurez.
Inmersa en la promoción de esta ficción, Leoz disfruta del momento actual cuando nos atiende por teléfono. “Es una época en la que puedes leer poquísimo y escribir menos –reconoce–, pero también es un gusto después de tantos años de escritura silenciosa y solitaria poder hablar de lo que has escrito y que la gente te lea. Para eso escribimos”.
Pregunta. Anteriormente ya había publicado poesía y varios volúmenes de relatos, ¿cómo llega a Punta Albatros?
Respuesta. No lo recuerdo muy bien. Yo tenía la ambientación, generalmente me suele pasar eso. Hay autores que son escritores de ideas, deciden hacer una novela sobre la precariedad laboral y hacen una novela de ese tema de principio a fin, que es un poco el antítesis de lo que hago yo. No es mi manera de trabajar y no podría escribir así. A mí antes de pensar en tramas o en personajes se me vienen a la cabeza los escenarios. Dónde los situaría. Y luego, una vez que tengo ese escenario, es cuando pienso qué va a pasar ahí y cuáles van a ser los personajes. Creo que surgió así. Me parecía también muy fructífero literariamente poner a interactuar a personajes dispares en un lugar incómodo y sin asideros, donde nadie se sintiese muy a gusto.
La importancia del entorno y del tiempo
P. En su novela el entorno es, de hecho, un personaje más, un estado de ánimo. ¿Qué papel juega Punta Albatros y cómo definiría este lugar?
R. Punta Albatros es el nombre de la región en la que el protagonista se refugia tras huir de la ciudad y también el del cabo y del hostal de Celso, y hace referencia a esas gaviotas enormes propias de otras latitudes que recuerdan a los albatros. Siempre le doy mucha importancia a la ambientación y también al tiempo atmosférico, a la expresión de las plantas, los árboles, las flores, la fauna, incluso a la creación de topónimos. Me resulta necesario que el escenario se recree minuciosamente para que los personajes se puedan mover en él. Todos los topónimos que aparecen mencionados –Punta Albatros, la isla de Goz, la playa de Nadie, la playa de las Damas, Lindes– son por completo inventados, pero sí que hay una fuerte voluntad de sugerir la localización ante la que nos encontramos. Al lector español le resultará natural ubicar la novela en unos parajes muy similares a la costa gallega o asturiana por esa idea de costa atlántica, salvaje, agreste, un poco aislada. Pero yo para recrearlos, me inspiré en la costa atlántica francesa, en Bretaña y en el Loira atlántico.
“Cuando estaba escribiendo dibujé un mapa donde iba situando todos los puntos geográficos y los edificios: el hostal, el cabo, la isla de las damas, la vieja herrería... Me hice un plano particular –continúa Leoz–. El lugar es un personaje más. Los cielos con sus cóleras y sus periodos de calma, la meteorología, sus cambios a lo largo de las estaciones. El paisaje y la atmósfera van cambiando y apoyan, interfieren o se oponen a los personajes y sus acciones. Lo bueno de la ambientación es que no siempre discurre acorde con los actos humanos y esto es lo que a veces descoloca, porque deja a la intemperie a los protagonistas y también revela la pequeñez del ser humano. Me gusta mucho la frase de Melville en Moby Dick, que dice aquello de que “no está marcado en ningún mapa, los sitios de verdad nunca lo están”, porque me resulta todo más verosímil y más creíble cuanto menos sólido es.
P. Escribe que la espera es la única experiencia que tenemos del tiempo, ¿qué importancia tiene el tiempo y todos esos relojes parados que encontramos en el antiguo despacho del doctor Coroasa?
R. El tiempo es un gran motivo en mi escritura, creo que siempre voy a escribir sobre él. Tiene relación además con los recuerdos y con el pasado. Ese tiempo tiene múltiples imágenes en toda la novela: las esperas, los pacientes que no llegan, los recuerdos, la vejez de los ancianos de la isla de Goz... Los relojes son otra imagen más. En relación con ese motivo del tiempo y con la construcción de la novela, lo que siempre tuve muy claro es que se articularía en la alternancia de dos planos temporales complementarios. El plano del pasado va a ir desvelando el plano del presente y en lo que respecta al protagonista en particular va a ir desentrañando los motivos de su huida. El primero es claro, esa ruptura sentimental, ese motivo lo conoce el lector en las primeras páginas, pero para conocer la segunda causa de la huída hay que leer el libro hasta el final. Este procedimiento de dos planos temporales que se alternan me interesaba porque la rememoración, los recuerdos, explican el presente y al mismo tiempo ofrecen una perspectiva nueva a oportunidades perdidas. El desequilibrio entre las ilusiones de la juventud y aquello en lo que acabamos convirtiéndonos, que también es otro motivo recurrente.
Los afectos perdidos
P. Precisamente, lo largo del tiempo retrata los años felices de juventud, cómo sus protagonistas se van volviendo adultos y van perdiendo algo en el camino, las amistades, el amor… ¿Madurar tiene que ver con perder esos afectos?
R. En parte tiene que ver con el contraste que hay entre esas ilusiones y aquello en lo que nos acabamos convirtiendo. De hecho, un cuento mío se titula así En lo que nos hemos convertido. Tiene que ver también con esa torpeza con la que a veces los personajes, y en este caso el protagonista en particular, conducen su vida, que a mí me parece un hecho muy atractivo porque es muy humano también. Como cito al principio parafraseando a Edith Södergran, “la vida es manejar imprudentemente la propia felicidad”. Creo que, al final, el paso del tiempo, esa madurez, tiene que ver con la desintegración de las ilusiones, que quizás no tenían ninguna base sólida más que la de la propia ilusión. Y no solo las ilusiones sino, por ejemplo, la amistad también es un tema que está en esos años del pasado. Cómo la visión de la amistad va cambiando, cómo dos parejas amigas se van distanciando. La vida al final es eso también, tomar caminos distintos. Algo que se acentúa por la diferencia socioeconómica, las aspiraciones vitales y las diferencias en las elecciones vitales.
P. También afecta al amor en el caso de su protagonista y su pareja, Teresa…
R. Sí. Así como Teresa es una mujer muy esforzada, muy tenaz, sin ningún tipo de pereza y nada dada a la molicie, con las ilusiones siempre en alto, nada tendente a la fatiga; el protagonista es todo lo contrario. Eso me servía, cuando la relación de los dos avanza, para mostrar las diferencias entre ellos, porque creo que las historias de amor hablan del dolor y de las diferencias entre hombres y mujeres. Eso lo decía Edna O’Brien y ese es un gran tema que me interesa mucho. En ese caso tenía que marcar cómo en esa pareja las diferencias los atraían y a la vez acababan desintegrando el amor y malogrando todo. También está la idea de la infidelidad como síntoma y no como una mera consecuencia de un deseo insatisfecho.
P. En ese sentido, están también los ancianos en una residencia, el padre que no mantiene mucho trato con su hijo, las infidelidades... ¿Le interesaba reflejar la complejidad de las relaciones humanas?
R. Hay muchos silencios, sí, muchos secretos. Es como la teoría del iceberg de Hemingway. Me interesa mucho lo que no se dice, o decir una cosa para en realidad contar otra. Me importan más las dudas que las certezas. Eso se logra creando secretos que poco a poco el lector irá desvelando. Yo no trabajo con tramas o temas, porque me parecen que los temas van de la mano de las ideas y las ideas ofrecen siempre certezas morales. A mí me gusta más hacer preguntas y me parece importante ofrecer al lector una cierta intriga. Siempre apelo a un lector muy activo, que no se distraiga demasiado. Quiero que todo sea esencia, incluso los mínimos detalles. Algo que me interesa mucho también es darle un sentido distinto a la cotidianeidad. Punta Albatros es una historia que quizás se podría enmarcar dentro del amplísimo mundo del realismo, pero yo siempre busco la "desfamiliarización", el extrañamiento, darle una vuelta de tuerca a lo cotidiano.
Una escritura sin maquillar
P. ¿Y qué hay de cotidiano en la profesión de su narrador?
R. El hecho de que el protagonista sea médico no es casual. El cuerpo siempre me interesa: sus manifestaciones, sus enfermedades, la literatura que hay en él… Es la manifestación externa de las emociones internas, y es muy difícil ocultar sus señales: los síntomas, los sarpullidos, las rojeces, las cicatrices... También eso tiene relación con lo que decía de los secretos y de decir sin explicar. Nuestro cuerpo muestra nuestro pasado sin explicar nada y es un reflejo de lo que pretendo con mi escritura, huir de las explicaciones, de los juicios, mostrar sin explicar. Igual que con la escritura, me gustan los cuerpos que no maquillan, que no enmascaran.
P. Le gusta la escritura sin maquillar… ¿y de autores? ¿Qué escritores tiene como referentes literarios a la hora de escribir?
R. Yo estudié Filología francesa y Teoría de la Literatura, así que tengo un bagaje de clásicos que siempre están ahí. Para esta novela en concreto no hay una influencia literaria exacta. Me documenté mucho con textos que me ayudaron a recrear las localizaciones y el ambiente, como libros de fareros o de viajeros que recorrían la costa atlántica. Pero siempre digo que vengo de autores clásicos como Flaubert o Chéjov. Me interesa esa observación minuciosa y esa pureza del estilo. Me gustan los escritores que son capaces de observar muy de cerca, mediante detalles mínimos y aparentemente nimios, pero en el fondo significativos. Pienso, quizás, en la escuela norteamericana de relato breve, los John Cheever o Alice Munro. También me encanta James Salter, me fascina cómo crea ambientes. En sus novelas se percibe esa nostalgia a los recuerdos y me gusta cómo trata el paso del tiempo. Es también un autor muy atento a la luz y a las relaciones amorosas. Y dos autoras que siempre me acompañan son Natalia Ginzburg, de quien me gusta mucho como trata los lazos domésticos, la familia y los claroscuros del amor, y Annie Ernaux.