Alice Munro (Wingham, Canadá, 1931) obtuvo el Premio Nobel de Literatura en el 2013 en reconocimiento a “su maestría en el relato breve contemporáneo” según palabras del comité. Era la primera canadiense en recibir el prestigioso galardón y su discurso de aceptación resultó un tanto atípico, pues no fue presencial sino mediante una grabación visual efectuada a modo de entrevista.

Danza de las sombras

Alice Munro

Traducción de Eugenia Vázquez. Lumen, 2022. 295 páginas. 20,90 €

Aseguraba en tal ocasión que ya desde niña inventaba continuamente historias y “conforme fui creciendo las historias trataban cada vez más sobre mí misma”; también comentaba que la primera versión de la historia siempre le parecía brillante, la segunda vez que la leía opinaba que no estaba mal, pero cuando volvía a leerla a la mañana siguiente y le parecía una tontería era cuando de verdad había que trabajar el relato y “si la historia no funcionaba era culpa mía, no de la historia”.

Menciono esta entrevista por resultar un valioso complemento al volumen de relatos que ahora se traduce al castellano, Danza de las sombras, pues fue su primera colección de cuentos publicada allá por 1968, galardonada con el Governor’s General Award for Fiction. Probablemente la mayoría de los lectores familiarizados con Munro recuerden relatos de su primera época incluidos en ¿Quién te crees que eres? (1978) y Las lunas de Júpiter (1982), o las más recientes Demasiada felicidad (2009) y Mi vida querida (2012); los que conforman esta primerísima obra participan de una similar visión general de los comportamientos de las mujeres en la sociedad, pero al mismo tiempo ofrecen una perspectiva distinta.

En la citada entrevista que sirvió de aceptación del Nobel, también comentaba la autora que al principio concebía relatos que tuvieran un desenlace feliz, pero que conforme fue leyendo y formándose como escritora los finales trágicos fueron cada vez más habituales.



Los quince relatos que componen el volumen, inéditos hasta ahora en castellano, evocan aquellos de Sherwood Anderson en Winesburg, Ohio o John Steinbeck en Las praderas del cielo en los que la aparente vida placentera de sus personajes oculta una realidad infinitamente más agria. Además, si bien cada historia tiene sentido y coherencia en sí misma, al estar todas emplazadas en el ambiente rural de las granjas del medio-oeste canadiense —según el modelo de la que tenía el padre de la autora— le confiere, como en las obras referidas, cierta unidad argumental.

[Alice Munro y la realidad que no sabemos ver]

Los relatos de este volumen abordan temas tradicionales y recurrentes del feminismo, como la igualdad sexual, qué espera la sociedad de una mujer, la rebeldía contra el patriarcado, en definitiva, ser respetadas y consideradas como personas en igualdad de condiciones con los hombres. Otros aspectos que encontramos en esta obra, no tan presentes en futuros títulos, son el convencionalismo estructural narrativo, la importancia del argumento, o el control de los personajes. La narración en primera persona es constante y con ella logra dotar de verosimilitud a los relatos. El modelo argumental es muy similar en cada historia: un acontecimiento aparentemente intrascendente marcará la vida de las protagonistas, siempre mujeres.

En el primero, “El vaquero de la Walker Brothers”, un padre invita a su hijita y al hermano menor a que le acompañen una tarde en su trabajo de comercial visitando clientes. La pequeña, protagonista y narradora, entusiasmada “con la creciente esperanza de aventuras” (p. 16), descubrirá un mundo nuevo y conocerá a Nora, una solterona, probable antiguo amor de su padre, que se ha marchitado cuidando de su anciana madre.

“Las casas flamantes” y “Postales” presentan dos historias temáticamente distintas pero similares en cuanto a su mensaje. Mary y Helen, las protagonistas, son dos jóvenes que toman conciencia de la rigidez de las normas sociales. Mary, en “Las casas flamantes”, admira a su anciana vecina porque a su edad es capaz de enfrentarse a los convencionalismos de una vecindad en la que “… se admiraban unos a otros en aquella nueva actitud como propietarios igual que la gente se admira por ir borracha” (p. 44).

La importancia de la estratificación social en las pequeñas comunidades también está presente en “Domingo por la tarde”. “Postales” vuelve a girar en torno al tema de la frustración —también aparece en “La hora de la muerte” y “La paz de Utrecht”—. Helen tiene noticia del matrimonio de su eterno pretendiente cuando, supuestamente, estaba de vacaciones: era “un hombre que va a la suya” (p. 196). Lo que realmente le indigna es que los hombres podían permitirse un tipo de comportamiento, ignorando a las mujeres, algo que a ellas les es negado.

Inéditos hasta ahora en castellano, los quince relatos de este volumen de alice munro abordan temas recurrentes del feminismo, como la igualdad sexual o la denuncia del patriarcado

“El despacho” y “Chicos y chicas” son los cuentos que más me han interesado. El primero recuerda poderosamente Una habitación propia de Virginia Woolf en tanto en cuanto la protagonista y narradora necesita disponer de su propio espacio, si bien en este caso es para escribir. Alquilará un pequeño despacho donde trabajar algunas noches y fines de semana y mantendrá una complejísima relación con su trasnochado casero, que no termina de entender su necesidad de privacidad. No la toma en serio, como tampoco tomaba en serio a Helen su pretendiente de “Postales”.

“Chicos y chicas” es un auténtico regalo de sutileza y perspicacia. En este caso, la joven protagonista prefiere ayudar a su padre en los duros trabajos propios de una granja de zorros en vez de colaborar con su madre en las tareas domésticas pero, por más que se esfuerce, su padre tampoco llega a tomar en serio su trabajo.

“Danza de las sombras”, que presta su título al volumen, es el último de la colección e indudablemente el más complejo de todos los cuentos. La protagonista es la señorita Marsalles, anciana profesora de piano de quien la adolescente narradora fue alumna. Cada mes de junio organiza una “fiesta”, eufemístico nombre para lo que en realidad es un tedioso recital, donde reúne a sus alumnos, presentes y pasados, con sus madres.

Una alumna interpretará la pieza “Danza de las sombras felices”. Indudablemente es una virtuosa, pero todo su virtuosismo se esfuma por sufrir una discapacidad mental. La anónima narradora es tan solo una niña, pero ya es capaz de discernir la estrechez de miras de quienes viven en un mundo cerrado y constreñido por normas tan rígidas como estúpidas. Indudablemente son ellos las sombras que deambulan por este delicioso volumen.