Thomas Mann empezó su largo y definitivo exilio de Alemania en 1933, después de que Hitler llegara al poder. Entonces el autor de Muerte en Venecia y La montaña mágica huyó a Suiza con su mujer, Katia, que era judía. Cuando seis años después estalló la Segunda Guerra Mundial, los Mann escaparon a Estados Unidos, primero a Princeton y luego a Los Ángeles.
La familia Mann —el matrimonio tenía seis hijos— consiguió rescatar algunas de sus posesiones (muebles, cuadros, libros) de la casa que habían abandonado en Múnich. Entre los objetos que dejaron en su marcha estaban los diarios del escritor, guardados en una caja fuerte en su estudio. Al premio Nobel le aterrorizaba que los nazis los encontraran.
En esos diarios, Mann hablaba abiertamente de su interés sexual por los hombres, un interés que quedó codificado en su obra de ficción. En El mago, la sutil y sustanciosa nueva novela sobre la vida del escritor, Colm Tóibín (Enniscorthy, Irlanda, 1955) cuenta que si Goebbels hubiera llegado a tener en sus manos los diarios, habría hecho del eminente autor un Oscar Wilde y convertido “la reputación de Thomas Mann de gran escritor alemán en un nombre sinónimo de escándalo”.
Goebbels no los encontró. Pero hay una anécdota curiosa sobre los escritos: cuando por fin se publicaron en las décadas de 1970 y 1980, al cabo de más de veinte años de la muerte de su autor, hicieron que su vida y su obra se revalorizaran. Los diarios humanizaban a un escritor que, fuera de sus libros y a veces en ellos, podía parecer altivo y pomposo, movido por el protocolo y la vanidad.
La sinfónica y conmovedora novela de Tóibín lo humaniza aún más. Es la segunda vez que el escritor irlandés convierte en relato la vida de un gran novelista. The Master. Retrato del novelista adulto (2004) trataba de Henry James en los últimos años del siglo XIX. El género es arriesgado.
La mayoría de los que lo intentan se centran en un pequeño fragmento de la vida del escritor, como hizo Jay Parini con el último año de Tolstói en La última estación (1990) o Michael Cunningham en su puntillista Las horas (1998) con Virginia Woolf y otras dos mujeres a lo largo de un solo día.
En El mago, Tóibín intenta captar la vida y la época de Mann en su totalidad a la manera de un biógrafo, y lo logra con destreza. Maximalista en sus miras, pero íntima en su sentimiento, la novela nunca parece plegarse a las expectativas. Al igual que el tema del que trata, es sombría, aunque también espinosa y extraña, a veces todo al mismo tiempo.
La homosexualidad era un rasgo de la familia Mann, al igual que el suicidio, la gerontofilia, y se ha insinuado que también el incesto
Mann nació en 1875 en una familia acomodada de Lübeck. Su padre era senador y comerciante de cereales, y cuando murió, su familia perdió su poder e influencia y gran parte de su dinero. La madre se mudó con sus hijos a Múnich. De Thomas, conocido como Tommy cuando era joven, se esperaba que se dedicara a los negocios. Se pensaba que su hermano Heinrich, más seguro de sí mismo, sería el escritor de la familia.
Mann publicó su primera novela, Los Buddenbrook, cuando tenía 26 años. Se casó con Katia Pringsheim, la formidable hija de una formidable familia de Múnich. Quizá ella sea el personaje más memorable de El mago. Los diálogos de Tóibín suenan metálicos, el autor es un Tom Stoppard novelístico, y pone en boca de Katia muchas de sus mejores frases. Sobre una archiduquesa engreída, ella comenta: “Me gustaría verla en el agua. El agua salpica a los poderosos de una manera que no les hace ningún favor”. Heinrich responde: “Así acaban los imperios, con un viejo murciélago loco tratado servilmente en un hotel de provincias”.
Mann sentía una devoción monacal por el trabajo. Podía ser un padre distante. Un libro sobre sus relaciones con sus hijos podría titularse La inhumanidad de Mann con los Mann. En otros momentos podía ser generoso y atento.
Su familia conocía sus inclinaciones sexuales. “En su lista de acuerdos tácitos había una cláusula que estipulaba que, de la misma manera que Thomas no haría nada que pusiera en peligro su felicidad doméstica”, cuenta Tóibín, “Katia reconocería la naturaleza de los deseos de su marido sin queja alguna, tomaría nota, con tolerancia y buen ánimo, de los tipos en los que más se complacía en posar su mirada, y dejaría clara su disposición, cuando fuera apropiado, a apreciarlo en sus diferentes formas”.
[Colm Tóibín, en el nombre de la madre]
Tóibín, que también es homosexual, ha extendido su simpatía histórica a los marginados sexuales. Como escribió en otro lugar, “no hay baladas del siglo XIX que traten de la homosexualidad”. La dolorosa sublimación de la homosexualidad en la obra de Mann, especialmente en La montaña mágica, ambientada en un sanatorio para tuberculosos, podría hacerla parecer una enfermedad.
La ficción del autor de El Mago está animada por la atención en alerta permanente que presta a las subcorrientes sexuales. En esta novela, Albert Einstein hace proposiciones a Katia, y Alma Mahler se insinúa en una ocasión a Mann. Me recordó el comentario de Edward St. Aubyn: “Lo maravilloso de las novelas históricas es que uno conoce a muchos personajes famosos. Es como leer un número antiguo de la revista Hola”.
El mago es una gran novela que fluctúa. Tóibín indaga los sutiles cambios de la postura política de Mann —muchos piensan que su condena a Hitler llegó tarde— y los altibajos de su reputación.
Sus hijos dieron bastante guerra, en especial Klaus y Erika —esta última se casó con W.H. Auden en un matrimonio de conveniencia—, que se convirtieron en personajes famosos, libres y ambiguos sexualmente en la Alemania de Weimar. La homosexualidad era un rasgo de la familia Mann, al igual que el suicidio, la gerontofilia, y se ha insinuado que también el incesto. En sus diarios, Mann confesó la atracción sexual que sentía por Klaus.
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El gran tema de la novela de Tóibín, como de gran parte de la ficción de Mann, es la decadencia: de las costumbres y de las morales, de las familias, de los países y de las instituciones. Thomas y Katia eran cada vez más vestigios de un mundo anterior, un hecho del que eran dolorosamente conscientes.
A Katia le repugna que “los líderes nazis escuchen la misma música que nosotros, miren los mismos cuadros, lean la misma poesía. Pero esto les hace pensar que representan una civilización superior. Y eso significa que nadie está a salvo de ellos, y menos los judíos”.
Mann se interesó toda su vida por el alma de Alemania y el genio de sus artistas. En especial, era admirador de Goethe. Sobre esta admiración, Tóibín dice: “Goethe imaginó muchas cosas, pero nunca Buchenwald”.
© The New York Times Book Review
Traducción: News Clips