Cuanta más dimensión toma una figura literaria, más sorpresas alegres nos depara. En el caso de Carmen Conde (Cartagena, 1907 - Majadahonda, 1996), el tesoro se hallaba en sus textos para radio. Si bien es cierto que esta actividad le granjeó una importante popularidad durante su etapa en Radio Nacional, pocos estaban al tanto de la altura literaria de sus intervenciones. La Fundación Banco Santander publica ahora Levanto mi voz, una selección de muestras radiofónicas escritas entre 1967 y 1972. La lectura dramatizada de algunas de ellas está disponible en formato pódcast, al que se accede mediante un código QR contenido en el volumen.
Cuando en 1978 se convirtió en la primera mujer elegida miembro de número de la Real Academia Española, su producción literaria era reconocida por los géneros de novela, relato, ensayo, biografía, traducción, teatro, artículo periodístico, escritura epistolar y, sobre todo, poesía. Precisamente en esa categoría fue también la primera mujer en alzarse con el Premio Nacional de Literatura en 1967, reconocimiento de gran impacto para las escritoras de su generación, que ya habían visto cómo fue aclamada veinte años antes por Mujer sin Edén, su obra mayor.
Este volumen, editado en la colección Cuadernos de Obra Fundamental, constituye un panóptico de toda su obra, en tanto que las piezas radiofónicas transitan por el relato, la reflexión, el ensayo breve y la obra dramática.
[La Fundación Banco Santander rescata la faceta radiofónica de Carmen Conde]
Las primeras participaciones de Conde datan de 1934 en Radio Murcia y, tras la guerra, su actividad no cesó hasta la muerte del dictador. Mujer y progresista con voz influyente en los años del franquismo, Conde abordó muchas de sus preocupaciones, como el bienestar de los niños y los animales, aunque su temática principal se asienta sobre tres puntales: la creación, la mujer en la literatura y la religión. Fran Garcerá, poeta y especialista en la Edad de Plata a cargo de la edición, ha rescatado todas las colaboraciones de la escritora para la sección “Voz de mujer” del programa España a las 8 de Radio Nacional, donde comenzó a colaborar en 1967.
En las más de sesenta participaciones se relatan hechos biográficos, como su trabajo en la Sociedad Española de Construcción Naval para ayudar económicamente a su familia. Mientras ejercía de calquista de planos, escribió algunos de los poemas que formarían parte de su primer libro, Brocal (1929), poco antes de viajar a Madrid y conocer en persona a Gabriel Miró, Juan Ramón Jiménez y otros poetas de la Generación del 27 gracias a su pareja, el también poeta Antonio Oliver.
Retrato de una época
Además, en esta primera parte encontramos relatos y reflexiones breves sobre el trabajo y el ocio. “Si no trabajáramos, qué haríamos”, se pregunta. Y responde que “el trabajo hace más bello el ocio soñado, más dulce el descanso por leve que sea”, pues “el ocio no es ocio si se vive en él”. Por otro lado, los acontecimientos más significativos de los que se hace eco en aquellos años componen el retrato de una época: el asesinato de Kennedy o la llegada del hombre a la luna.
En el segundo apartado, “Otras radiofonías”, se incluye una selección de otros de sus textos emitidos entre 1970 y 1972 tras la supresión de “Voz de mujer”, el espacio que tanta repercusión le había reportado, por “un cambio en la estructura de los Boletines y Diarios Hablados”, según le comunicó en una carta José Manuel Riancho, director de la Red de Emisoras de Radio Nacional de España. Estas intervenciones, más dilatadas y representativas de su pensamiento, son las de más hondura y enjundia.
Las que pertenecen a “La creación literaria” fueron leídas en el III Programa de Radio Nacional en 1970. “Lindando con la artesanía, la disciplina del trabajo artístico da como resultado espléndido el oficio”, asegura al tiempo que emite juicios de esta índole: “Querer volver a la novela del siglo XIX no es acertado”. Concluye que “escribir no es cuestión de voluntad, sino de destino”, no sin antes esgrimir algunas deliberaciones acerca de la poesía, que “no se encuentra al alcance de todo el mundo”.
Los textos correspondientes a “La mujer ante los libros” se radiaron en el mismo espacio dos años después. Notablemente afectada por la discriminación de la figura femenina en la literatura del franquismo, alienta a sus compañeras: “Leer, leer… ¡Mujer que tienes hambre de infinito: abre un libro y penétrate con él de la telúrica sensación de vivir!”. Son numerosas las alusiones a sus coetáneas, con el objeto de difundir y prestigiar sus obras, así como de sus predecesoras. “Cada verso de Rosalía de Castro es un mensaje estremecedor”, dice en una de sus meditaciones radiofónicas.
Al amparo de Santa Teresa
Para terminar, “Acerca de la fe (meditaciones juveniles rehabilitadas)” es el conjunto de textos para radio que reúne las digresiones acerca de cómo la religión fue condicionando su pensamiento. Tal y como recoge en sus memorias, Por el camino, viendo sus orillas (Plaza & Janés, 1986), Conde comenzó a escribir a los 13 o 14 años amparada por una estampilla de Santa Teresa de Jesús, autora que luego sería determinante en su personalidad. Fue en octubre de 1972 cuando la autora leyó estas intervenciones en el mismo programa, donde invocaba a la fe y a la literatura.
“Un poema era (…) un estado de gracia” y “¡El poeta no puede ser traidor a su deber divino!”, escribe quien no perturbó su conciencia en el abismo de la fe, sino que “solamente intentaba no ser peor de lo que era”.
Las notas a pie de página no solo tienen una función aclaratoria, sino que dan cuenta de los apuntes complementarios que la propia autora escribió (incluso se registran las tachaduras) y revelan el devenir del texto, esto es, si uno fue leído en determinado programa u otro no llegó a publicarse.
Levanto mi voz. Radiofonías (1967-1972) no es solo la recuperación de un material valioso, sino la guinda para una figura de especial relevancia sobre la que no se había dicho la última palabra.
Acerca de la fe (meditaciones juveniles rehabilitadas)
[...] La Poesía caía en mí como un vino caliente en blanca botella delicada. Antes que ella, nadie. Ni el amor, ni la amistad, ni la vida. Sentirla, serle fiel, no contaminarla nunca ni con mi vaho. Clamorosa de ella ir por el mundo dándola en palabras, poemas, actos, omisiones. El ser que así la amaba no podría traicionarla. Ser poeta era saberlo todo. Más tarde comprendí lo que entonces aceptaba sin más: que tenía razón al creerlo; que un poeta no es un ser formado a la aventura, sino un ser cuya elaboración trabajaron centenares de vidas oscuras o poco iluminadas, silenciosas o voluntariamente calladas, y que trae al mundo el mandato irrevocable, enérgico, de encenderlo todo a su paso. ¡El poeta no puede ser traidor a su deber divino! Dios espera. No importa que haya una época, un país, una generación o un ambiente que no le entiendan. Tampoco importa nada la Historia. Dios espera. El poeta tiene que debatirse consigo, con los otros. Luchar, caer, si es preciso morir por decir lo que trajo. ¿Acaso podría volver a donde vino sin cumplir su misión?
Esa era la fe de mi adolescencia que traspasé, plena, a mi juventud.