Joan Didion (Sacramento, 1934 – Nueva York, 2021) pertenecía a esa minoría de estadounidenses que, cuando narran su historia familiar, con “travesía” se refieren a un viaje por tierra, y no por mar. Sus primeras obras de ficción y su primera colección de ensayos, Los que sueñan el sueño dorado (1968), solían destacar el hecho de que descendía de pioneros, y De donde soy recordaba que en 1846 varios de sus antepasados recorrieron el camino hacia el oeste con la expedición Donner, que acabó recurriendo al canibalismo.

De donde soy

Joan Didion

Traducción de Javier Calvo Lit. Random House, 2022. 228 páginas. 18,90 €



Este libro está lleno de reconsideraciones sobre el valle de Sacramento de su infancia y, en definitiva, sobre toda California. Lo que se nos brinda es una versión de la “travesía” más oscura que la que la escritora había ofrecido anteriormente. Ahora el acento se pone en la inutilidad, no en el heroísmo, y más en las artimañas y el autoengaño que en el respeto a uno mismo con el que sus antecesores “estaban familiarizados”.

El título es de una precisión estricta: el libro es la reconsideración de un lugar, no las memorias convencionales. Su aspecto autobiográfico es de carácter intelectual y moral, un intento de explicar lo que Didion juzga ahora como el orgullo “sorprendentemente inmerecido” que ella y su familia sintieron por California y por su temprana llegada a ese lugar.

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Parte de De donde soy apareció por primera vez en The New Yorker y The New York Review of Books, pero se ha reestructurado de manera que el efecto no es en absoluto de heterogeneidad. El libro da la sensación de constituir un nuevo punto de partida, algo que apreciarán sobre todo los admiradores decepcionados por las repeticiones de las obras más recientes de Didion.

A su juicio, la historia de California ha sido siempre la misma, una saga que siempre avanza con “el dinero de otro”, principalmente del Gobierno federal, “gastado en pro de un amplio espectro de intereses comerciales”, suficiente para construir las líneas férreas, inundar el valle de Sacramento de una prodigiosa fertilidad antinatural, y salpicar el sur del territorio con un extenso mosaico de modernos barrios residenciales.

Los momentos más penetrantes son obra de alguien que sigue siendo una gran escritora

Los individualistas y los bucaneros que solían suscitar la rendida admiración de la autora parecen ahora una agotada sucesión de vagabundos que viven de la beneficencia. Didion piensa que, en realidad, los californianos nunca han practicado la clase de responsabilidad personal, la “moral de caravana”, que ella ensalzaba hace casi 40 años.

De donde soy cuestiona la íntima creencia colectiva de que los ciudadanos del estado debían “mostrar presencia de ánimo, matar a la serpiente de cascabel y seguir adelante”. De hecho, la autora sostiene que California ha sido siempre una república de especialistas en escurrir el bulto que dejan que otro mate la serpiente.

La primera novela de la escritora, Río revuelto (1963), era un libro concebido en la época en que la “vieja” o “auténtica” California de la infancia de la autora parecía en vías de desaparición. Didion estaba al final de la veintena; había llegado del este para trabajar en Vogue, y “sentía una añoranza muy viva por California”.

La relectura que hace ahora de Río revuelto constituye la parte más interesante de De donde soy, un capítulo casi expiatorio en el que reconsidera la forma en que una vez juzgó las expresiones desconcertadas de sus personajes con algo parecido al orgullo. En aquel libro el cambio se “entendía como decadencia”; hoy encuentra la nostalgia de la novela tan “perniciosa” como “tenaz”.

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Los esfuerzos de Didion por rastrear el origen de su caída del caballo del mito californiano –cita incidentes de principios de los 70 e incluso algunas grietas en Río revuelto– hacen que este libro resulte mucho más coherente y convincente que el intento de hace unos años de explicar su evolución política general. En la introducción de una colección de ensayos titulada Ficciones políticas (2001), Didion dedicaba menos de un párrafo a explicar cómo pasó de votar “apasionadamente” al republicano Barry Goldwater en 1964 a afiliarse al Partido Demócrata.

A pesar de la afirmación igualmente inexplicable, de que habría votado a Goldwater “en todas las elecciones posteriores”, su larga evolución como periodista, desde National Review hasta The New York Review of Books, invita al lector a ver en ella a la clase de republicana de la que se dice que se ha “convertido”, una conversión que, en su caso, se traduce en una visión de la victoria estadounidense en la Guerra Fría tan estrecha de miras que parece que su principal consecuencia no haya sido la liberación de Europa del Este, sino el declive económico de Los Ángeles.

Todo esto hace de ella un ejemplo de los literatos estadounidenses mucho más típico que antes. Y, sin embargo, los momentos más penetrantes e idiosincrásicos de De donde soy son obra de alguien que todavía puede ser muy ella misma, alguien que incluso ahora sigue siendo una gran escritora estadounidense.