Divulgar el conocimiento histórico es tan importante como investigar el pasado. Solo la difusión de la historia entre el público más amplio posible permite romper clichés instalados por comodidad o por intereses ajenos a la verdad. De ahí el valor de libros como este de Adela Muñoz Páez (La Carolina, Jaén, 1958) sobre la brujería en la Edad Moderna, un tema que ahora concita atención renovada.

Brujas. La locura de Europa en la Edad Moderna

Adela Muñoz Páez

Debate, 2022. 414 páginas. 20,90 

La autora no es historiadora, sino catedrática de Química Inorgánica, y cuenta con una larga trayectoria en la divulgación de la ciencia y su historia. Con esta perspectiva y su experiencia, aquí ha abordado las diversas implicaciones de un asunto, la brujería y su persecución entre los siglos XV y XVIII, que, por otra parte, cuenta con una bibliografía académica amplia.



La tarea de Muñoz ha consistido en manejar críticamente todo el caudal de las investigaciones de historiadores y antropólogos y presentar al lector una síntesis ponderada y bien escrita. Desde el principio, se señalan los tópicos que el libro contradice. El primero es que no fue la Edad Media, sino los siglos modernos, la época de las grandes cazas de brujas.

El segundo, que la represión de la brujería no se produjo solo ni mayoritariamente en la Europa católica, sino que las zonas protestantes vivieron con similar o superior intensidad esta locura colectiva. Tercero, que la Inquisición española no fue la gran promotora de las persecuciones, sino que fue la justicia civil la más obsesionada por castigar a las supuestas brujas.

Desde el principio Adela Muñoz señala los tópicos que el libro, espléndidamente documentado, contradice

El libro también propone que revisemos la idea de que la caza de brujas es una manifestación estructural antifemenina y se dirigía contra los humildes. Es cierto, y la autora deja claros los datos, que el 70% de las condenadas fueron mujeres. Un ancestral prejuicio las identificaba como agentes potenciales del mal y por ello la construcción social y cultural de la bruja se convirtió en una manera de retroalimentar otras formas de marginalización.

Pero no es menos verdadero que hubo un alto número de hombres condenados. Del mismo modo, a pesar de que hay muchos casos de brujos y brujas pertenecientes a las capas sociales bajas, no parece que el factor socioeconómico fuese determinante.



Geográficamente irregular, queda claro que la caza de brujas campó con intensidad por territorios germánicos y centroeuropeos. En Europa meridional fueron menos habituales y, singularmente, la España de la Inquisición quedó como una isla donde el escepticismo y la racionalidad exhibida por las autoridades redujeron al mínimo los procesos por brujería.

El caso de Zugarramurdi, un evidente brote de histeria masiva, propició que, desde entonces, los tribunales de la fe no atendiesen la mayoría de denuncias y confesiones. Los inquisidores tendieron a considerar trastornos de la imaginación los testimonios de aquelarres con Satán como anfitrión, de vuelos de poseídas, de orgías y asesinatos.



Como causas de esta pesadilla se mencionan: la pervivencia de la superstición, la búsqueda de chivos expiatorios a quienes culpar de las desgracias, el ansia de algunos por confirmar su pertenencia a la mayoría a costa de castigar a cualquier minoría, u odios o rencillas personales oportunamente pretextados.

Como telón de fondo, se sitúan la ominosa presencia del miedo al desorden y la interiorización de la violencia, cuya combinación activó fenómenos de histeria colectiva en los cuales afloró la parte más oscura de la condición humana.