Extrovertida y seductora, moderna e hija de su tiempo, la autora de Reina de América y Amor y guerra ha llevado “una vida de novela”, aunque esta vez ha escrito una autobiografía. Nuria Amat (Barcelona, 1950) nació sin madre, fue maltratada por su hermano mayor, sufrió dos intentos de agresión sexual no consumados y hoy se pelea con su conciencia a propósito de su padre, un hombre honrado que se convirtió en referencia fundamental de su vida.
Su talento le condujo a la excelencia en el ámbito académico, mientras que su atractivo personal se infiltró en los círculos más deslumbrantes de la Ciudad Condal en los 70 y los 80, donde estableció amistad con figuras como Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Josep María Castellet o Enrique Vila-Matas. Conoció a Samuel Beckett y a Sergio Ramírez en algunos de sus viajes por América Latina y Europa. Eran tiempos en los que el sueño de ser escritora permanecía agazapado, pero ya se manifestaban los primeros balbuceos literarios.
Novelista, ensayista y poeta, pionera en reivindicaciones sociales y políticas, vertió las primeras críticas al independentismo que afloraba y se anticipó al alegato feminista. Sus Memorias de una mujer libre (La Esfera de los Libros) nos descubren a una mujer de armas tomar, pletórica de coraje y, sin embargo, llena de aristas. La fragilidad subyace en cada página de esta autobiografía.
[Nuria Amat: "España ha abandonado a Cataluña"]
Pregunta. ¿Cuándo siente la necesidad de escribir sus memorias y por qué llegan ahora?
Respuesta. Soy lectora de autobiografías y memorias, pero la mayoría de ellas no cuentan toda la verdad. Siempre tuve en mente la idea de hacerlo y al fin llegó el día.
P. ¿En qué mujer la han convertido las ausencias y los conflictos familiares?
R. Me dicen que soy muy valiente. Jamás he buscado a nadie, salvo cuando con 19 años fui a París a conocer a Alfredo Bryce Echenique. Si soy valiente es simplemente por decir la verdad, así que este libro quiere ser la crónica de un tiempo que no está escrita. Además, la vida me hizo una superviviente; vulnerable, pero fuerte. Por eso no tengo reparos en decir lo que pienso.
P. El hecho de rechazar a Jorge Herralde cuando prestó su disposición a publicar su primera novela ya justifica el título de sus memorias...
R. De tonta no tengo un pelo, pero creo que entonces era una persona justa. Consideré que, si había dado dos días antes la palabra a otra editorial, tenía que cumplirla. De todos modos, creo que no es bueno tener éxito cuando eres joven.
P. Por si no fuera suficiente, al poco tiempo se niega a publicar con Carlos Barral, después de que la gran Carmen Balcells hubiera mediado a propósito.
R. En aquel momento, Barral era Dios. Sucedió lo mismo: me había comprometido con Pepe Ribas, fundador de la revista Ajoblanco, que acababa de montar su propio sello. Fue otro desacierto. Herralde no me lo perdonó, pero Barral no me guardó rencor.
Al amparo de Carmen Balcells
P. En todo caso, provocó el enfado de Balcells, alguien con quien no era muy recomendable estar enfrentado.
R. Sí, pero lo olvidó pronto y luego se convirtió en mi agente hasta que falleció.
P. Aquel desencuentro sucedió al de Mario Muchnik, el editor que más libros suyos ha publicado. ¿Esto hizo que fuera más desagradable?
R. Sin duda, me supo muy mal porque éramos muy amigos y hubo un distanciamiento doloroso. Sin embargo, este caso es distinto: Carmen y yo sabíamos que lo apartarían de la editorial, como así sucedió un mes después. No le hubiera dado tiempo ni a publicar mi libro [La intimidad, novela que publicó Alfaguara con Juan Cruz como director editorial]. En cualquier caso, los editores no son fieles. ¿Por qué tendríamos que serlo los autores? Aun así, yo habría querido tener un agente y un editor para toda la vida.
P. ¿Cree que su temperamento le ha apartado de los grandes éxitos?
R. No, al contrario. Un amigo del mundo de las letras me dijo que daría todo lo que tenía por haber recibido las buenas críticas que yo tuve siempre.
P. Si hace balance de todos estos años, ¿qué opinión le merece el sector editorial español?
R. Ha cambiado mucho. Ahora priman los libros breves y los testimonios novelados de mujeres. No lo juzgo, porque el editor tiene que sobrevivir.
P. Después de haber vivido en Colombia, México, Berlín, París y Estados Unidos, siempre ha regresado a Barcelona. ¿Qué significa esa ciudad?
R. Barcelona es la biblioteca de mi casa de la infancia, que está en frente de un manicomio, y poco más. Es otra ciudad, ha perdido todo: es fea, está estropeada, no viene nadie... Hay una frontera invisible entre Cataluña y España que deberíamos ser capaces de derribar entre todos. Me pregunto hasta qué punto el nacionalismo no ha hecho daño a la literatura escrita en castellano.
“Los editores no son fieles, así que no considero que los autores tengamos que serlo”
P. En aquella célebre Barcelona de los años del boom latinoamericano, ¿tuvo conciencia de vivir algo histórico?
R. Sin duda. Y ahora sé que aquellos años no volverán.
P. Sin embargo, alude en sus memorias a un hermetismo de la comunidad literaria.
R. Sí. Los latinoamericanos que no pertenecían al boom estaban discriminados. El ejemplo más cercano lo tengo en quien fue mi primer marido, el colombiano Óscar Collazos. Pero a nosotros nos importaba menos esto, porque nos gustaba ser contraculturales.
P. Si alguien escribe sus memorias, ¿es porque piensa que no va a vivir nada más importante que lo que ya vivió?
R. No me quiero morir todavía, aunque no sé qué volveré a escribir. Nunca tengo un proyecto alternativo después de publicar un libro. En el caso de estas memorias, ni siquiera se lo dije a nadie. En la vida hay que tener secretos.
P. ¿Diría que ha cumplido todos sus propósitos?
R. Tal vez el amor en pareja haya sido siempre lo más difícil, sobre todo cuando eres una mujer libre.