“¿Por qué hay gente que sigue poniendo su fe en fuerzas mágicas?” El psicólogo Stuart Vyse (Estados Unidos, 1950) ambiciona dar respuesta a esta pregunta en Breve historia de la superstición, si bien parte de la premisa de que movimientos tan influyentes como la Ilustración no han acabado con estos pensamientos, que han resistido incluso al avance de la ciencia.
Para empezar, niega que la superstición corresponda a personas sin formación cultural. Sócrates o Aristóteles rechazaban las creencias sobrenaturales, y sin embargo justificaban el virtuosismo de los dioses. Los mismos filósofos son supersticiosos, viene a decirnos el autor.
En efecto, el origen es la antigua Grecia y nace del temor. La religión cristiana marca la pauta del histórico impacto de la superstición en la sociedad. Cuando se instituye en Roma como doctrina imperante, logra atribuir la etiqueta peyorativa que arrastra desde su nacimiento al politeísmo romano.
Más tarde, se sirve de la Inquisición para castigar rituales y conjuros, pero vendría Lutero a cuestionar el papel de la iglesia católica y romana, que había establecido que determinadas prácticas fueran consideradas supersticiosas y otras no, según su conveniencia. ¿Las canonizaciones no forman parte de esta creencia? ¿Quién acredita la existencia de los milagros? ¿En qué base científica se asienta la figura del demonio?
Vyse alerta de su candente actualidad: en 2019, el Vaticano lanzó un curso sobre cómo llevar a cabo exorcismos. Lejos de la arbitrariedad, aunque sin dejar de ofrecer argumentos, su posición es clara. “Como mejor podemos comprender el universo es desde la ciencia, y no desde la religión”. Y es que este revelador ensayo no es tan interesante por la curiosidad que despierta conocer los orígenes del mal de ojo o del número 13. Lo que este libro propone es la confianza en el valor de la ciencia y la razón frente a la incertidumbre.