El nuevo libro de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) se presenta como una nueva indagación en los asuntos que conforman su literatura, esta vez desde una perspectiva relativamente nueva: la paternidad. Pero esta descripción, en realidad, es discutible. En primer lugar, porque la condición de padre (que el autor esgrime en unas palabras recogidas en la contraportada para explicar el hilo conductor del volumen) no representa tanto una novedad como una amplificación del tema de la familia, que es a su vez una variante de la pregunta sobre la identidad (nacional, transnacional, religiosa, etc.). Y, en segundo lugar, porque Un hijo cualquiera desborda ese marco tan restrictivo en muchas de las piezas (“cuentos”, podríamos llamarlas en general) que lo componen.
Véanse, por ejemplo, dos de las mejores: en “Papeles sueltos”, la lectura de Hambre, del (extraordinario) escritor filonazi Knut Hamsum, deriva en una metáfora o parábola acerca del vínculo entre arte y ética; “Beni” narra el encuentro del narrador con el Mal (encarnado en un hombre que, a su vez, encarna también la razón de Estado), y es una vuelta de tuerca a la tenebrosa historia de Guatemala.
En otras ocasiones, la idea del hijo es el punto de fuga o la desembocadura de un relato en apariencia ajeno a él, como en el magnífico “El último tigre”, apenas ocho páginas que derivan elegantemente del orientalismo a la pesadilla de la Europa del XX, para luego ejecutar un último salto al corazón de la intimidad de un padre.
Pero sí, es cierto que Un hijo cualquiera apela recurrentemente al factor de la paternidad, ya desde el primer texto: “Un pequeño corte” alude a la circuncisión del recién nacido, un detalle que podría pasar por anecdótico pero que bajo la mirada de Halfon deviene una síntesis perfecta del dilema que supone cargar al linaje propio con la carga de una tradición que condicionará para siempre a cada individuo. A partir de ahí, la escritura del autor se muestra tan exacta, sobria y prospectiva como es habitual; en este sentido, el libro nos reconforta a sus lectores antiguos y al mismo tiempo puede suponer una buena puerta de entrada para quien no lo conozca.
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A decir verdad, Un hijo cualquiera apenas tiene dos o tres momentos en los que las estrategias narrativas se quedan a medio camino en la consecución de sus objetivos. “Historia de mis agujas” quizás sea el caso más claro: la excusa deliberadamente trivial de las alergias y sinusitis del protagonista debería conducir a una reflexión en tono confesional en torno a la identidad individual y el papel vertebrador de la literatura y la lectura. La idea es finísima y la escritura notable (Halfon parece incapaz de escribir sin lucidez), pero el resultado, aunque correcto, carece del mismo vuelo que otras muchas páginas.
El libro nos reconforta a sus lectores antiguos y al mismo tiempo puede suponer una buena puerta de entrada para quien no lo conozca
Dicho esto, insisto en que Un hijo cualquiera contiene pasajes admirables en los que Halfon deriva con naturalidad sorprendente de lo literal a lo simbólico sin necesidad de subrayados o, mejor dicho, con verdadera alergia a estos últimos. La eutrofización de las aguas de un lago, la muerte de un abuelo, el primer cigarrillo que fuma un niño a instancias de los adultos en una celebración… Todos estos elementos confluyen en una literatura acerca de los extraños caminos por los que la herencia nos convierte en quienes somos, pero también acerca de nuestro propio papel como testadores de esa herencia.