En su libro de 1961 Los condenados de la tierra, el psiquiatra francés Frantz Fanon escribió que “el colono solo termina su labor de doblegar al nativo cuando este admite en voz alta e inteligible la supremacía de los valores del hombre blanco”. La soberbia décima novela de Abdulrazak Gurnah (Zanzíbar, Tanzania, 1948), La vida, después demuestra la verdad de esta teoría a través de las historias entrecruzadas de tres protagonistas en una ciudad costera sin nombre del África oriental alemana a principios del siglo XX, una época en la que prácticamente todo el continente “pertenecía a los europeos, al menos sobre el mapa”.

La vida, después

Abdulrazak Gurnah

Traducción de Ana Rita da Costa. Salamandra, 2022. 352 páginas. 21 €

En el centro de la novela está Afiya, una huérfana rescatada de sus tutores por su hermano perdido, Ilyas, que también estuvo secuestrado por las tropas coloniales alemanas antes de recibir educación en la escuela de una misión del país de sus secuestradores. A través del mejor amigo de Ilyas, un mercader medio indio llamado Jalifa, la historia de Ariya se cruza con la de Hamza, un taciturno exsoldado que llega a la ciudad marcado por su paso por el Ejército colonial.

En este relato, como en la historia, el imperio alemán es un organismo vivo que quiere crecer y reproducirse, y si se ve amenazado, lucha por su supervivencia a toda costa. Gurnah describe sin ambages el racismo del hombre blanco: “Nací en una tradición militar y este es mi deber”, le dice un oficial alemán a Hamza. “Por eso estoy aquí, para tomar posesión de lo que nos pertenece por derecho. (...) Nos enfrentamos a gentes atrasadas y salvajes, y la única manea de gobernarlas es infundirles terror”.

Cumpliendo órdenes, los alemanes envían una tropa de reclutas africanos llamados áscaris a torturar a los aldeanos y masacrar a los jefes locales que se atrevan a oponerles resistencia. Los áscaris defienden la causa de su amo blanco con tanta inhumanidad que “dejan la tierra devastada, a su gente hambrienta y muriendo a cientos de miles”. Tanto si esos jóvenes se alistaron en el ejército por voluntad propia o por coacción, luchan por los imperialistas con “una entrega ciega, dirigida, en el fondo, a su dominación”.



Al principio de la historia, el amable y compasivo Ilyas, que ha pasado un año cuidando a su hermana pequeña, decide alistarse como voluntario en la campaña alemana contra los británicos en la Primera Guerra Mundial. El lector se queda tan desconcertado y conmocionado como Afiya, para la cual el último año había sido “el más feliz de su vida”. El autor revela la posterior secuencia de acontecimientos sin apresurarse, con maestría, en un tono exento de juicios que rebosa empatía a pesar de que las ramificaciones de la decisión de Ilyas crecen en magnitud con el paso de los años y las décadas.

[Abdulrazak Gurnah, Nobel de Literatura: “Un libro no detiene un tanque, pero nos informa contra la tiranía”]

Aunque La vida, después sea una exploración del imperialismo y la guerra, así como de las historias menores no contadas que se pierden en otras más grandes repetidas con frecuencia, también es una historia de amor. Tras ser acogidos por Jalifa y su esposa, Asha, Afiya y Hamza, dos jóvenes que han sido testigos del alcance de la crueldad humana –Afiya a manos de sus compatriotas africanos, y Hamza de los europeos–, deciden entregarse el uno al otro para construir algo nuevo y hermoso de los escombros.

Afiya, que echa mucho de menos a Hamza, “sentía un pequeño vuelco de alegría cada vez que él llamaba a la puerta”. Pero igual que la sombra del imperio alemán se cierne sobre esta parte de África, la sombra de la partida de Ilyas se cierne sobre Afiya y Hamza mientras intentan crear la familia afectuosa que nunca tuvieron al crecer. Afiya llama a su primer hijo Ilyas, lo que desemboca en la revelación de por qué su hermano nunca volvió a casa.

'La vida, después' es una historia de un amor y un homenaje a un lugar y un tiempo en los que la gente se aferraba a su manera de vivir

Gurnah nació en el archipiélago tanzano de Zanzíbar, y a los 18 años, durante la revolución zanzibarí, se trasladó a Inglaterra, donde sigue viviendo. La novela muestra que aún lleva su tierra natal en el corazón. La vida, después es un homenaje a un lugar y un tiempo en los que la gente se aferraba a su manera de vivir y disfrutaba de las alegrías cotidianas, aunque fuerzas exteriores conspiraran para arrebatárselas. El autor enseña cómo, aun en tiempos de guerra, las solteras siguen esperando al marido ideal, los negociantes buscan su beneficio, y los seres queridos se visitan para cuidar a los enfermos, y celebrar las fiestas.

Hasta que Gurnah ganó el Premio Nobel de Literatura el año pasado, su extensa obra estaba descatalogada, y ahora las editoriales se las ven y se las desean para atender la demanda de sus libros. Gurnah es un novelista sin igual, un maestro del arte que conoce los defectos humanos en los conflictos tanto políticos como personales, y cómo esas lacras son causa de aflicciones que los países y las personas siguen sufriendo, innecesariamente, generación tras generación.