Cuando Darwin publicó en 1859 El origen de las especies, abrió una vía extraordinaria a la comprensión de la vida e incluso del ser humano: hemos sido moldeados por la selección natural. Ello suscitó una apasionada polémica y no era para menos, porque ponía en cuestión arraigadas convicciones.

Humanos

Lluís Quintana-Murci

Deusto, 2022. 304 páginas. 19,95 €

Ajeno a esa polémica, un monje agustino, Gregor Mendel, hacía pacientes experimentos cultivando guisantes en el huerto de su monasterio y descubrió los mecanismos de transmisión de caracteres hereditarios. Publicó sus resultados en 1865, pero nadie prestó atención hasta que otros investigadores llegaron independientemente a los mismo resultados más de treinta años después. Durante la primera mitad del siglo XX se produjo una confluencia de la teoría de la evolución darwiniana y la genética mendeliana, que recibiría un impulso decisivo cuando en 1953 se descubrió la estructura del ADN, la famosa doble hélice.

No tardaría en empezar a leerse el ADN y en 2001 se secuenció el genoma humano, tras doce años de investigación en la que se invirtieron tres mil millones de dólares: en realidad tampoco tanto, aproximadamente un dólar por cada nucleótido.

La aparición de métodos de secuenciación cada vez más eficaces y mucho más baratos ha permitido en lo que va de siglo una proliferación de estudios con resultados sorprendentes, que Lluís Quintana-Murci (Palma, 1970), un destacado genetista franco-español, resume en un libro breve y orientado al gran público. Llama la atención la claridad con la que explica conceptos que a muchos lectores le serán desconocidos: hay que tener un poco de paciencia, pero al final términos como deriva genética, selección balanceada o introgresión arcaica se comprenden con facilidad.



Debe tenerse también en cuenta que la ciencia no produce de inmediato resultados incontrovertibles, por lo que Quintana-Murci se ve obligado a repetir a menudo que ciertos estudios pioneros sólo avanzan hipótesis que habrán de ser confirmadas o refutadas. Con todo es notable lo mucho que ya se sabe con bastante certeza.

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En primer lugar, todo apunta a que la especie humana actual, el Homo sapiens, surgió en África hace unos trescientos mil años. Hoy en día, las poblaciones africanas presentan una gran diversidad genética, pero todos sus genes parecen ser sapiens. Los seres humanos restantes, asiáticos, europeos, americanos y oceánicos, somos el resultado de migraciones que se iniciaron en África hace unos sesenta mil años, pero como resultado de un mestizaje con especies humanas arcaicas que se extinguieron a medida que nosotros ocupábamos su nicho ecológico, presentamos entre un 2 y un 6 por ciento de material genético procedente de dos especies arcaicas, los neandertales y los denisovanos.

La existencia de esta última especie es en sí misma uno de los más sorprendentes hallazgos genéticos de este siglo, pues ha sido identificada a partir del ADN contenido en un huesecillo encontrado en una cueva de Siberia occidental. Hoy el máximo porcentaje de genes denisovanos se halla muy lejos de la estepa siberiana: entre los papúes de Nueva Guinea.

Llama la atención la claridad con la que el autor explica conceptos que a muchos les son desconocidos

Nuestros ancestros se desplazaban muy lentamente, a lo largo de las generaciones, pero terminaron por poblar casi todo el planeta, adaptándose a entornos extremadamente diversos, desde las selvas ecuatoriales hasta las gélidas regiones árticas. Esa adaptación ha sido impulsada por la selección natural, que ha favorecido las mutaciones más convenientes en cada entorno. Una de las más extraordinarias se ha producido entre los bajau, una población costera del Sureste de Asia que pesca buceando y presenta el récord mundial de apnea ¡hasta trece minutos!

La explicación: mutaciones que han producido un bazo hipertrofiado que se contrae y expulsa glóbulos rojos cuando al organismo le falta oxígeno. A pesar de las mutaciones, nuestra especie, que es joven y ha experimentado mucho mestizaje, presenta sin embargo una escasa diversidad genética, menor por ejemplo que la del lobo gris.