Estamos en 1977. Hannah Jarrett, una atractiva mujer blanca al final de la treintena, vive el sueño americano: un marido rico, dos hijos, una casa en un barrio residencial de Michigan, una niñera filipina. Pasa sus días en clubs de campo y encuentros comunitarios. Su vida posee todos los atributos de una de las protagonistas de Mujeres perfectas, y “ella ha dejado de pensar cómo y por qué es la persona que es”, escribe Joyce Carol Oates en su última novela, Babysitter. “Su identidad gregaria es segura”.

Babysitter

Joyce Carol Oates

Traducción de Núria Molines.

Alfaguara, 2022. 504 páginas. 21,90 €

Y sin embargo, oprimida por la “tiranía del calendario” (“dentista, ortodoncista. Pediatra, ginecólogo, dermatólogo, terapeuta. Yoga, peluquería, gimnasio, esteticista”), Hannah inicia un romance con un extraño que conoce en un acto para recaudar fondos, y con ello sale de su confortable burbuja. La aventura tiene consecuencias aterradoras para la protagonista, su familia, y todos los que entran en contacto con ella.

El eufemístico título de la novela no se refiere a la niñera de la familia, sino a un asesino en serie que acecha en la sombra del enrarecido mundo de Hannah y que se da a conocer al lector a través de recortes de periódico y capítulos narrados desde el punto de vista de las víctimas muertas. Los medios de comunicación le han puesto el apodo de “Babysitter” en parte porque se ceba con niños y niñas de entre 10 y 14 años.

Hannah se ha autoconvencido de que sus hijos están a salvo del monstruo: son más pequeños que el grupo al que dirige sus ataques y, además, la comunidad a la que ella pertenece está protegida. Cree que su pedigrí le confiere una especie de inmunidad.

Si bien es fácil compadecerse de las desgracias de la protagonista, Oates ha creado un personaje difícil de admirar. Sólo es una mujer blanca privilegiada, que se conforma con mirar el mundo a través de una lente de color rosa.

Incluso sus destellos de conciencia suenan estereotípicos. “Rara vez las madres blancas mueren al dar a luz”, piensa inútilmente cuando su hija de cuatro años cae enferma. “Les pasa mucho más a las negras. No nos puede ocurrir a nosotros. No”. Esta declaración fue una de las muchas del relato de Oates que me produjeron cierto rechazo. ¿Por qué iba a regurgitar Hannah esta simplista comparación demográfica cuando no está dando a luz y su hija ya no es un bebé?

Es una historia de fantasmas sin fantasmas, pero con tensión suficiente para provocar varios ataques al corazón

La autora cede algún que otro prolijo capítulo a otros personajes, como el misterioso ligue de Hannah, las jóvenes víctimas del asesino en serie o un cómplice llamado Ponytail. Pero, aunque estas figuras añaden profundidad a la historia, es la perspectiva de Hannah la que más nos interesa. Y como vehículos para tratar el racismo arraigado en los barrios residenciales estadounidenses de finales de la década de 1970, los Jarrett no superan el cliché.

Cuando Hannah le cuenta a su marido, Wes, que ha sufrido una caída en un hotel –en realidad, el escenario de su encuentro amoroso–, él supone que su falso salvador la ha violado. “¿Era negro? ¿Quién te encontró en la escalera?”, le pregunta. “Creo recordar que los guardas del aparcamiento del Marriott son negros”.

En lo que respecta a la trama y el tema, Babysitter es desapacible e indulgente. Sin embargo, es muy difícil culpar de ello al estilo de la autora. Joyce Carol Oates escribe maravillosamente. El relato elíptico y poco fiable de Hannah resulta seductor y convincente, como seguir a alguien en un sueño febril.

En los primeros capítulos, Hannah se dirige a la habitación 6183 del Gran Hotel Renaissance, donde debe encontrarse con su amante. Aparece en el ascensor, de vuelta en la recepción, con el aparcacoches, de camino hacia el hotel, y de nuevo en el ascensor. La autora manipula con maestría la línea del tiempo sin perder al lector en el proceso. No tiene prisa por desencadenar la acción, y va dejando caer diminutos bocados de presagio para mantenernos alerta: “Un ligero olor a formol. Hannah siente el choque de una sensación ardiente en sus fosas nasales [...] Sucedió como un relámpago, y ahora volvía a suceder”.

Sin embargo, a pesar de su virtuosismo como narradora, Oates no puede resistirse a dar todas sus ideas masticadas al lector mediante el uso de itálicas, paréntesis y otras toscas anotaciones. “Una mujer guapa con ropa bonita está tan acostumbrada a que la miren”, escribe desde el punto de vista omnisciente limitado de Hannah. “Su capacidad de ver está atrofiada”. Parece como si Oates no confiara en que los lectores lleguen a determinadas conclusiones por sí mismos.

Babysitter no es una novela para pusilánimes. No escatima nada en su violento relato de toda clase de horrores que uno pueda imaginar que sucedan en una sola historia: violación, pedofilia y abuso de menores, brutalidad policial, más violaciones, asesinato. Y si eso no es suficiente tragedia para ustedes, la autora añade una enfermedad pediátrica terminal. Incluso para una escritora de su prolífica veteranía, abordar tantos temas delicados y polémicos es una tarea colosal, que esta novela fragmentada no acaba de llevar a buen puerto.

No obstante, con estos fragmentos la autora hace la mayor de las justicias al tema de la credibilidad de una mujer. Como adúltera, Hannah no tiene ninguna, y por eso sabe que cualquier cosa que le ocurra “se utilizará en su contra” desde el momento en que “abrió la puerta por su propia voluntad [...] y dejó que el intruso entrara en su casa”.

Su gratitud discordante hacia un hombre que abusa de ella –“su adoración por este hombre que le ha devuelto la vida con la indolencia de un dios que da, toma, y vuelve a dar”– resulta realista sin que Oates necesite decir explícitamente cómo un comportamiento así sería acogido por un tribunal o por la opinión pública. Este tratamiento por sí mismo hace que la novela merezca ser leída.

Por su parte, la tensión que se genera a medida que la protagonista empieza a llegar a determinadas conclusiones sobre la identidad de “Babysitter” hace que el lector no deje de pasar páginas. Por muy desagradable que sea Hannah, sentí terror por ella y por mí misma. Al cabo de un tercio de la novela estaba claro que no podía tener un final feliz. Si la intención de Oates era dejarnos más preguntas que respuestas, el efecto es una aguda sensación de malestar. Babysitter es una historia de fantasmas sin fantasmas, pero con tensión suficiente para provocar varios ataques al corazón. Léanla con cuidado. 

© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips