La moda de mezclar realidad y ficción se aprovecha de la flexibilidad de la novela y produce textos mestizos a caballo de la imaginación, el testimonio o, en el caso de Un tal González, el reportaje. Sergio del Molino (Madrid, 1979) empareja su propia vida y episodios históricos significativos dentro de la modalidad narrativa llamada autoficción. Con ello persigue evaluar el gigantesco cambio que se produjo en España desde un país anticuado hasta la moderna sociedad del bienestar.
Su balance no puede ser más afirmativo. La Transición le merece el aprecio positivo que las generaciones posteriores a la suya le escatiman o niegan porque fue capaz de llevar a cabo ese salto que nos sitúa en las coordenadas europeas de democracia, progreso y desarrollo. Ello lo logró el socialismo felipista que ascendió al poder en 1982.
Mostrar este punto de partida y subrayar las enormes dificultades que supuso es la meta de Sergio del Molino. Conseguirlo depende de un punto de vista narrativo que pone el foco en el personaje en quien encarna la última, máxima y absoluta responsabilidad, el reiteradas veces presidente del Gobierno Felipe González. De modo que es González el hilo que hilvana el relato histórico: la enrevesada psicología del líder socialista, sus orígenes, su firme voluntad, su determinación ante las dudas, la raíz ética de sus decisiones, su clarividencia política y la aplicación estricta de la máxima “si te afligen, te aflojan”. Este consejo que le dio el dictador panameño Omar Torrijos lo eleva Del Molino a leitmotiv de la acción política de González.
Del Molino ha hecho una biografía lindante en la hagiografía: quizás ha sucumbido a una especie de síndrome de Estocolmo
El reportaje político biográfico se amasa con amplia información que utiliza variadas fuentes referidas al pasado del PSOE, a las fricciones en el partido, a su vida familiar, a los conflictos en el Gobierno, al terrorismo de los GAL y de Eta, a la traumática reconversión industrial, a los sindicatos o a la prensa.
Es clara su ambición panorámica, pero no totalizadora y el autor recurre a un criterio selectivo. Muchos aspectos aparecen pero también se echan en falta otros: el Rey Juan Carlos o Jordi Pujol y el fraude de Banca Catalana. En cualquier caso, Sergio del Molino muestra una gran independencia. Opina de muchos asuntos libérrimamente. El retrato del Partido Socialista Obrero Español en el exilio se ajusta a la realidad pero la estampa incurre en un auténtico menosprecio. También es desdeñoso hasta la burla caricatural con gentes que disintieron de Felipe González: Nicolás Redondo, Luis Gómez Llorente, Pablo Castellano o Enrique Múgica.
De Baltasar Garzón sostiene que solo le mueven la ambición y la venganza. En cambio, de Alfonso Guerra dice que, como orador, “se elevaba a alturas de Churchill”. Semejante subjetivismo tiene su atractivo pero también entraña grandes riesgos de
parcialidad.
Sergio del Molino ha hecho una biografía lindante en la hagiografía. Quizás no era su intención y ha sucumbido a una especie de síndrome de Estocolmo. O tal vez, en última instancia, este retrato, más hondo de lo que disimula su imantante amenidad, se apoye en una concepción de la historia solo aludida de pasada, la de Thomas Carlyle. También Del Molino parece pensar, como el célebre ensayista escocés en Los héroes, que el rumbo de los países lo deciden algunos grandes hombres. Felipe González es, para Sergio del Molino, el carlyleano héroe español de nuestro tiempo.