Absolutamente desconocido en nuestro país, del escritor afroamericano James Hannaham (Nueva York, 1968) podría decirse incluso que también lo es, a su manera, en su país de origen, Estados Unidos, donde quizás posea un mayor reconocimiento como artista y dramaturgo (fue fundador del celebrado colectivo teatral Elevator Repair Service) que como novelista, por más que con la publicación de Delicious Foods (2015), su segunda novela, concentrara una serie de premios (como el prestigioso PEN/ Faulkner Award) y reconocimientos en la prensa especializada (entre ellos, The New York Times), así como elogios de otros interesantes compañeros escritores como Dave Eggers, Jennifer Egan o Lucy Sante.
En esta condición (supongo que involuntaria) de escritor de culto (por llamarlo de alguna forma), podría residir, quién sabe, el sorpresivo gozo que depara la lectura de esta durísima e insólita novela, que uno abraza ahora como si la hubiera descubierto él y no un voluntarioso editor al que me gustaría preguntarle algún día cómo demonios llegó a este texto tan especial, pues aunque solo sea a nivel “temático” (etiquetaje odioso, I know…) se come, literariamente hablando, a muchas otras novelas norteamericanas de corte similar publicadas por estos lares con relativo éxito.
Por concretar, y por más que las comparaciones sean odiosas (e injustas), confieso que no he podido evitar establecer paralelismos entre esta enjundiosísima (y entretenidísima) obra y la decepcionante (y en el fondo meliflua) propuesta que deparaba El ferrocarril subterráneo de Colson Whitehead (publicada, por cierto, dos años después) en su acercamiento a la cuestión histórica de la esclavitud, flashes de “realismo mágico” en ambas mediante.
Esta durísima e insólita novela depara un sorpresivo gozo: uno la abraza como si la hubiera descubierto él
Hecha pública esta exigua pataleta, y precisamente porque poco comparte con la novela de Whitehead mencionada, se hace justo advertir de la (violenta) explicitud con la que Hannaham se desenvuelve en el mundo de ficción que ha creado, alrededor de una opaca y maquiavélica empresa recolectora de frutas y verduras especializada en el lavado de cerebro de sus trabajadores, pobres almas desubicadas adictas al crack (y al trabajo), tan fácilmente manipulables y explotables por ello. Y, entre tanta mugre, la complejísima historia de una madre (enorme y espinoso personaje el de Darlene) y un hijo capaz de dar sus manos por recuperarla, por más que para ello el autor se vea forzado a plantear algún que otro giro inverosímil en la trama.
Delicious Foods brilla también, por otro lado, en las formas, gracias a una elocuente propuesta de capítulos alternos narrados en buena parte desde tiempos distintos. Unos reflejan el punto de vista del hijo y otros el de la madre (por más que no sea exactamente ella quien nos lo cuente, y así el lector tardará un poco en advertir quién es ese Scotty que conoce tan bien a Darlene, todo un ingenioso hallazgo narrativo), al menos mientras los caminos de ambos no confluyan, lo que ocurrirá a medio metraje en un inspirado y hermoso momento de aparente fantasía “ensoñativa” provocada por el cuelgue y la desesperación (y hasta aquí podemos leer también).
Con todo, lo mejor del asunto es que James Hannaham no parece interesado en contar ninguna historia de redención. Tampoco parece tener reparos a la hora de describir con pelos (plumas, uñas, sangre, caca, orín…) y señales las míseras condiciones de vida y trabajo en las que se desenvuelven sus pisoteados (y entrañables) personajes, convirtiendo así lo que en la superficie podría ser una relectura en clave de realismo neogótico-sucio del Sur más confederado en toda una enmienda al Sueño Americano. Y, por aclarar, pues me consta que lo anterior suena muy manido, quede por aquí dicho que si a este Delicious Foods hubiera que buscarle un precedente literario, este sería claramente Réquiem por un sueño de Hubert Selby Jr. Casi nada.