Exabruptos aparte (que si el “Walt Whitman de hoy”, que si puede “relacionarse de tú a tú” con Kafka, Van Gogh y Picasso…), Manuel Vilas (Barbastro, 1962) ha conseguido la fama como poeta, algo extraño en este país. Tiene mucho que ver, según creo, con su faceta de narrador, sobre todo a partir del éxito de Ordesa.
Buena prueba del renombre alcanzado es que Lumen le haya hecho un hueco en su veterana colección de Poesía, destinada de unos años a esta parte (salvo excepciones) a la poesía canónica, tanto española como extranjera.
Por seguir con el paratexto, resulta llamativo (como se pretendía) que ninguno de los elogios que ha utilizado el editor en la solapa sea de un poeta o de un crítico del género.
De haber sido Vilas anglosajón (y, en sentido literario, lo es), Una sola vida (la que tenemos) se podría haber titulado (o subtitulado) Selected poems; quiero decir que tiene no poco de reunión de aquellas composiciones que conformarían lo más granado de su poesía completa (tercera edición: Visor, 2019); lo que salvaría del total de una obra abundante y, por eso, algo reiterativa, de ahí que gane en el formato elegido. Vilas, con su epatante y provocativo tono habitual, lo deja claro en las “palabras previas”.
Tras confesar que lleva “toda la vida escribiendo poesía”, que “ha sido mi familia, mi destino, mi casa, mi nación y mi memoria”, que es “una forma inmarchitable de fervor”, explica que ha recogido “los poemas que más me gustan, o los que más me emocionan, o me seducen, o me perturban, o me hechizan”. Matiza que “he reescrito unos cuantos” y añadido “un montón de inéditos”. Por eso, sostiene, estamos ante un libro “completamente original”, “nuevo”. Más que antología, dice, “un testamento personal”.
Mediante versículos que rezuman exceso, prosaísmo y narratividad, ficciona lo real provisto de una suerte de máscara o personaje que no niega lo netamente autobiográfico
Lo divide en siete partes, tantas como días tiene la semana. El orden es cronológico y agrupa poemas de juventud, cuarentena y cincuentena con capítulos dedicados a la historia, la alegría (“Una gran alegría, eso fue mi vida”) y el viaje.
Verso suelto de la poesía postnovísima (quedó fuera de la foto generacional “de la experiencia”), adscribible a la facción “realismo sucio”, como Wolfe o Iribarren, Vilas, poeta pop, de ser pintor, sería hiperrealista.
[Manuel Vilas: "El éxito es simplemente estas vivo"]
Mediante versículos que rezuman exceso, prosaísmo y narratividad, ficciona lo real provisto de una suerte de máscara o personaje (con trazas de maldito) que no niega lo netamente autobiográfico.
Sus poemas son largos y verbosos, con frecuencia en prosa. Su aire es de canción; un ritmo reforzado por el uso de la anáfora y la enumeración caótica. No pocos músicos pasan por ellos: Bob Marley, Jim Morrison, Elvis, Lou Reed… Y poetas: Rimbaud, Pound, Hölderlin…
Es fiel a unos cuantos temas (obsesiones, mejor); a saber, sus progenitores (“El crematorio”, “1980”, “974310439”: “Exalta la vida de tus padres, / es lo mínimo que puedes hacer. // Pero hazlo con estilo”) y la infancia pirenaica (“El inmaculado”) ; el alcohol (“El alcohólico”) y otras drogas; el suicidio (“1985”); el amor, las mujeres y el erotismo (“Amor mío”); los hoteles y las ciudades (Roma –a la que dedicó un libro–, Nueva York, Londres, Zaragoza y muchas más, pero también su pueblo y “Ciudad Vilas”); el dinero y la pobreza (“Capitalismo”); España, la sufrida clase media y la política (“Rusia invade Ucrania”); los coches (“Audi 100”, “Seat 850”) y, por fin, la muerte (“Spiritual”, “The end”).
En el centro de ese mundo, que vuelve en forma de memoria, él: el “Gran Vilas”, “San Vilas”, una marca entre tantas que nombra. Su desesperación (“Soy el hundimiento”), su soledad (”El terror”), su fracaso, su inmadurez, su confusión…
En tercera persona, “Manuel Vilas…” empiezan numerosos poemas. A modo de diario. Con grandes dosis de humor, ironía y hasta cinismo. Él, sí, aunque aspire a que esa “biografía” sea, con Whitman, la de todos: “Contengo multitudes”.
“El amor eternamente / no correspondido, / eso es para mí la poesía”, concluye el poeta.
Redención
Dime una palabra amable antes de que termine el día.
Me dijiste “cariño, tienes que ser fuerte, no puedes
depender de esa gente, que estás muy cansado,
olvídalos, ayúdame a recoger el lavavajillas”,
y yo miraba la noche de octubre con sus estrellas,
entrar en nuestra casa, iluminar nuestros cuerpos,
vaciar nuestras almas, y tú dijiste “cena algo,
hay un poco de arroz en el horno, cena algo, cariño,
come algo y olvídate de todas esas ideas absurdas,
sobre el odio y el fracaso, el arroz está divino”.
Dime una palabra amable antes de que termine el día.