En El escritor y sus fantasmas Ernesto Sabato se refiere a la naturaleza ficcional del género novelesco, aunque, en alusión a obras como Guerra y paz de Tolstói, introduce un adverbio rectificador –"parcialmente"– porque, como bien dice, en esa obra, y en otras de su carácter, "también hay historia verdadera". De ahí que, en palabras del escritor argentino, la novela se defina como forma que recoge "una historia (parcialmente) ficticia".
Pero si Sabato alude a la posibilidad de que en la literatura no todo sea ficción, veinticuatro siglos atrás Aristóteles se manifestaba de forma meridiana en la Poética cuando aludía a la posibilidad de que el poeta (léase escritor) no solo tratase sobre sucesos inventados, sino también sobre lo efectivamente sucedido. Desde entonces, han sido muchos los que se han acogido a un género en el que de forma expresa se mezcla la realidad y la ficción. Entre ellos, y solo en nuestro ámbito, Galdós, que escribió los Episodios Nacionales; Baroja, autor de las Memorias de un hombre de acción; y más recientemente Pérez-Reverte, gran parte de cuya producción se ajusta al estatuto histórico-ficcional.
En la misma línea, Álvaro Enrigue (Guadalajara, México, 1969) ha compuesto Tu sueño imperios han sido, un libro de hermosa cubierta cuya original solapa reproduce el plano de Tenochtitlan atribuido a Hernán Cortés. El título, también espléndido, es un verso de La vida es sueño, de Calderón, que alude a la observación del propio sueño ("Mentalmente se veía soñar que soñaba y también podía verse soñar que soñaba", dice el narrador en referencia al militar español).
La novela se demora en relatar no solo la cita imaginada, sino también las horas previas, y en mostrar las costumbres de los españoles y de los mexicanos
La novela recrea lo que pudo haber sucedido el 8 de noviembre de 1519, cuando Hernán Cortés llega a México-Tenochtitlán acompañado de sus nueve capitanes y de dos traductores: Aguilar, el fraile, y Malinalli que, además de intérprete, es su amante. En Tenochtitlán, uno de los capitanes, Jazmín Caldera, no sabe cómo decirle a Cortés que lo difícil no es entrar en la capital, sino salir de ella. Pero lo más significativo de aquella jornada es la reunión entre el conquistador y Moctezuma II "El Joven", soberano del imperio mexica y artífice de la primera conferencia entre una nación europea (el Reino de Castilla) y naciones mesoamericanas. Porque la entrevista supone el encuentro entre dos mundos, dos idiomas y dos formas distintas de concebir la realidad.
La novela se demora en relatar no solo la cita imaginada, sino también las horas previas, y en mostrar las costumbres de los españoles y de los mexicanos, deteniéndose en la violencia de ambos pueblos y en su forma de afrontar la venganza. También en las características físicas y psicológicas de los individuos, en sus ropas, en sus armas, en sus olores, en voces propias de su cultura y en sus formas particulares de expresión. De ahí que abunden los pasajes descriptivos de personas, lugares y objetos, y que el narrador utilice una terminología –y unos sonidos– ajenos a los oídos hispanos, aunque, como revela el autor en una carta a la editora que se reproduce al principio, para él también son extraños.
Están ahí por su interés, porque como también señala, todo en una creación, "sirve al relato". A medida que avanza el texto son más abundantes las referencias a la propia novela y a la realidad del autor: a ciertos personajes inventados (Jazmín Caldera) y a su necesidad en la trama, al propio yo que escribe (la imagen es borgiana), al libro, al lector… Lo mejor llega al final, con la audiencia: pura (y curiosa) imaginación.