Reseñar a Pablo Katchadjian (Buenos Aires, 1977), igual que leerlo, siempre es divertido porque cada hipótesis que se te va ocurriendo mientras avanzas para explicar lo que hace cada nuevo libro suyo empieza muy pronto a sonar ridícula, a imposturas de crítico pedante de la que el mismo texto se burla preventivamente. De hecho, la diversión se beneficia todavía de una segunda pirueta, a saber, que ese texto parece plantear sus propias hipótesis que lo expliquen para luego sembrar la sospecha de que son, efectivamente, ridículas.

Una oportunidad

Pablo Katchadjian

Sexto Piso, 2022

140 páginas. 16,90 €

Pero ni las hipótesis del crítico ni mucho menos las del libro son ridículas porque sean tontas (al contrario, muchas son ingeniosas y tentadoras), sino porque ya nos las sabemos, y también sabemos que son susceptibles de réplica, contradicción y parodia… La de Katchadjian es una literatura irónica y al mismo tiempo inocente, casi inaugural o con pretensión de alcanzar un hito inaugural, que parte de la convicción de que todas las posibilidades narrativas ya se agotaron, todas las teorías críticas que las expliquen ya se agotaron, todas las situaciones de vida que dan lugar a las posibilidades narrativas ya se agotaron también. Entonces, ¿cómo escribir?

Como de costumbre en el autor, Una oportunidad (libro divertidísimo, quizás de los mejores suyos) lo problematiza todo y aun así avanza. Avanza, creo, por la misma razón que lo hace la vida: porque, pese a todo, lo material existe. Nada lo explica, sintetiza ni captura por completo, y sin embargo ocurre y queremos traducirlo en lenguaje. Así que el autor, o el narrador, o a saber quién, vive y teclea hasta llenar 140 páginas llenas de giros inesperados: “Las cosas me reclamaban, y eso me ponía en actividad”, leemos a modo de justificación. No sé a ustedes, pero a mí el resultado me hace reír, me despierta una enorme complicidad, y me reconforta en mi particular desorientación.

Como de costumbre en el autor, 'Una oportunidad' lo problematiza todo y aun así avanza

Y aunque invito a imaginar que cualquier libro de Katchadjian equivale a una instalación artística inmersiva, no querría dar la sensación de que La Trama está ausente en su estrategia narrativa: oh, no. Aquí tenemos a un protagonista que está embrujado y aspira a librarse de esa condena (¿pero cómo, a qué precio?). Por el camino, ama a mujeres, bebe vino, investiga a brujas, ejerce de reportero de guerra y se anima a emprender un negocio de restauración bautizado, miren por dónde, Una Oportunidad.

En fin, tampoco les garantizo que el camino vaya a ser plácido y lineal, pero es, definitivamente, Un Camino. Y no solo eso, sino que el último tercio del libro nos sorprende con una redentora tendencia a la utilidad, la esperanza y la claridad (sin renunciar a un perpetuo juego de malentendidos y autoironías).

Si Katchadjian había reivindicado desde el principio el concepto de “ayuda” e incluso el de “autoayuda”, Una oportunidad deriva hacia un espiritismo de agradable bonhomía; y si la escritura del autor nos había convencido de la (divertida) dificultad de decir algo nuevo, de pronto se propone decir las frases menos nuevas y prestigiosas del mundo, tales como la expresión “un canto a la vida”, de un modo que resulten nuevas, o al menos genuinas, dignas de despojarse de las comillas sardónicas que salvan al escritor de pasar por ingenuo o dispensador de clichés.

Al final, yo no sé si el protagonista se libra o no del embrujo, y tampoco discierno si el embrujo es la literatura o el destino o qué, pero Una oportunidad nos da, precisamente, la oportunidad de preguntárnoslo y reírnos de nuestras precarias respuestas.