Stephen King (Portland, Maine, 1947) no es ajeno al género de la fantasía de portales ni a los protagonistas jóvenes que acaban viajando sin querer a otros mundos. En El pistolero, el primer volumen de su serie épica La torre oscura, nos regaló a Jake Chambers, un niño de 11 años que llega al mundo de Roland de Gilead tras morir en el nuestro. En El talismán, coescrito con Peter Straub, Jack Sawyer, de 12 años, va y viene entre Estados Unidos y los Territorios fantásticos con la misión de salvar la vida de su madre. Veinte años después, King y Straub envían a Jack a otra aventura en los Territorios en Casa negra, en esta ocasión conectando su historia con las novelas de La torre oscura y el multiverso más extenso de King.
Tras los pasos de Jake y Jack llega Charlie Reade, el protagonista de 17 años de la última novela de King, Cuento de hadas. Chalie es un joven con aptitudes atléticas que salva la vida de Howard Bowditch, un excéntrico ermitaño que vive solo con su viejo pastor alemán, Radar. El joven se introduce en la vida de Bowditch como enfermero y manitas para todo y va descubriendo que su vecino es adicto no solo a la soledad y a los secretos (y a los analgésicos), sino también a los tesoros de un lugar llamado Empis, un reino que visita bajando “185 escalones de piedra de distintas alturas” situados en el subsuelo del cobertizo del patio trasero de Bowditch.
Pasan muchas páginas y hay numerosos presagios antes de que el protagonista entre en el cobertizo, pero por fin llega a Empis con Radar a su lado y el revólver del 45 de Bowditch a la cintura. Allí se encuentra con un reino en situación desesperada, con una familia real derrocada hace tiempo por el usurpador Flight Killer, que ha castigado a la población con una misteriosa enfermedad llamada “el gris” que la desfigura. Entre los enfermos que Jack conoce en su expedición destaca Leah, una princesa depuesta cuya “belleza de cuento” se ve empañada por la ausencia de boca. (Cómo se las arregla Leah para beber brinda una de las imágenes más impresionantes de la novela, una pura sacudida de horror corporal al estilo clásico de King).
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Cuento de hadas está lleno de nuevas creaciones, pero muchas de las cosas con las que se topa Charlie le recuerdan algo que ha visto o leído. Antes de conocer a Radar le llegaron rumores de que el pastor alemán era un “perro monstruoso”, “como Cujo en aquella película”. Leah le trae recuerdos de una princesa de una galaxia muy lejana. Charlie, consciente de los elementos reconocibles que le rodean, no se sorprende: “¿Acaso La guerra de las galaxias no es más que otro cuento de hadas, aunque sea con excelentes efectos especiales?”, razona.
Los portales de King, al igual que sus novelas, han sido siempre aperturas permeables, propensas al intercambio cultural y a la transcontaminación lúdica. “Hay otros mundos además de este”, le dijo una vez Jake Chambers a Roland de Gilead (una frase que aparece textualmente en Cuento de hadas), y en las novelas del autor todos los mundos posibles están siempre jugando. Algunos elementos se han tomado tal cual de cuentos tradicionales como Juan y la mata de habas, que aporta no solo el gigante devorador de niños que custodia el palacio de Empis, sino también el nombre del horror lovecraftiano.
'Cuento de hadas' es una mezcla intertextual de multiversos y saltos de género, con numerosas sorpresas para los devotos habituales de King
Abundan otros homenajes, y en ocasiones, el autor incluso reclama juguetonamente la autoría de las creaciones que reproduce, como cuando Bowditch conjetura que Ray Bradbury seguramente estuvo en un lugar concreto de la capital de Empis antes de escribir La feria de las tinieblas.
Es decir, Cuento de hadas es una mezcla intertextual de multiversos y saltos de género, con numerosas sorpresas para los devotos habituales de King. Afortunadamente, también es una sólida aventura por capítulos, un libro que no se puede soltar gracias a unas apariciones memorables y a una acción bien narrada y a menudo electrizante.
La mejor (y más larga) de las escenas de la novela describe la participación forzosa de Charlie en la Feria, un combate de gladiadores organizado para divertir a Flight Killer. En la Feria se trata de matar o morir, y para sobrevivir hace falta todo el ingenio y las aptitudes atléticas del protagonista, así como una arriesgada tolerancia con su temperamento impulsivo y su talento para la violencia. “Creo que en cada persona hay un pozo oscuro que nunca se seca”, comenta, “pero quien bebe de él se arriesga a las consecuencias. Su agua es veneno”.
A sus 17 años, Charlie ha visto los efectos persistentes de estos oscuros pozos en su padre, un alcohólico en recuperación, y en Bowditch, e incluso en Flight Killer, la raíz de todos los problemas de Empis. Hacia el final de la novela, el joven tendrá que aprender a vivir con lo que ha ido sorbiendo de los suyos. Al fin y el cabo, la bondad no es algo que esté en el propio ser, ni siquiera siendo el príncipe elegido que ha llegado a salvar un reino; la bondad está en los actos de uno, y Charlie Reade siempre se esfuerza al máximo.
A pesar de los giros de la trama, la mayor sorpresa que ofrece Cuento de hadas a los lectores de Stephen King tal vez sea la promesa de un final feliz. En determinado momento, su protagonista nos advierte que tal cosa requiere “algo improbable”, trucos narrativos hechos “a gusto de los lectores que querían un final feliz, aunque el narrador tuviera que sacárselo de la manga”. Pero yo apuesto a que a muchos lectores hambrientos de una aventura que les haga sentirse realmente bien no les importará qué tácticas utiliza el autor para proporcionársela. Hoy en día, algunos de nosotros aceptamos todos los finales felices que podamos por muy improbables que parezcan.
© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips